Ponencia
EL OFICIO DE ESCRITOR: ENTRE EL EGOCENTRISMO Y LA SOLIDARIDAD
Genéricamente se llama escritor a alguien que escribe cuentos y novelas. Sin embargo, en la era de la profesionalidad, el oficio de escritor aún no se considera como tal. Porque se supone que lo puede ejercer cualquiera. La opinión generalizada es que no se necesita aprender una técnica preliminar.
Pero, un cachorro de escritor de ficción, con su don, o su soplo divino, de todas maneras tiene que aprender muchas cosas. A caballo de ese soplo divino, imita a los escritores ya establecidos, reconocidos, consagrados (estas calificaciones no alcanzan y además son lapidarias: los que entran en el stablishment son despreciados por los que aman a los salvajes y a los transgresores; de los profesionales se dice que se venden por dinero y que pierden la frescura; a los salvajes y a los transgresores se les tiene miedo).
Para escribir, entonces, no hay más remedio que imitar a los escritores consagrados de nuestro tiempo, sumando un ingrediente personal, que, si está ausente, cava la fosa del autor a medida que escribe.
En la Argentina y en otros países los talleres literarios son una creación más o menos reciente que ayudan a acortar el tiempo para aprender los resortes del oficio. Pero anteriormente, durante dos milenios y medio, los escritores aprendían a escribir literatura leyendo libros. Y siguen haciéndolo. Borges decía: “que otros se enorgullezcan de lo que han escrito, yo me enorgullezco de lo que he leído”.
La tarea de escribir genera la ambigüedad de creer, por un lado, que se trata de algo mágico, de un don que sólo tienen algunos elegidos. Y por otro, se la desvaloriza en el ámbito laboral.
Un poeta pampeano, ya fallecido, Ricardo Nervi, que alguna vez escribió versos como estos: “si usted no conoce el sur y piensa que es el desierto, no sabe lo que es la pampa porque ignora su misterio, la pampa es un viejo mar donde navega el silencio…” contaba siempre esta anécdota: cuando me preguntan qué hago, digo “soy poeta” y enseguida me retrucan “Sí, pero de qué vivís?”
Los que sobrevaloran esta actividad suelen no animarse a llamarse escritores porque confunden el acto de escribir con la excelencia. Y a fuerza de ser sinceros, cabe afirmar que, como en toda actividad humana, los hay buenos y malos, pero la calidad no es lo que determina que alguien sea o no sea escritor. Aunque también es cierto que cualquiera puede tomar una hoja de papel, un bolígrafo, o sentarse delante de un ordenador, escribir un relato y considerarse escritor. Lo que tampoco es cierto. Toda persona puede sentarse a escribir, salvo que sea analfabeto. Pero ser escritor implica tener el propósito de entretener y conmover. “El arte, cuando es bueno, es siempre entretenimiento”. Bertold Bretch
Ahora, si el oficio no es reconocido como tal ¿quién o quiénes confieren el título de escritor?
Muchas personas, pero también algunas instituciones. Además de los concursos literarios, las editoriales que los aceptan, el público que lee, los traductores que permiten la difusión en otras lenguas, el tiempo que pasa y sostiene o deja caer el éxito y la popularidad.
No se sabe bien cómo es el proceso que convierte a alguien en escritor. No puede verse el don inexplicable que permite el aprendizaje.
En muchas ocasiones, son los mismos escritores quienes contribuyen a generar dudas acerca de su propio oficio. Por ejemplo, para Miguel Delibes, escritor nacido en Valladolid en 1920, miembro de la Real Academia Española, el hecho de escribir novelas no significaba un trabajo sino más bien una evasión.
Parece como si todo se pusiera en contra de la voluntad de consolidar la escritura como oficio.
Pero escribir es un trabajo y hasta los escritores más talentosos debieron buscar un método para volver provechosa la tarea.
Esto significa que el oficio de escritor existe y es distinto de lo que se suele pensar. Probablemente, si se ejerce con conciencia puede ser aceptado éticamente, es decir, puede tener un valor social.
