recordatorio
13/6: presentación de "El reino de Bluhú" - Libro de Marta Cardoso, en la Estrada
14/6: Día del libro en la Termi a partir de las 15
Decires y Cantares en el Maracó a las 20
15/6: Homenaje a Carmen Ferrari, nuestra Camucha.
El 13 es el Día del Escritor, en homenaje a Lugones y el 15 Día del Libro.
¿CÓMO CONTAGIAR EL GUSTO POR LA LECTURA?
Vengo a plantearles un pequeño enigma o quizás a hacer la pregunta del millón: ¿cómo podemos lograr contagiar a otros el gusto por la lectura?
Al partir de este interrogante doy por sentado que todos los aquí presentes somos lectores ávidos y comprometidos, además de generosos, por eso el deseo implícito de compartir con otros el placer que nos causa la lectura, aunque ésta sea una actividad mayormente solitaria, también es solidaria y hasta cómplice, porque uno quiere sumar adeptos no inocentemente, sino para que integren la cofradía y manejen códigos similares.
Desde ya que no tengo la respuesta a la pregunta inicial o al menos creo que no hay una única respuesta y mi propuesta es invitarlos a construir alguna de las variantes entre todos, cada uno aportando su experiencia y sus saberes.
Para eso será preciso hacer un acto de sinceramiento realmente ineludible para que el experimento tenga éxito. Es decir, el primer paso será confesarnos a nosotros mismos si realmente nuestro gusto por la lectura es genuino o no pasa de ser una farsa más de los habituales dobles discursos que nos recuerdan aquello de “Haz lo que yo digo pero no lo que yo hago”. Porque les aseguro que si no amamos apasionadamente la lectura y disfrutamos de los diversos mundos que ella genera, nuestra prédica será inútil y los resultados un verdadero fiasco, ya que en estos casos la transmisión pasa por el ejemplo y no por el más enfervorizado de los panegíricos. Nuestros destinatarios deben ver una actitud clara y contundente que no contradiga nuestras palabras si pretendemos sumar lectores.
Superado con éxito el primer escollo, convendría remontarnos al tiempo inicial de nuestro contacto con los libros. Tratar de reproducir sensaciones táctiles, olfativas, auditivas, visuales y afectivas que nos conecten con personas, momentos y lugares en los que fuimos descubriendo el gusto por leer. Tal vez esos recuerdos nos movilicen de tal manera que el contagio se produzca por generación espontánea.
Y aunque la cosecha nos parezca siempre magra, recordemos que de las semillas esparcidas algunas se perderán, otras caerán en el desierto o entre las piedras, pero siempre habrá alguna que germine y eso vale todo el esfuerzo. Ya que no podemos olvidar en qué sociedad estamos inmersos, cuáles son los vientos que soplan en medio de esta desolada post modernidad y que hoy los molinos de viento son más gigantes que nunca. Los enemigos contra quienes debemos enfrentarnos en esta quijotesca misión vienen engalanados en tecnología de punta, lenguajes icónicos y consumismo. En apariencia, esta batalla está perdida o al menos, corremos con todas las desventajas. Los jóvenes han sido subyugados por el hedonismo, las sensaciones virtuales y, lo que es mucho más grave aún, fueron despojados de la palabra. Esto no es casual ni ingenuo, forma parte de un plan perpetrado desde el oscurantismo del poder que quiere ciudadanos analfabetos para dominarlos sin problema. Recordemos que la palabra adicto, etimológicamente proviene del latín “addictus” que quiere decir adjudicado o heredado. Después de una guerra, los romanos hacían una subasta en la que regalaban esclavos a los soldados que habían peleado bien. Esos esclavos eran conocidos como “addictus”. Una versión psicoanalítica afirma que la palabra adicto proviene del prefijo negativo “a” y del latín dicto: dicho. Adicto es entonces quien no ha podido poner en palabras su angustia vital. Y esa castración verbal, como dice Ivonne Bordelois, deviene en violencia.
Por lo tanto nuestro rol de mediadores cobra una magnitud aún mayor y se convierte casi en una misión de los cascos azules: preservar la paz. Quién iba a pensar que la lectura es una herramienta para la paz. ¿O sí? ¿Lo habían pensado? Es que la lectura ayuda a fortalecer la identidad, a descubrir sentidos, a convertirnos en seres independientes con pensamiento propio. Y de ahí a convertirnos en subversivos –para las mentes fachitoides- hay un pequeño paso.
La lectura contribuye a la apropiación del lenguaje y sabemos que el dominio del lenguaje es también un pasaporte al reconocimiento social.
Si Borges, que produjo en su larga trayectoria verdaderas joyas de literatura universal y llevó nuestra cultura de los márgenes al epicentro, afirmó con maravilloso desparpajo que algunos pueden enorgullecerse de las páginas que han escrito pero él se enorgullecía de las que había leído, intuimos que la lectura es un bien muy preciado al que sería un pecado renunciar.
Alguna vez Virginia Wolf escribió:
“He soñado a veces que cuando amanezca el Día del Juicio y los grandes conquistadores, abogados, juristas y gobernantes se acerquen para recibir sus recompensas: coronas, laureles, sus nombres tallados de manera indeleble en mármoles imperecederos, el Todopoderoso se volverá hacia Pedro y dirá, no sin sentir cierta envidia, cuando nos vea llegar con nuestros libros bajo el brazo: Mira, ésos no necesitan recompensa. No tenemos nada que darles. Les gustaba leer.”
