¿Alguna vez se puso a pensar en que, según la estación del año que más nos atraiga, será nuestra personalidad?
Y no hablo del maquillaje “for export” ni de la imagen marketinera, sino de nuestra verdadera personalidad,
¿Nunca lo pensó? Entonces, un día de éstos, averigüe sutilmente las preferencias de algún interlocutor y luego saque sus propias conclusiones.
Los que optan por el verano son personas superficiales, amantes de las apariencias, cultores de la belleza física, poco propensos a la solidaridad, dicharacheros, perezosos, divertidos, proclives a eludir compromisos, enamoradizos, tal vez por aquello de “los amores de verano”.
Los que prefieren el invierno, en cambio, suelen ser introvertidos, tímidos, de intensa vida interior, despreocupados de su aspecto externo, contemplativos, reflexivos, afectuosos, con cierta tendencia a la depresión y, paradojalmente, hiperactivos.
Aquellos que eligen el otoño como estación preferida, tienen inmensa armonía interior, son conciliadores, amantes de la belleza plácida, degustadores de arte, amantes duraderos y consecuentes, fieles a su palabra, cumplidores de promesas.
Y los fanáticos de la primavera padecen una eterna adolescencia con los consecuentes síntomas de inmadurez crónica. Son cándidos, inocentones, bien intencionados, ingenuos, inconstantes, vitales, optimistas.
De más está decir que esto no es exacto, ni siquiera demasiado serio y por supuesto, no tiene absolutamente nada de científico. Es apenas un divertimento que surge de la observación de una misma y de otros congéneres. No sé si tendrá que ver con la fecha de nacimiento o con el momento de la gestación. No sé si será mimetismo con las condiciones climáticas o una cuestión meramente cultural.
Lo cierto es que no se me ocurría sobre qué tema escribir, entonces me puse a jugar con las palabras y salió esta especie de Carta Natal Estacional u horóscopo de equinoccios y solsticios, con lo cual vengo a demostrar que no hay que comprar buzones a cualquier “charlatán de feria” que pretenda convencernos acerca de los rasgos desconocidos de nuestra forma de ser. Que la fórmula más exacta es la introspección para poner en práctica aquella invalorable instrucción: “Conócete a ti mismo”. Y que, jugando jugando, vine a ejercer la medicina preventiva.
Pero mejor sería escuchar buena música, algo de Piazzolla, por ejemplo:
Invernal, porteño invierno como vos, brutal, igual que mi ternura igual, mi propia soledad... Verano porteño. O las cuatro estaciones de Vivaldi, sin distinción, porque todas son bellas.
©Olga Liliana Reinoso
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