En la ciudad de donde vengo, en la provincia de la Pampa, Argentina, un grupo de personas aficionadas a la literatura, se reunieron bajo la denominación de Grupo de Escritores Piquenses, y desde hace 11 años realizan recitales poético-musicales una vez por mes, además de participar en actividades culturales de la comunidad, coordinar talleres literarios, organizar certámenes. Y de esa forma, con un verdadero trabajo de hormigas, fueron logrando que la población cambiara su punto de vista con respecto a la literatura. Le dieron entidad y connotación relevante a la palabra “escritor”. En la actualidad, ya no es una actividad que pasa inadvertida.
Alessandro Baricco, autor turinés, novelista, dramaturgo y periodista, sostiene que “contar historias es un oficio noble, con una función cívica concreta”.
Ante tan persistente ambigüedad entre la gloria y la indiferencia no resulta extraño que algunos escritores sean egocéntricos. Alberto Laiseca, autor nacido en Rosario, provincia de Santa Fe, Argentina, expresa que: “los escritores necesitamos un poco de egocentrismo para sobrevivir en estos tiempos terribles, porque si no, te aplastan. El egocentrismo te sirve para escapar de tanta porquería.”
Es que aún en la vida adulta, la personalidad humana es egoísta y egocéntrica, narcisista, a tal punto que dicen: “La buena educación consiste en ocultar lo mucho que pensamos en nosotros y cuán poco pensamos en los demás”. Especialmente en esta sociedad que supimos conseguir, individualista, incomunicada, desesperadamente autista.
Dado que en cada texto que se escribe, por ficcional que sea, se filtran fragmentos de nuestra vida, recuerdos, imágenes, detalles, modos de pensar, personajes e ideologías; y como el acto de escribir es eminentemente solitario subsiste el mito de que el escritor es casi el oráculo de la posmodernidad y se lo consulta por cualquier tema, especialmente en los medios de comunicación, por eso existe quien llega a pensar que tiene ese poder y cree que es el epicentro, algo así como un rey sol alrededor del cual giran el resto de los humanos. Entonces, desde la altura de la soberbia, observan a los pobres mortales con aires de suficiencia. Son, además, los que pueden despedazar a sus pares con críticas lapidarias, pero no aceptan ni soportan una corrección o un disenso. Conductas típicas de los ególatras que son intolerantes con los demás y generalmente no expresan su aprecio por los favores que les manifiestan. Evidentemente, consideran que tienen el monopolio del buen juicio. Humildemente, tengo una idea acerca de la soberbia y es que, en realidad, en el fondo esconde un complejo de inferioridad. Porque quien es grande de verdad no necesita subrayarlo. Es más, la humildad es siempre un síntoma de grandeza.
Javier Cercas, escritor y traductor español, en una nota titulada “A fondo” expresa: Los escritores padecemos una tremenda fama de egocéntricos y vanidosos. Pero no son lo mismo. El vanidoso reclama todo el tiempo atención sobre sus logros; el egocéntrico reclama a todas horas atención sobre sí mismo. Por lo que resulta más peligroso un vanidoso que un egocéntrico. Y es fácil admitir que los escritores necesitan para su salud mental satisfacer una cierta dosis de vanidad y egocentrismo, a la que tal vez convenga llamar amor propio. Unamuno, el escritor y filósofo nacido en Bilbao, decía: hablo mucho de mí mismo porque soy el hombre que más tengo a mano.
Hay algunas leyendas pintorescas referidas a otros escritores consagrados.
Cuentan que el argentino Julio Cortázar le escribió a José María Arguedas recordándole que él dirigía una orquesta en París mientras que Arguedas tocaba la quena en Perú.
El mexicano Juan Rulfo dijo que escribió Pedro Páramo porque no hallaba uno similar en su estantería.
Siempre pensamos que a Juan Carlos Onetti, escritor uruguayo, le daba lo mismo ser conocido o desconocido, pero a la semana de la salida de sus libros parece que llamaba al editor para reclamar: “¿Y esos anuncios?”
La escritora española Espido Freire acepta que los escritores son egoístas, muy egocéntricos y bastante engreídos. Por eso recomienda ponerse en su sitio y tener cuidado en no sobrepasar esas dosis para no convertirse en un mamarracho.
