miércoles, 21 de abril de 2010

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EL EXTERMINIO
Yo no los maté. Pero no porque me faltaran ganas, sino agallas. Hasta podría decir que fui yo quien planeó o al menos instigó para que se cometieran cada uno de estos crímenes. Y ni siquiera pestañeé cuando vi a mis hijos asestar el golpe mortal. Es más, me sentí orgullosa de ellos y admiré su valentía, la que a mí me faltaba.
¿Merezco una condena? De repente ¿subió a la superficie una conducta criminal que había escondido durante años? No lo creo. Simplemente tuve que enfrentar una situación límite y me defendí con uñas y dientes. Eran ellos o nosotros. Por eso puse toda mi energía en planificar el exterminio.
Fueron días de terror y paranoia. Yo sabía que nos observaban. Ninguno de nuestros pasos les pasaba inadvertido. Estaban al acecho, espiándonos desde sus escondites y viendo de qué modo el pánico nos llevaba progresivamente a la locura.
Yo percibía su olor y escuchaba sus pasos en las noches de eterna vigilia temblando ante la proximidad de algún encuentro. Cada vez que salía de mi casa pensaba que ya no podría volver a entrar porque ellos, finalmente, tomarían posesión. Es que ya me habían usurpado la intimidad y la tranquilidad. Hasta en mis sueños se metían, por eso prefería mantenerme despierta.
Este episodio insospechado me dio la pauta de la fragilidad de tantas cosas y cómo, en un instante, el aparente orden establecido puede resquebrajarse igual que un cristal. Cómo, de pronto, el enemigo, puede invadir nuestras vidas sin que estemos preparados para semejante catástrofe.
Fue así como empecé a sentirme una réplica viva de los personajes de Casa Tomada, pero, fiel a mi temperamento, no cedí como ellos y les presenté batalla. Aunque debo confesar que muchas veces creí que iban a derrotarme. Porque sus armas eran totalmente opuestas a las mías. Ellos son astutos, tramposos, escondedores. Yo soy frontal, transparente y vociferadora. Hoy por hoy, como está dada la baraja, mi inferioridad salta a la vista. Sin embargo, sigo creyendo que cuando una causa es justa, todavía, en los tiempos que corren, tiene chance de ganar. Y así, con ese objetivo, seguí adelante con mi plan. Cuando me daba cuenta de que mis hijos flaqueaban o estaban a punto de olvidar, yo azuzaba las llamas y el fuego inquisidor de la venganza ardía nuevamente.
Ahora sí puedo decir que sé lo que es el odio. Ahora puedo comprender a quienes no cejan reclamando justicia y aun a los que ejercen la justicia por mano propia. Es que es tan revulsivo sentirse avasallado, despojado, perseguido, que no es posible quedarse de brazos cruzados mirando caer las ruinas de lo que fuera la propia existencia. Hay que seguir la lucha y si es preciso, morir en la batalla, pero nunca entregarse sin hacer el intento.
Ahora, también, sé lo que es el miedo. Vivir sobresaltado pensando que en cualquier momento, que ahora, que ya, ellos podían aparecer para ultimarme. Y también sé, ahora, lo que es una tortura. Porque hay varias clases de tortura y la psicológica es, sin dudas, la que más rápido nos lleva a perder la razón.
Por eso digo todo esto. No es una confesión porque de nada me arrepiento. Es nada más y nada menos que un testimonio, para sentar precedentes, para alertar a otros, para que estemos prevenidos.
Insisto, no me arrepiento por ninguna de estas muertes. Es más, creo que se cumplió el destino porque no tengo dudas de que tenían que morir.
Pero también sé, y eso me aterra, que ellos pueden volver, porque son muchos más.


Publicado por Ester Mann en 01:08

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