Honestamente, desconfío de los imparciales. De los apolíticos, de los que no hinchan por ningún equipo, de los que no ven televisión, de los que fruncen el ceño en señal de disgusto frente a cualquier demostración artística porque “nadie tiene el nivel requerido”, en fin, desconfío de aquellos que ocultan lo que verdaderamente sienten, porque no creo que “no sientan”. Me parece que mienten, que ocultan su manera de ver las cosas, que no se juegan por nada ni se animan a manifestar una postura definida. ¿Y por qué juegan con el ocultamiento? En el mejor de los casos, puede ser para preservarse, lo que no está nada mal. Pero en otros casos, la cosa pasa por jugar con Dios y con el diablo o por avergonzarse de lo que realmente piensan. En ambas situaciones ¡patético! Los que ocultan para quedar bien con todos, son desleales, ladinos y tramposos. Los que se avergüenzan, están más para el chaleco. Porque si algo gusta, debería ser bueno y no avergonzar. Aunque también se corre el riesgo de ser protagonista de un chiste para psicólogos:
• ¿Sabés cuál es la diferencia entre un psicótico y un neurótico?
• Que el psicótico cree que dos más dos es cinco y no se lo cuestiona. En cambio, el neurótico dice: Dos más dos es cuatro, pero ¡No lo soporto!
A propósito de los apolíticos, vienen a cuento las palabras de Bertold Bretch: “El peor analfabeto es el analfabeto político. Él no ve, no habla, no participa de los acontecimientos políticos. Él no sabe que el costo de la vida, el precio del poroto, del pescado, de la harina, del alquiler, del calzado o del remedio, dependen de decisiones políticas. El analfabeto político es tan burro que se enorgullece e hincha el pecho diciendo que odia la política. No sabe, el imbécil, que de su ignorancia política nace la prostituta, el menor abandonado, el asaltante y el peor de todos los bandidos que es el político corrupto y lacayo de las empresas nacionales y multinacionales”.
Bretch murió en 1955 pero como buen visionario se adentró en ciertas características del género humano que no responden a épocas determinadas y nos hacen caer en el lugar común: “parece escrito hoy”.
Estos analfabetos terminan convirtiéndose en cómplices de sus propios victimarios. A lo que más se arriesgan es a generalizar: Todos son iguales. Con lo que cometen una terrible injusticia al no discriminar. Porque no siempre discriminar tiene connotación negativa. A veces, es imprescindible hacerlo para no meter a todos los gatos en la misma bolsa. Recordemos el pasaje bíblico en el que se insta a separar la paja del trigo.
Otro sector que me intraquiliza es el de aquellos que siempre tienen una actitud crítico lapidaria para con lo que hacen los demás, dejando entrever que ellos están de vuelta de todo y nadie puede enseñarles nada. ¡Qué necedad! O la otra cara de la moneda: aquellos que adhieren con fanatismo a ciertas figuras presuntamente prestigiosas, solamente porque están de moda, solamente para sentir que pertenecen a determinado grupúsculo y jamás se atreverían a reconocer que no les gusta o que no lo entienden. Me acuerdo de aquella vez en que, en un ataque de coraje, manifesté que no me había gustado una película de Bergman. Fui apostrofada y mirada de reojo. Pero ¡qué alivio! Había dicho lo que sentía.
También puede suceder que estos imparciales realmente lo sean, que les dé lo mismo una cosa que otra, que todo les resulte indiferente. Esos, además de no tener sangre en las venas, me parece que tienen un verdadero problema ético. Y, por supuesto, no les importa.
Pienso que todos estos indefinidos están en grave riesgo, son vulnerables y pueden ser fácilmente chantajeados por algún inescrupuloso que descubra sus verdaderas intenciones. Y, además, son fácilmente corruptibles.
En cambio, el que se planta y dice: “Esto es lo que pienso, en esto creo” es mucho más libre y, aunque Ud. no lo crea, mucho más respetado por sus adversarios.
©Olga Liliana Reinoso
• ¿Sabés cuál es la diferencia entre un psicótico y un neurótico?
• Que el psicótico cree que dos más dos es cinco y no se lo cuestiona. En cambio, el neurótico dice: Dos más dos es cuatro, pero ¡No lo soporto!
A propósito de los apolíticos, vienen a cuento las palabras de Bertold Bretch: “El peor analfabeto es el analfabeto político. Él no ve, no habla, no participa de los acontecimientos políticos. Él no sabe que el costo de la vida, el precio del poroto, del pescado, de la harina, del alquiler, del calzado o del remedio, dependen de decisiones políticas. El analfabeto político es tan burro que se enorgullece e hincha el pecho diciendo que odia la política. No sabe, el imbécil, que de su ignorancia política nace la prostituta, el menor abandonado, el asaltante y el peor de todos los bandidos que es el político corrupto y lacayo de las empresas nacionales y multinacionales”.
Bretch murió en 1955 pero como buen visionario se adentró en ciertas características del género humano que no responden a épocas determinadas y nos hacen caer en el lugar común: “parece escrito hoy”.
Estos analfabetos terminan convirtiéndose en cómplices de sus propios victimarios. A lo que más se arriesgan es a generalizar: Todos son iguales. Con lo que cometen una terrible injusticia al no discriminar. Porque no siempre discriminar tiene connotación negativa. A veces, es imprescindible hacerlo para no meter a todos los gatos en la misma bolsa. Recordemos el pasaje bíblico en el que se insta a separar la paja del trigo.
Otro sector que me intraquiliza es el de aquellos que siempre tienen una actitud crítico lapidaria para con lo que hacen los demás, dejando entrever que ellos están de vuelta de todo y nadie puede enseñarles nada. ¡Qué necedad! O la otra cara de la moneda: aquellos que adhieren con fanatismo a ciertas figuras presuntamente prestigiosas, solamente porque están de moda, solamente para sentir que pertenecen a determinado grupúsculo y jamás se atreverían a reconocer que no les gusta o que no lo entienden. Me acuerdo de aquella vez en que, en un ataque de coraje, manifesté que no me había gustado una película de Bergman. Fui apostrofada y mirada de reojo. Pero ¡qué alivio! Había dicho lo que sentía.
También puede suceder que estos imparciales realmente lo sean, que les dé lo mismo una cosa que otra, que todo les resulte indiferente. Esos, además de no tener sangre en las venas, me parece que tienen un verdadero problema ético. Y, por supuesto, no les importa.
Pienso que todos estos indefinidos están en grave riesgo, son vulnerables y pueden ser fácilmente chantajeados por algún inescrupuloso que descubra sus verdaderas intenciones. Y, además, son fácilmente corruptibles.
En cambio, el que se planta y dice: “Esto es lo que pienso, en esto creo” es mucho más libre y, aunque Ud. no lo crea, mucho más respetado por sus adversarios.
©Olga Liliana Reinoso
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