Sin embargo, no todos son así. Están aquellos que escriben para ponerle voz a quienes han sido silenciados por la marginalidad, por el abuso, por el autoritarismo o por el olvido. Están quienes creen en el poder social de la palabra, que se comprometen con la realidad que los circunda, que no viven dentro de una burbuja, ni se sienten tocados por una varita mágica.
Estos escritores son solidarios, comprometidos, para ellos la literatura es una herramienta de cambio, no la cima de la gloria.
Prestan una especie de extraño servicio cívico. Noble, porque es arduo. Y moral, porque la razón de su necesidad no es evidente, sino subterránea, y sólo visible con una mirada que encuadre el mundo con una obstinada pretensión ética que, la mayoría de las veces, acaba convirtiéndose en una suerte de vocación.
Fran Lebowitz contesta a la pregunta ¿por qué escribe? De la siguiente manera: “porque es algo que vale la pena. Cuando escribo la paso bien. Cuando hago cualquier otra cosa, me siento culpable. Lo mío es escribir”.
Ejercer el oficio de escritor no significa únicamente hacerlo para ganar dinero, sino dedicar el mayor tiempo posible a la escritura y dejar a la creatividad un espacio mental preponderante. Esto es lo que yo creo que define a un escritor.
Héctor Abad Faciolince, escritor colombiano, en su novela “Basura” habla sobre la finalidad de la escritura. Su personaje Davanzati dice: “escribo como quien orina, ni por gusto ni a pesar suyo, sino porque es lo más natural, algo con lo que nació, algo que debe hacer diariamente para no morirse y aunque se esté muriendo”. Y el propio autor no entiende por qué a los escritores les preguntan siempre por qué escriben. Cito: “Es como si lo nuestro fuera una vocación sacerdotal, dictada por el Espíritu Santo, un llamado del mundo ultraterreno. Es más simple. El escritor se da cuenta de que le gusta leer, contar historias y que le sale bien escribir, sin llamados misteriosos, sin vocaciones venidas del más allá. Es una combinación: uno descubre que tiene un talento y si te va bien al desarrollarlo, tal vez te dediques a eso toda la vida. La diferencia con otras profesiones radica en que la mayoría lo hace para vivir. Los escritores escriben aunque no les paguen. ¿Será esa la parte sacerdotal de la escritura? ¿Qué es una pasión?”.
No hace falta que en el carnet de identidad diga escritor, la pasión sabe abrirse camino en cada caso.
De todo esto se deduce que es necesario organizar la vida alrededor de una capacidad para que no se desperdicie y por eso hay que combatir el mito romántico del poeta.
Habría que vivir como un burgués y escribir como un loco, manifestaba el escritor francés Gustave Flaubert “Si te crees el mito romántico del poeta que se acuesta a las cinco de la madrugada, borracho y con varias mujeres a la vez, podrás hacer lo que sea, menos escribir.”
El poeta argentino Ricardo Zelarayán firma el epílogo de su poemario “La obsesión del espacio”, donde sostiene que el lenguaje es la única realidad y que si la realidad está en alguna parte, está en el lenguaje, una “simple afirmación” de la que se desprende otra: “no hay poetas, sino simples vectores de poesía”, que son aquellos “hablados por la poesía” y cuyo arte consiste, más que en cortar versos o componer estrofas, en captar el lenguaje que escapa “de la convención de la vida lineal y alienada”.
Para Gerardo Bloomerfield, uruguayo, escritor de cuentos de horror:
“Escribir es una forma de automutilación, cada vez que el escritor deja caer la letra sobre el papel, está en realidad arrancando una parte de su ser, para entregarla a las fauces anónimas de la historia.”
Un ejemplo de escritura solidaria es “Operación Masacre” del escritor argentino asesinado por la dictadura militar en 1977. Walsh convirtió en libro una denuncia. Ordenó el material separado en tres grandes bloques: Las personas, Los hechos y La evidencia y para hacerlo, utilizó las astucias del escritor y no las del periodista. En su tercer libro de testimonio ¿Quién mató a Rosendo?, Walsh anotó en el prólogo “si alguien quiere leer este libro como una simple novela policial, es cosa suya”. La nota desafiante apunta, en un primer nivel, a trazar el perfil del lector modelo de su libro, que es aquel que recoja la denuncia de su contenido.
