Desde
chica he sentido una profunda molestia cada vez que alguien se
burlaba de otra persona, se reía ante un tropezón en lugar de socorrerla
o se mofaba de sus defectos. Sin embargo, tuve que aceptar con el tiempo que la
mayoría era así; quien no lo hacía descaradamente lo hacía por la espalda, con
lo cual cometía doble infracción.
Pero la risa es otra cosa. Yo hago un culto de
la risa, disfruto riendo y tengo una carcajada que se ha convertido en carnet
de identidad.
La
diferencia radica en que me encanta reírme CON LOS OTROS, NO DE LOS OTROS.
Me parece mezquino, de baja estofa, cruel y
dañino reírse de los demás.
Algo muy distinto es tener capacidad
de reírse de sí mismo porque es la mayor señal de inteligencia.
Cualquier necio puede reírse
de otro, pero no cualquiera puede reírse de sí mismo y aceptarse con todo lo bueno y todo lo malo.
Por supuesto, a
nadie le gusta que se le rían, por lo tanto, sería bueno no reírse de los demás
para poner en práctica aquello de “No hagas lo que no quieres que te hagan”.
Reírse de los otros, burlarse,
es como el zumbido de un molesto abejorro al que hay que aplicarle una buena
dosis de Raid.
Afortunadamente, hasta la
ciencia está demostrando que existen dos tipos de risa: la positiva,
constructiva, divertida, sincera, bienintencionada risa y la otra, oscura,
lapidaria, la risa del escarnio. Pero ésta, la burlona, la cruel, no tiene las
virtudes de la otra.
Una nos beneficia, tiene
propiedades curativas. La otra, apenas pone en evidencia una diminuta
humanidad.
Sin embargo, hay gente tan
amargada que se siente molesta con la
risa ajena y ve en ella un símbolo de lascivia y vacuidad. Gente tan hipócrita
que hasta es capaz de reprimir una sonora risotada con tal de simular, de
esconder lo que de verdad siente. O gente tan pesimista que ni siquiera se
permite el lujo gratuito y bienhechor de una sonrisa.
Craso error suponer que quien
se ríe es menos serio. Una cara circunspecta y cejijunta no garantiza seriedad,
madurez ni responsabilidad mayor.
Nada hay más gratificante que
recibir y/o brindar una sonrisa.
De modo que es cuestión de
usar bien las preposiciones y, si lo queremos ver en términos utilitarios,
darnos cuenta de qué es realmente lo que nos hace bien: Reírnos de o Reírnos
con los demás.
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