Julia
y Juan se conocían del barrio. Nunca habían pasado de un saludo más o menos
cordial, pero sus miradas eran elocuentes.
El
sábado a la tarde se largó a llover torrencialmente y los dos coincidieron en
refugiarse dentro del bar La Plaza.
Juan
la invitó a tomar un café mientras miraban el paisaje empapado, detrás de los
cristales. La lluvia siempre genera una inusual intimidad propiciatoria y los
instó a hablar por horas. J
Juan
era periodista y tenía fama de amarillista, pero Julia, la enigmática Julia,
tan necesitada de afecto, lo sintió maravilloso.
Hay
química, pensó Julia mientras sorbía su segundo café.
-Es
mágico este momento –comentó Juan al pasar.
Quedaron
en verse, en llamarse o en encontrarse por casualidad. Julia no supo por qué la
atenazaba ese aguijón cuando vio la espalda de Juan perderse calle abajo.
Contrariamente
a lo que habían deseado los dos esa tarde, no se encontraron ni se llamaron.
Había
pasado una semana. Juan la extrañaba, pero también tenía un mal presentimiento.
Apenas
iluminado por las luces que penetraban el ventanal, Juan bebía un whisky
sentado en el sofá. El celular a mano, por si acaso. Y sonó.
-Hola.
-Necesito
que me ayudes. Por favor, necesito ayuda – temblaba la voz de Julia.
-¿Qué puedo hacer?
-Ayudame
a suicidarme. No quiero vivir más esta vida de mierda.
-No te
ayudo –respondió Juan en medio de un retortijón.
-¿Por
qué? Vos sos mi única esperanza. Ayudame, Juan, confío en vos.
-No
para eso –trató de sonar firme.
-¿Por
qué? Mi vida no tiene sentido, estoy harta de todo, quiero desaparecer. Todo me
sale mal; tirá de la soga, Juan. Y ahórcame.
-No
–secamente.
-¿Por
qué querés que siga sufriendo? ¿Vos también? – lloraba Julia en el receptor.
-No, Julia,
yo no quiero que sufras. No me podés decir esto.
-¿Sabías
que la mina que se caga de risa es como el payaso Garrit?
-No sé
nada –replicó él casi con rabia.
-Ay, por
fin me nombraste. Es bello mi nombre en tu boca, en tus palabras.
-¿Alivia
en algo?
-Como no sabés te cuento: yo soy el fiasco. Y sí me
alivia que me nombres, me da entidad e identidad. Estoy naufragando.
-Y no
me podés decir que soy tu única esperanza para morir, es mucho peso.
-Perdoname,
te quiero.
-Entonces
no podés decirme eso...ni hacerlo.
-Juan,
estoy destruida. Solo tus palabras me alivian, te lo juro. Lo que hoy pensé que
estaba mejorando gracias a mis hijos, empeoró.
-Mis
palabras pueden doler también, no sé de que hablás.
-No
sé, soy un rehén de una historia de mierda, de violencia, de ninguneo. No veo,
estoy llorando a mares.
Todos
somos rehenes, mi historia no es amable. Y tus lágrimas le dan entidad a la
violencia.
-Y yo
intuyo que vos sos un tipo sensible, alguien que puede comprender.
-Al
menos lo intento.
-Pero
si no entendés, nada me queda.
-Buscá
bien.
-Quiero
morirme, Juan, no sabés cuánto tiempo hace, pero soy cobarde, una cagona, una farsante.
-Qué
lindo, che, hace unos días que nos encontramos y me tirás ésta –dijo Juan con
un suspiro -la cobardía tiene mala prensa, nomás.
-Ah, bueno,
si te jodo, corto ya, perdoname.
-Y me
dejás preocupado.
-¿Yo
te preocupo? ¿En serio?
-Vos
dijiste que parecía un ser sensible, claro que me preocupás.
-¿Y
por qué te preocupo? ¿Te doy lástima? ¿Descubriste que la mina fuerte es sólo
un disfraz?
-No
confío en nadie Julia, temo a la mala leche, al puterío, a todo...
-Sí,
lo soy. Un disfraz.
-La
lastima no es un sentimiento que albergue en mí. Confiaba en vos.
-Esta
vez tendrás que creer: mi vida es una reverenda mierda que no merece ser
vivida, no así.
-La
mía también, ¿qué hago entonces?
-Seguí
confiando en mí, soy veraz y creo en vos. No sé por qué despertaste tantas
cosas dormidas o moribundas. Sos mi luz.
-Al
pedo, porque te querés matar.
-No si
vos me salvás, me das una esperanza de que esta vida vale la pena.
-Claro
que lo vale.
-Te necesito,
Juan, no sé por qué.
-No
puedo ser el mesías de nadie, te lo aseguro. ¿Me necesitás para pedirme que te
ayude a morir?
-No. Te
necesito para que me ayudes a vivir porque movilizaste cosas en mí.
-Mis
palabras lo hicieron, lo sabés. Ser sólo palabras es mucha responsabilidad.
Se
produjo un profundo silencio. Juan hizo fondo blanco. Se sentía fastidiado,
defraudado, inútil. Y cortó el teléfono.
Del
lado de Julia, ese clic sonó como un balazo.
Olga Liliana Reinoso
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Bienvenida. Te deseo mucha suerte.