El autor hace, así, que quienes nos quedamos con él nos sintamos privilegiados por la confianza con que nos honra y tácitamente invitados a distanciarnos del lector insensible y de la viciosa costumbre de leer un libro sólo por la historia que cuenta.
Esta complicidad la provocan los escritores que persiguen la utopía de que la literatura puede producir cambios. Como expresa el escritor pampeano Ángel Aimeta al referirse a la cultura en general: es una creación colectiva, es abarcativa y totalizadora, incluyente y socializadora de valores y contenidos, significados y sentidos, en fin, es una gran constructora de ciudadanía.
Otro ejemplo es “Pasos bajo el agua”, de Alicia Kozameh, escritora rosarina, presa política de la dictadura argentina durante 1975 a 1978. Se trata de un texto híbrido y polifónico que tal vez pueda clasificarse como novela testimonial que reúne elementos ficticios y procedimientos literalizados con testimonios reales. Leo un fragmento: Los cuerpos mismos son pedazos de carne dormida, vulnerables cabezas, brazos, y solamente en el conjunto de las presas, en la vivencia de comunidad y solidaridad entre las mujeres que corren el mismo destino, asoma algo como una esperanza, una esperanza muy prosaica, la de la simple supervivencia física en un sistema inhumano.(…) aquí no hay pizca de heroísmo. El heroísmo secreto consiste en seguir vivas (…)
El escritor es un ser sensible que imprime a través de la literatura aquello que percibe. Es decir, un escritor no es simplemente quien escribe, sino, además, quien siente que escribir es una necesidad. Se es escritor cuando se persiguen los siguientes objetivos básicos: saciar una inquietud interior que incita a desarrollar por escrito ideas, pensamientos, sentimientos, emociones o anécdotas. En efecto, hay una parte egocéntrica en el escritor, ya que quiere satisfacer sus necesidades y elaborar textos que cuenten lo que él quiere contar.
También quiere ser leído. Hay una parte enfocada hacia el público, hacia el exterior, pues el escritor elabora textos que cuentan a los demás lo que él quiere contar.
El escritor debe mantener un delicado equilibrio entre ambos.
El poeta Juan Gellman, declaró que “la poesía es un acto de resistencia frente al envilecimiento de los pueblos”. Por eso, agrega que él escribe por necesidad y una confianza de que algún día las cosas van a mejorar porque la existencia del arte es un hecho favorable a la historia; la creación de belleza y de cierta verdad, cuando uno lee poesía, provoca una especie de encuentro y de consuelo porque uno piensa que a pesar de tantas catástrofes, la creación no se ha interrumpido.
Para finalizar, voy a leer un poema que expresa mi pensamiento acerca de la poesía y que hago extensivo a la literatura en general:
A quemarropa
La poesía no es una niña cauta
Que transita las calles en silencio.
No es un día de otoño
Ni un discurso parsimonioso y vacuo.
La poesía no es trampa
Fraguada en los despachos.
Pero es revolución
Y alborota la sangre
Porque es vida y transita
Las regiones ocultas de los despalabrados.
Para que no haya tregua
Para que no descansen
Los locos hacedores de paz y de justicia.
La poesía es fusil
Detonando palabras
Y debe y puede y quiere
Disparar sin piedad
A quemarropa
Sobre tu indiferencia.
Olga Liliana Reinoso
APRENDER A ESCRIBIR – ALICIA STEIMBERG – AGUILAR, BUENOS AIRES, 2006
ESCRIBIR ES UN TIC –LOS MÉTODOS Y LAS MANÍAS DE LOS ESCRITORES – FRANCESCO PÍCCOLO – EDITORIAL ARIEL, BARCELONA, 2008
BREVE HISTORIA DE LA LITERATURA ARGENTINA – MARTÍN PRIETO – TAURUS, Buenos Aires, 2006
El arte de la ficción, David Lodge, Ediciones Península, Barcelona, 2006
Cultura y democracia, conferencia de Ángel Cirilo Aimetta, en la apertura del ciclo de conferencias de la Feria del Libro de Córdoba, Argentina, el 11 de septiembre de 2008.
