jueves, 20 de septiembre de 2012

POESÍA Y PROSA ERÓTICA


OLGA LILIANA REINOSO

Hoy me dibujo para vos.

Inauguro miradas y proclamas

salgo a la calle con pancartas para decir te amo.

Y esto es una revolución de sentimientos

que va a cambiar la historia.

(Enferma terminal

deambulo por el mundo con este andar crepuscular.

Agonizante

rasguño las paredes de la ausencia

hasta hendirla con rayos demenciales)

Anestesiame el alma

que de tanto dolerme me apedrea

y soy la Magdalena omnipresente

que te lava los pies,

Jesús del habla.

Practicá la eutanasia de un te quiero

de una verdad tan buena como el vino

tan simple como el pan

tan necesaria como el sol y el agua.

¿Sabés por qué te amo?

Porque acato la ley de lo imprevisto

y porque estaba escrito

que un día este desierto germinara.

Y si no hay luz en tu balcón

si acaso

la luna de tus ojos se eclipsara

o la corriente azul muriera

en alta mar

y nada de lo tuyo llegara en un paquete de colores

hasta el umbral de mi universo entre costillas

yo, con un Federico intergaláctico

entraría en la casa de Bernarda

-luto unilateral, sepulcro vivo-

para incendiar cada recuerdo

y en un salto mortal

desmemoriarme.

© Olga Liliana Reinoso



desvelada



La noche de tu pelo

El incendio voraz de tu mirada

Tu parquedad poblada de erotismo

Tu boca manantial de aguas termales

Me hacen trastabillar en la galaxia

Agónica y fatal donde te evoco.

Quiero tus manos

Que moldeen mi arcilla

Quiero inundarme en barro lujurioso

Quiero comerte a dentelladas leves

Ese letal rasguido que produces.

Sumergirme en tu océano de besos

Multiplicarme en dedos que te rocen.

Quiero lo inmaterial y lo profundo

La savia de tu árbol milenario

La completud que sólo dan tus ojos

Y el remanso después del maremoto.

©Olga Liliana Reinoso





EN EL TÚNEL

(Relato erótico)



El viaje se tornaba insoportable. El traqueteo del tren, lejos de ser acompasado, era francamente desestabilizador. Hacía calor y de tanto en tanto algún mosquito rezagado zumbaba cerca de mi oído como para atrapar la atención. Yo no podía dormir. Me sentía incómoda en esas butacas desvencijadas de los otrora espléndidos ferrocarriles argentinos. Pero no me había quedado otra opción, ya que mis arcas estaban al rojo vivo y debía llegar a mi ciudad al día siguiente. ¡Al día siguiente! Parecía una utopía pensarlo mientras el carromato se deslizaba reptando la llanura más como un animal herido y fatigado que como una grácil gacela devorando distancias.

Yo trataba de imaginar el paisaje pero la oscuridad circundante no contribuía con ese propósito. Ni siquiera era una noche de luna, que bien podría haberme incitado a soñar. De modo que debía resignarme, controlar mi respiración y tratar de superar el largo trecho que aún restaba.

A mi alrededor todos dormían, algunos placenteramente y otros emitiendo diversos sonidos altisonantes y desafinados. El espectáculo no era alentador y tampoco me animaba a encender la macilenta luz de mi asiento para leer, por temor de molestar a alguien.

De pronto, la máquina ingresó en el viejo e interminable túnel que de chica me hacía ilusionar con el tren fantasma. Yo mantenía los ojos inútilmente abiertos porque era imposible divisar nada a cinco centímetros y era tan ensordecedor todo el entorno que no podía distinguir sonidos. Imprevistamente, una mano presionó mi boca ahogándome. Y la otra, desprendió uno por uno los botones de mi blusa de gasa. Inmovilizada, asistí a la sorpresa de una boca voraz mordiendo mis pezones y erectándolos. Un perfume de rosa penetrante se aventuró en mi escote y fui sintiendo lentamente la caricia de los pétalos subiendo y bajando, tocando mis párpados, rozando mi cuello y enredándose entre las magnolias entreabiertas de mis pechos.

Cuando un profundo estremecimiento le indicó al intruso que yo no gritaría porque ya éramos cómplices, dejó mi boca en libertad por un segundo para luego invadirla con su lengua y derramar adentro todo un vaso de miel rubia y caliente.

Sus manos, presurosas, levantaron mi falda y de pronto, como una mariposa que se despereza, sentí aletear sus labios sobre mi clítoris anhelante.

Entonces, mis dedos, que habían permanecido agazapados, arañando el ruinoso tapizado, se precipitaron sobre una tupida cabellera que supuse morena, presionándola con vehemencia.

Agradecí en ese momento el traqueteo, la oscuridad y los ruidos multiformes, porque me permitían mimetizarme y gozar sin pudor de ese regalo inesperado. 

