Algunos creen que ser decente, solidario, correcto, responsable,
colaborador, respetuoso de las normas y de los otros, es sinónimo de
estupidez.
¿Somos estúpidos si hacemos
las cosas bien? ¿No será hora de poner las cosas en su lugar y dejar de
aplaudir al sinvergüenza, al vividor, al inescrupuloso? Si esos tipos nos
parecen “vivos, piolas, cancheros” ¿quién tiene el desajuste de valores?
¿Ellos, que han hecho de la inmoralidad su modus operandi, o nosotros, que proclamamos ser impolutos?
Si tenemos en claro que esa
conducta es vil y perjudica a toda la sociedad, no podemos tener dudas, no
podemos ser hipócritas.
¿Qué presuponen expresiones
como “no hay nada que hacer” o “ya está todo cocinado” sino resignación, conformismo,
comodidad, falta de fe en nuestras fuerzas y, en el peor de los casos,
complicidad?
Hay dos frases de dos
grandes hombres que ilustran lo ya dicho:
EL que ve el mal y no hace
nada, hace el mal – Martin Luther King.
Lo peor de las cosas malas que hace
la gente mala, es el silencio de la gente buena. Mahatma Ghandi.
El dinero, el consumismo, han infectado todo con su
virus mortal. Todo parece tener precio, todo parece estar en venta.
Sin embargo, aún quedan
muchísimos bienes no mensurables en dinero y mucha gente que trabaja por amor
al arte y por amor al prójimo.
Esa es la gente que sostiene
a nuestro vapuleado país.
Importan dos maneras de concebir el mundo. Una, salvarse solo, arrojar
ciegamente los demás de la barca. Otra, un destino de salvarse con todos,
comprometer la vida hasta el último náufrago.
(Armando
Tejada Gómez).
Es que en la lucha entre el
bien y el mal, no siempre gana este último, pero eso sí, tiene mucha prensa.
Si los medios de
comunicación pusieran el acento en tantos seres anónimos que actúan
correctamente, otra sería la sensación térmica, y nuestros jóvenes no tendrían
ausencia de ejemplos y modelos.
©Olga Liliana Reinoso
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