Entrevista a Juan Gellman, Diario Clarín, Clarín Sociedad, domingo 19 de julio de 2009.
Genéricamente se llama escritor a alguien que escribe cuentos y novelas. Sin embargo, en la era de la profesionalidad, el oficio de escritor aún no se considera como tal. Porque se supone que lo puede ejercer cualquiera. La opinión generalizada es que no se necesita aprender una técnica preliminar.
Pero, un cachorro de escritor de ficción, con su don, o su soplo divino, de todas maneras tiene que aprender muchas cosas. A caballo de ese soplo divino, imita a los escritores ya establecidos, reconocidos, consagrados (estas calificaciones no alcanzan y además son lapidarias: los que entran en el stablishment son despreciados por los que aman a los salvajes y a los transgresores; de los profesionales se dice que se venden por dinero y que pierden la frescura; a los salvajes y a los transgresores se les tiene miedo).
Para escribir, entonces, no hay más remedio que imitar a los escritores consagrados de nuestro tiempo, sumando un ingrediente personal, que, si está ausente, cava la fosa del autor a medida que escribe.
En la Argentina y en otros países los talleres literarios son una creación más o menos reciente que ayudan a acortar el tiempo para aprender los resortes del oficio. Pero anteriormente, durante dos milenios y medio, los escritores aprendían a escribir literatura leyendo libros. Y siguen haciéndolo. Borges decía: “que otros se enorgullezcan de lo que han escrito, yo me enorgullezco de lo que he leído”.
La tarea de escribir genera la ambigüedad de creer, por un lado, que se trata de algo mágico, de un don que sólo tienen algunos elegidos. Y por otro, se la desvaloriza en el ámbito laboral.
Un poeta pampeano, ya fallecido, Ricardo Nervi, que alguna vez escribió versos como estos: “si usted no conoce el sur y piensa que es el desierto, no sabe lo que es la pampa porque ignora su misterio, la pampa es un viejo mar donde navega el silencio…” contaba siempre esta anécdota: cuando me preguntan qué hago, digo “soy poeta” y enseguida me retrucan “Sí, pero de qué vivís?”
Los que sobrevaloran esta actividad suelen no animarse a llamarse escritores porque confunden el acto de escribir con la excelencia. Y a fuerza de ser sinceros, cabe afirmar que, como en toda actividad humana, los hay buenos y malos, pero la calidad no es lo que determina que alguien sea o no sea escritor. Aunque también es cierto que cualquiera puede tomar una hoja de papel, un bolígrafo, o sentarse delante de un ordenador, escribir un relato y considerarse escritor. Lo que tampoco es cierto. Toda persona puede sentarse a escribir, salvo que sea analfabeto. Pero ser escritor implica tener el propósito de entretener y conmover. “El arte, cuando es bueno, es siempre entretenimiento”. Bertold Bretch
Ahora, si el oficio no es reconocido como tal ¿quién o quiénes confieren el título de escritor?
Muchas personas, pero también algunas instituciones. Además de los concursos literarios, las editoriales que los aceptan, el público que lee, los traductores que permiten la difusión en otras lenguas, el tiempo que pasa y sostiene o deja caer el éxito y la popularidad.
No se sabe bien cómo es el proceso que convierte a alguien en escritor. No puede verse el don inexplicable que permite el aprendizaje.
En muchas ocasiones, son los mismos escritores quienes contribuyen a generar dudas acerca de su propio oficio. Por ejemplo, para Miguel Delibes, escritor nacido en Valladolid en 1920, miembro de la Real Academia Española, el hecho de escribir novelas no significaba un trabajo sino más bien una evasión.
Parece como si todo se pusiera en contra de la voluntad de consolidar la escritura como oficio.
Pero escribir es un trabajo y hasta los escritores más talentosos debieron buscar un método para volver provechosa la tarea.
Esto significa que el oficio de escritor existe y es distinto de lo que se suele pensar. Probablemente, si se ejerce con conciencia puede ser aceptado éticamente, es decir, puede tener un valor social.
