Almuerzo - Olga Liliana Reinoso
Olegario ha sido trasplantado a ese sepulcro ventoso por una mujer a la que nunca quiso. Él, porteño de ley, tanguero de tiempo completo, cayó en esta prisión de mentes provincianas.
Sin embargo, sus hijos son un buen motivo para paliar la soledad, que en esas honduras muerde mucho más.
Pero esa mujer lo saca de quicio.
Muchas veces tiene ganas de ahorcarla. Sobre todo cuando llega cargado del supermercado y se encuentra con que ella y los chicos ya comieron: “No te íbamos a esperar, si nunca sabemos lo que vas a hacer.”
La sangre le sube colérica a Olegario. Se le van las manos. Entonces, entra en la cocina y hace un bife a la plancha. Lo come con bronca, masticándola a ella, para que de una vez por todas desaparezca y se vaya por el inodoro, rumbo a las cloacas, hacia “el nunca más.”
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