domingo, 4 de marzo de 2012

MAREMOTO




Lo vi salir del mar. Mensajero de bruma y de gaviota, intrépido hipocampo malversador de algas, con brillos estridentes en los ojos acuosos y salitrando el aire de la costa.
Presagio del encuentro, de la magulladura, de la cópula hirviente con el sol mañanero. Se extendió en las orillas cimbreantes de este contorno ácido de esperas. Con un brazo de espuma merodeó los latidos y con otro, de viento, espolvoreó cenizas y neblinas sobre la boca atónita.
Después su pensamiento erupcionó la tarde y sus pies de metralla desvistieron la rocosa intemperie.
La playa solitaria, mujer de arena y huella, desabrochó su blusa y soltó los cabellos constelados al humo de los barcos.
Hicieron el amor días y noches, gimieron y jadearon, bailaron las canciones del oleaje, fueron crepúsculo y marea y horizonte.
Y después la leyenda, el mito, el vaticinio. Una fuga dantesca y las infamias.
Dolor genuino, nada más.
El mar fue sólo mar. Y la playa, vulgar arena pisoteada.
©Olga Liliana Reinoso

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