En la ciudad de donde vengo, en la provincia de la Pampa, Argentina, un grupo de personas aficionadas a la literatura, se reunieron bajo la denominación de Grupo de Escritores Piquenses, y desde hace 11 años realizan recitales poético-musicales una vez por mes, además de participar en actividades culturales de la comunidad, coordinar talleres literarios, organizar certámenes. Y de esa forma, con un verdadero trabajo de hormigas, fueron logrando que la población cambiara su punto de vista con respecto a la literatura. Le dieron entidad y connotación relevante a la palabra “escritor”. En la actualidad, ya no es una actividad que pasa inadvertida.
Alessandro Baricco, autor turinés, novelista, dramaturgo y periodista, sostiene que “contar historias es un oficio noble, con una función cívica concreta”.
Ante tan persistente ambigüedad entre la gloria y la indiferencia no resulta extraño que algunos escritores sean egocéntricos. Alberto Laiseca, autor nacido en Rosario, provincia de Santa Fe, Argentina, expresa que: “los escritores necesitamos un poco de egocentrismo para sobrevivir en estos tiempos terribles, porque si no, te aplastan. El egocentrismo te sirve para escapar de tanta porquería.”
Es que aún en la vida adulta, la personalidad humana es egoísta y egocéntrica, narcisista, a tal punto que dicen: “La buena educación consiste en ocultar lo mucho que pensamos en nosotros y cuán poco pensamos en los demás”. Especialmente en esta sociedad que supimos conseguir, individualista, incomunicada, desesperadamente autista.
Dado que en cada texto que se escribe, por ficcional que sea, se filtran fragmentos de nuestra vida, recuerdos, imágenes, detalles, modos de pensar, personajes e ideologías; y como el acto de escribir es eminentemente solitario subsiste el mito de que el escritor es casi el oráculo de la posmodernidad y se lo consulta por cualquier tema, especialmente en los medios de comunicación, por eso existe quien llega a pensar que tiene ese poder y cree que es el epicentro, algo así como un rey sol alrededor del cual giran el resto de los humanos. Entonces, desde la altura de la soberbia, observan a los pobres mortales con aires de suficiencia. Son, además, los que pueden despedazar a sus pares con críticas lapidarias, pero no aceptan ni soportan una corrección o un disenso. Conductas típicas de los ególatras que son intolerantes con los demás y generalmente no expresan su aprecio por los favores que les manifiestan. Evidentemente, consideran que tienen el monopolio del buen juicio. Humildemente, tengo una idea acerca de la soberbia y es que, en realidad, en el fondo esconde un complejo de inferioridad. Porque quien es grande de verdad no necesita subrayarlo. Es más, la humildad es siempre un síntoma de grandeza.
Javier Cercas, escritor y traductor español, en una nota titulada “A fondo” expresa: Los escritores padecemos una tremenda fama de egocéntricos y vanidosos. Pero no son lo mismo. El vanidoso reclama todo el tiempo atención sobre sus logros; el egocéntrico reclama a todas horas atención sobre sí mismo. Por lo que resulta más peligroso un vanidoso que un egocéntrico. Y es fácil admitir que los escritores necesitan para su salud mental satisfacer una cierta dosis de vanidad y egocentrismo, a la que tal vez convenga llamar amor propio. Unamuno, el escritor y filósofo nacido en Bilbao, decía: hablo mucho de mí mismo porque soy el hombre que más tengo a mano.
Hay algunas leyendas pintorescas referidas a otros escritores consagrados.
Cuentan que el argentino Julio Cortázar le escribió a José María Arguedas recordándole que él dirigía una orquesta en París mientras que Arguedas tocaba la quena en Perú.
El mexicano Juan Rulfo dijo que escribió Pedro Páramo porque no hallaba uno similar en su estantería.
Siempre pensamos que a Juan Carlos Onetti, escritor uruguayo, le daba lo mismo ser conocido o desconocido, pero a la semana de la salida de sus libros parece que llamaba al editor para reclamar: “¿Y esos anuncios?”
La escritora española Espido Freire acepta que los escritores son egoístas, muy egocéntricos y bastante engreídos. Por eso recomienda ponerse en su sitio y tener cuidado en no sobrepasar esas dosis para no convertirse en un mamarracho.