Con deliciosa perversión, el visitante se movía lentamente, para provocar un alud más avasallador. Sus dedos dibujaban arabescos sobre los montículos turgentes y su lengua viajaba perezosa desde el encaje azul hasta la cima, deteniéndose por momentos en el llano, hurgando la hondonada y mojando el camino de uno a otro extremo.

Hasta que ya no pude más y lancé un grito que laceró la noche.

El tren salía del túnel y hubo uno que otro movimiento perceptible en las cercanías. Sofocada y culposa, me acomodé la ropa y el pelo; mi corazón era un caballo indómito haciéndome cabriolas en el pecho. Sentí que todo el mundo me miraba, pero al examinar a mis compañeros de viaje comprobé que la mujer de al lado seguía indecorosamente desparramada en su asiento y el hombre de enfrente no había cambiado de posición.

Poco a poco fui calmándome y recuperando el ritmo respiratorio, pero la sensación de éxtasis no me abandonaba y ni siquiera se me ocurría preguntar qué había ocurrido. Como a un río, dejaba que el placer siguiera fluyendo desde mis venas a mi piel y viceversa.

De más está decir que en el resto del viaje ya no me molestaron los mosquitos, ni el calor, ni la oscuridad. Una absoluta sensación de bienestar se había apoderado de mis sentidos y hasta de mi alma, a tal punto que logré dormirme.





©Olga Liliana Reinoso





EXPECTATIVA



Me quedo sin palabras

aterida

sucumbiendo a las huestes de tu boca

como un animal tímido y sufriente

que tiembla en la espesura del asombro.

Reconozco el perfume

las pisadas

las huellas de la fiebre presurosa

la inagotable certidumbre oscura

de amanecer con pieles renovadas.

Y monto en el caballo de la lluvia

desteñida y azul como un relámpago.

¡Cuánta intemperie! ¡Cuánto escalofrío!

las llagas de tu ausencia se empecinan

y van rasgando mis lúgubres moradas

con espasmódicas caricias que me ahogan.

Sufro porque no estás y cuando llegas

intensamente sufro en tu guarida

no puedo superar la desventura

de tu ambigua presencia de fantasma:

inasible, irreverente, cósmico

aleteas gorrión de mi enrejada

en el triste episodio de una tregua

que va desde tu llanto hasta mi pena.

No lo puedo gritar. Y los reptiles

del silencio me arrastran por las calles

trémula de humedad y desencanto.

No abandono. No renuncio. No huyo.

Permanezco en vigilia.

Y esperando.

©Olga Liliana Reinoso



FRESAS

El agua de la angustia

se escurre hacia el país

de los olvidos.

Un reloj sin aliento

derroca la soledad.

Las fresas de mis pezones

muerden tus labios en llamas

y expertas golondrinas forman nubes de crepúsculo

en tu pelo.

Excavo el grito con mis manos

mandalas y arabescos suspiran mientras tus dedos hurgan

y las uñas rasgan la telaraña del infierno.

Con un abrazo unánime

rompemos la nada

La espera terminó.

©Olga Liliana Reinoso





GRITO DE LUZ

En esta dimensión superlativa

multiplicada en la memoria del abrazo

resurge el grito original.

Y va surcando la primitiva luz.

Todo es posible.

La humanidad emerge de los grises

en ese instante eterno

cuando la sangre inmaterial

no retrocede

y en un ruego carnal

se desintegra.

Es la fiebre indomable

reafirmando la esencia.

Nunca se extingue el fuego

y en una paz violenta

nos calcina.

©Olga Liliana Reinoso



LA VISITA



Ayer me sorprendió. No era discreto.

Era escándalo, vértigo, demencia

era un embotellamiento de temblores

casi fetales y onomatopéyicos.

Subió a mordiscos por mi piel de archivo

desempolvó los viejos cobertizos

germinó en durazneros opulentos

terciopelo y deseo

fiebre y salto.

Yo sé que de mirar hacia tan lejos

se me vuelve distancia la mirada

y no hay muelle en que atraque aquella barca

donde vaga el fantasma que me abraza.

Pero vuelvo del miedo y la resaca

a lucir atavíos presurosos

y en un cosmos onírico, imposible

soy el nuevo arlequín de tanta farsa.

A este huésped de llanto y de saliva

sólo ofrezco el abismo de mi boca

sólo estas manos nómades, gitanas

de trasnochar laúdes incendiarios.

Le doy mi corazón –borracho insomne-

en un rito fatal.

Muerta a sus pies, despavorida o loca

me convertiré en nada.

Cuando parta.

©Olga Liliana Reinoso



LIRA EN BAR MAYOR Y LUJURIA ALLEGRETTO



Una taza humeante

la lluvia envilecida en los cristales

tu voz era un diamante

gorjeos celestiales

mareaban mi libido a raudales.



Tus ojos me cercaban

en el temprano ocaso humedecido

mi boca deseaba

procaz, en tus oídos

saborear tus cristales molidos.



Era la tarde bruma

el sabor del café por cada grieta

rebosante de espuma.

Hasta la acera se quedaba quieta

porque quien mucho abarca poco aprieta.



