En el párpado absurdo del recuerdo
mil rosas salvajes tejen desvaríos
y contrariedades.
El corazón es un país devastado
donde cayeron las estatuas y los monumentos.
Todos los ídolos están bajo sospecha.
Pinceladas de ambigüedad y hollín
oscurecen el sol de las palabras.
Utopía y verdad, un matrimonio
cuyos hijos han muerto en el destierro,
piden al viento un trago de piedad.
Pero los que detentan la tormenta
festejan su desmesurada sed.
Yo soy un vagabundo más,
un descastado,
una desordenada mansedumbre.
Ni siquiera mis manos certifican
el nombre y la conciencia.
Un frío de intramuros
hace castañetear cada pisada.
Así, los pasos picotean las baldosas
en una alegoría de palomas.
Soy el gran huérfano.
La soledad me acusa.
Y en un último gesto
me declaro inocente.
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