Sin embargo, no todos son así. Están aquellos que escriben para ponerle voz a quienes han sido silenciados por la marginalidad, por el abuso, por el autoritarismo o por el olvido. Están quienes creen en el poder social de la palabra, que se comprometen con la realidad que los circunda, que no viven dentro de una burbuja, ni se sienten tocados por una varita mágica.
Estos escritores son solidarios, comprometidos, para ellos la literatura es una herramienta de cambio, no la cima de la gloria.
Prestan una especie de extraño servicio cívico. Noble, porque es arduo. Y moral, porque la razón de su necesidad no es evidente, sino subterránea, y sólo visible con una mirada que encuadre el mundo con una obstinada pretensión ética que, la mayoría de las veces, acaba convirtiéndose en una suerte de vocación.
Fran Lebowitz contesta a la pregunta ¿por qué escribe? De la siguiente manera: “porque es algo que vale la pena. Cuando escribo la paso bien. Cuando hago cualquier otra cosa, me siento culpable. Lo mío es escribir”.
Ejercer el oficio de escritor no significa únicamente hacerlo para ganar dinero, sino dedicar el mayor tiempo posible a la escritura y dejar a la creatividad un espacio mental preponderante. Esto es lo que yo creo que define a un escritor.
Héctor Abad Faciolince, escritor colombiano, en su novela “Basura” habla sobre la finalidad de la escritura. Su personaje Davanzati dice: “escribo como quien orina, ni por gusto ni a pesar suyo, sino porque es lo más natural, algo con lo que nació, algo que debe hacer diariamente para no morirse y aunque se esté muriendo”. Y el propio autor no entiende por qué a los escritores les preguntan siempre por qué escriben. Cito: “Es como si lo nuestro fuera una vocación sacerdotal, dictada por el Espíritu Santo, un llamado del mundo ultraterreno. Es más simple. El escritor se da cuenta de que le gusta leer, contar historias y que le sale bien escribir, sin llamados misteriosos, sin vocaciones venidas del más allá. Es una combinación: uno descubre que tiene un talento y si te va bien al desarrollarlo, tal vez te dediques a eso toda la vida. La diferencia con otras profesiones radica en que la mayoría lo hace para vivir. Los escritores escriben aunque no les paguen. ¿Será esa la parte sacerdotal de la escritura? ¿Qué es una pasión?”.
No hace falta que en el carnet de identidad diga escritor, la pasión sabe abrirse camino en cada caso.
De todo esto se deduce que es necesario organizar la vida alrededor de una capacidad para que no se desperdicie y por eso hay que combatir el mito romántico del poeta.
Habría que vivir como un burgués y escribir como un loco, manifestaba el escritor francés Gustave Flaubert “Si te crees el mito romántico del poeta que se acuesta a las cinco de la madrugada, borracho y con varias mujeres a la vez, podrás hacer lo que sea, menos escribir.”
El poeta argentino Ricardo Zelarayán firma el epílogo de su poemario “La obsesión del espacio”, donde sostiene que el lenguaje es la única realidad y que si la realidad está en alguna parte, está en el lenguaje, una “simple afirmación” de la que se desprende otra: “no hay poetas, sino simples vectores de poesía”, que son aquellos “hablados por la poesía” y cuyo arte consiste, más que en cortar versos o componer estrofas, en captar el lenguaje que escapa “de la convención de la vida lineal y alienada”.
Para Gerardo Bloomerfield, uruguayo, escritor de cuentos de horror:
“Escribir es una forma de automutilación, cada vez que el escritor deja caer la letra sobre el papel, está en realidad arrancando una parte de su ser, para entregarla a las fauces anónimas de la historia.”
Un ejemplo de escritura solidaria es “Operación Masacre” del escritor argentino asesinado por la dictadura militar en 1977. Walsh convirtió en libro una denuncia. Ordenó el material separado en tres grandes bloques: Las personas, Los hechos y La evidencia y para hacerlo, utilizó las astucias del escritor y no las del periodista. En su tercer libro de testimonio ¿Quién mató a Rosendo?, Walsh anotó en el prólogo “si alguien quiere leer este libro como una simple novela policial, es cosa suya”. La nota desafiante apunta, en un primer nivel, a trazar el perfil del lector modelo de su libro, que es aquel que recoja la denuncia de su contenido.