Si a lo largo de estos breves minutos he logrado transmitirles algo de la pasión que bulle en mí al referirme a los libros y a la magia que de ellos emana, seguramente la duda inicial seguirá irresoluta, pero intuyo que todos habrán percibido cuál es el camino a seguir.
Vengo a plantearles un pequeño enigma o quizás a hacer la pregunta del millón: ¿cómo podemos lograr contagiar a otros el gusto por la lectura?
Al partir de este interrogante doy por sentado que todos los aquí presentes somos lectores ávidos y comprometidos, además de generosos, por eso el deseo implícito de compartir con otros el placer que nos causa la lectura, aunque ésta sea una actividad mayormente solitaria, también es solidaria y hasta cómplice, porque uno quiere sumar adeptos no inocentemente, sino para que integren la cofradía y manejen códigos similares.
Desde ya que no tengo la respuesta a la pregunta inicial o al menos creo que no hay una única respuesta y mi propuesta es invitarlos a construir alguna de las variantes entre todos, cada uno aportando su experiencia y sus saberes.
Para eso será preciso hacer un acto de sinceramiento realmente ineludible para que el experimento tenga éxito. Es decir, el primer paso será confesarnos a nosotros mismos si realmente nuestro gusto por la lectura es genuino o no pasa de ser una farsa más de los habituales dobles discursos que nos recuerdan aquello de “Haz lo que yo digo pero no lo que yo hago”. Porque les aseguro que si no amamos apasionadamente la lectura y disfrutamos de los diversos mundos que ella genera, nuestra prédica será inútil y los resultados un verdadero fiasco, ya que en estos casos la transmisión pasa por el ejemplo y no por el más enfervorizado de los panegíricos. Nuestros destinatarios deben ver una actitud clara y contundente que no contradiga nuestras palabras si pretendemos sumar lectores.
Superado con éxito el primer escollo, convendría remontarnos al tiempo inicial de nuestro contacto con los libros. Tratar de reproducir sensaciones táctiles, olfativas, auditivas, visuales y afectivas que nos conecten con personas, momentos y lugares en los que fuimos descubriendo el gusto por leer. Tal vez esos recuerdos nos movilicen de tal manera que el contagio se produzca por generación espontánea.
Y aunque la cosecha nos parezca siempre magra, recordemos que de las semillas esparcidas algunas se perderán, otras caerán en el desierto o entre las piedras, pero siempre habrá alguna que germine y eso vale todo el esfuerzo. Ya que no podemos olvidar en qué sociedad estamos inmersos, cuáles son los vientos que soplan en medio de esta desolada post modernidad y que hoy los molinos de viento son más gigantes que nunca. Los enemigos contra quienes debemos enfrentarnos en esta quijotesca misión vienen engalanados en tecnología de punta, lenguajes icónicos y consumismo. En apariencia, esta batalla está perdida o al menos, corremos con todas las desventajas. Los jóvenes han sido subyugados por el hedonismo, las sensaciones virtuales y, lo que es mucho más grave aún, fueron despojados de la palabra. Esto no es casual ni ingenuo, forma parte de un plan perpetrado desde el oscurantismo del poder que quiere ciudadanos analfabetos para dominarlos sin problema. Recordemos que la palabra adicto, etimológicamente proviene del latín “addictus” que quiere decir adjudicado o heredado. Después de una guerra, los romanos hacían una subasta en la que regalaban esclavos a los soldados que habían peleado bien. Esos esclavos eran conocidos como “addictus”. Una versión psicoanalítica afirma que la palabra adicto proviene del prefijo negativo “a” y del latín dicto: dicho. Adicto es entonces quien no ha podido poner en palabras su angustia vital. Y esa castración verbal, como dice Ivonne Bordelois, deviene en violencia.
Por lo tanto nuestro rol de mediadores cobra una magnitud aún mayor y se convierte casi en una misión de los cascos azules: preservar la paz. Quién iba a pensar que la lectura es una herramienta para la paz. ¿O sí? ¿Lo habían pensado? Es que la lectura ayuda a fortalecer la identidad, a descubrir sentidos, a convertirnos en seres independientes con pensamiento propio. Y de ahí a convertirnos en subversivos –para las mentes fachitoides- hay un pequeño paso.
La lectura contribuye a la apropiación del lenguaje y sabemos que el dominio del lenguaje es también un pasaporte al reconocimiento social.
Si Borges, que produjo en su larga trayectoria verdaderas joyas de literatura universal y llevó nuestra cultura de los márgenes al epicentro, afirmó con maravilloso desparpajo que algunos pueden enorgullecerse de las páginas que han escrito pero él se enorgullecía de las que había leído, intuimos que la lectura es un bien muy preciado al que sería un pecado renunciar.
Alguna vez Virginia Wolf escribió:
“He soñado a veces que cuando amanezca el Día del Juicio y los grandes conquistadores, abogados, juristas y gobernantes se acerquen para recibir sus recompensas: coronas, laureles, sus nombres tallados de manera indeleble en mármoles imperecederos, el Todopoderoso se volverá hacia Pedro y dirá, no sin sentir cierta envidia, cuando nos vea llegar con nuestros libros bajo el brazo: Mira, ésos no necesitan recompensa. No tenemos nada que darles. Les gustaba leer.”
Si a lo largo de estos breves minutos he logrado transmitirles algo de la pasión que bulle en mí al referirme a los libros y a la magia que de ellos emana, seguramente la duda inicial seguirá irresoluta, pero intuyo que todos habrán percibido cuál es el camino a seguir.
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