El autor hace, así, que quienes nos quedamos con él nos sintamos privilegiados por la confianza con que nos honra y tácitamente invitados a distanciarnos del lector insensible y de la viciosa costumbre de leer un libro sólo por la historia que cuenta.
Esta complicidad la provocan los escritores que persiguen la utopía de que la literatura puede producir cambios. Como expresa el escritor pampeano Ángel Aimeta al referirse a la cultura en general: es una creación colectiva, es abarcativa y totalizadora, incluyente y socializadora de valores y contenidos, significados y sentidos, en fin, es una gran constructora de ciudadanía.
Otro ejemplo es “Pasos bajo el agua”, de Alicia Kozameh, escritora rosarina, presa política de la dictadura argentina durante 1975 a 1978. Se trata de un texto híbrido y polifónico que tal vez pueda clasificarse como novela testimonial que reúne elementos ficticios y procedimientos literalizados con testimonios reales. Leo un fragmento: Los cuerpos mismos son pedazos de carne dormida, vulnerables cabezas, brazos, y solamente en el conjunto de las presas, en la vivencia de comunidad y solidaridad entre las mujeres que corren el mismo destino, asoma algo como una esperanza, una esperanza muy prosaica, la de la simple supervivencia física en un sistema inhumano.(…) aquí no hay pizca de heroísmo. El heroísmo secreto consiste en seguir vivas (…)
El escritor es un ser sensible que imprime a través de la literatura aquello que percibe. Es decir, un escritor no es simplemente quien escribe, sino, además, quien siente que escribir es una necesidad. Se es escritor cuando se persiguen los siguientes objetivos básicos: saciar una inquietud interior que incita a desarrollar por escrito ideas, pensamientos, sentimientos, emociones o anécdotas. En efecto, hay una parte egocéntrica en el escritor, ya que quiere satisfacer sus necesidades y elaborar textos que cuenten lo que él quiere contar.
También quiere ser leído. Hay una parte enfocada hacia el público, hacia el exterior, pues el escritor elabora textos que cuentan a los demás lo que él quiere contar.
El escritor debe mantener un delicado equilibrio entre ambos.
El poeta Juan Gellman, declaró que “la poesía es un acto de resistencia frente al envilecimiento de los pueblos”. Por eso, agrega que él escribe por necesidad y una confianza de que algún día las cosas van a mejorar porque la existencia del arte es un hecho favorable a la historia; la creación de belleza y de cierta verdad, cuando uno lee poesía, provoca una especie de encuentro y de consuelo porque uno piensa que a pesar de tantas catástrofes, la creación no se ha interrumpido.
Para finalizar, voy a leer un poema que expresa mi pensamiento acerca de la poesía y que hago extensivo a la literatura en general:
A quemarropa
La poesía no es una niña cauta
Que transita las calles en silencio.
No es un día de otoño
Ni un discurso parsimonioso y vacuo.
La poesía no es trampa
Fraguada en los despachos.
Pero es revolución
Y alborota la sangre
Porque es vida y transita
Las regiones ocultas de los despalabrados.
Para que no haya tregua
Para que no descansen
Los locos hacedores de paz y de justicia.
La poesía es fusil
Detonando palabras
Y debe y puede y quiere
Disparar sin piedad
A quemarropa
Sobre tu indiferencia.
Olga Liliana Reinoso
APRENDER A ESCRIBIR – ALICIA STEIMBERG – AGUILAR, BUENOS AIRES, 2006
ESCRIBIR ES UN TIC –LOS MÉTODOS Y LAS MANÍAS DE LOS ESCRITORES – FRANCESCO PÍCCOLO – EDITORIAL ARIEL, BARCELONA, 2008
BREVE HISTORIA DE LA LITERATURA ARGENTINA – MARTÍN PRIETO – TAURUS, Buenos Aires, 2006
El arte de la ficción, David Lodge, Ediciones Península, Barcelona, 2006
Cultura y democracia, conferencia de Ángel Cirilo Aimetta, en la apertura del ciclo de conferencias de la Feria del Libro de Córdoba, Argentina, el 11 de septiembre de 2008.
Entrevista a Juan Gellman, Diario Clarín, Clarín Sociedad, domingo 19 de julio de 2009.
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