Una canción ladina

fantasma encadenado a mi pollera

subía por la esquina

de tu enhiesta y valiente cremallera

tirando por los aires la remera.



Mi mano ancló en tu pierna

subió y bajó sin miedo y sin premura

la caricia fue eterna

el mozo nos miraba sin censura.

Digamos: disfrutaba esta locura.



Hubo corte de luces,

la tormenta, solícita, ayudaba

en el baño, de bruces

mi boca en arcabuces:

ímpetu mordedura succión baba.



Llegué a la cima amada

troté por tus praderas incesantes

bebí agua deseada

mis manos maleantes

estrujaron tu piel de caminante.



Volvió la luz, carajo

el bar recuperó su maquillaje

tomamos un atajo

y a guarecernos fuimos, sin peaje

hasta la obscena boca de un carruaje.



Qué modo de gozar

el fuego se expandía en cada grito.

No dejé de remar;

el oleaje del mar era infinito

y recorrí mil veces tu circuito.



Mojados de sudor

nos abrazamos, náufragos del día

me untabas con tu olor

a semen y ambrosía

y eran tus manos nuevas melodías.



De pronto te miré,

casi al pasar te pregunté tu nombre.

- Soy tu amor, regresé.

- ¿Vos querés que me asombre? –

- Dulce panal, apenas sos un hombre.



Salimos bajo el llanto

de los dioses. Me dijiste “llamame”

casi muero de espanto.

Te repliqué: “Buscame,

cuando la urgencia exija que te ame”.

©Olga Liliana Reinoso



Lo vi salir del mar. Mensajero de bruma y de gaviota, intrépido hipocampo malversador de algas, con brillos estridentes en los ojos acuosos y salitrando el aire de la costa. Presagio del encuentro, de la magulladura, de la cópula hirviente con el sol mañanero. Se extendió en las orillas cimbreantes de este contorno ácido de esperas. Con un brazo de espuma merodeó los latidos y con otro, de viento, espolvoreó cenizas y neblinas sobre la boca atónita. Después su pensamiento erupcionó la tarde y sus pies de metralla desvistieron la rocosa intemperie. La playa solitaria, mujer de arena y huella, desabrochó su blusa y soltó los cabellos constelados al humo de los barcos. Hicieron el amor días y noches, gimieron y jadearon, bailaron las canciones del oleaje, fueron crepúsculo y marea y horizonte. Y después la leyenda, el mito, el vaticinio. Una fuga dantesca y las infamias. Dolor genuino, nada más. El mar fue sólo mar. Y la playa, vulgar arena pisoteada. ©Olga Liliana Reinoso



I

Camisón de satén

luces difusas

lento ascenso

un reptar sigiloso hacia la cima.

Y en el momento más impredecible

un aluvión

un maremágnum

gritos.

Seguir trepando

denodada y plena

beber el elixir

de la pequeña muerte.



II

Tomamos un café

como dos buenos amigos.

Pero mis ojos te desnudan.

Una por una van cayendo las prendas

encima del pocillo

en la mesa de al lado

en la bandeja rauda de algún mozo.

Tu boca mira mi boca

me pide tantas cosas

que no le quiero negar.

El incendio es inminente

extrañas convulsiones nos sacuden

llueve por la entrepierna

y un cosquilleo súbito nos sobresalta.

Bajo los ojos

bajo la luz del cuarto.

Mis manos vuelan libremente

se escapan

encallan en tu piel desesperada.

Tomo el último sorbo de café

frío y amargo.

Una bocina me reclama.

Te doy un beso en la mejilla

y lloro. Y lloramos los dos

de tanto amarnos.



©Olga Liliana Reinoso



Lodazal de tu cuerpo incandescente

oleaje prometido

catarata de verbos fecundados

música gris

otoño sabio donde danzan tus cumbres y mi estrella

socavón de tu boca

me sumerjo

bebo la luz que germina de lluvia los eriales

quiero corporizarte a mi costado

las huellas de tu aliento me amanecen

y soy la flor humeante que se parte en dos

te ahueco en mi silencio

culmino el grito orfebre de tus pieles

y entras en mi posada somnolienta

al abordaje

tu olor mi olor es el olor del día

la canción de la calle

tus preguntas ardiéndome el invierno.

Ya no me queda nada, nada me pertenece

soy el último vértigo de un trompo

que se esclaviza en tus praderas con lloviznas

me multiplico y me pierdo y me encuentro

y busco en vano el tiempo del adiós

el escape a la tierra de los solitarios.

Pero estoy aprisionada en tu sonrisa:

tus labios son el ancla

y tus manos el puerto

donde atraco mi barca.



©Olga Liliana Reinoso



En la cornisa de tu boca impura

se columpian mis besos pecadores

igual que un trampolín, dardos de fuego

van mis dedos desnudos y feroces

a hurgar en tus paisajes más ignotos

y urdir secreto mapa sin fronteras

en la isla de tu piel y mi país

bajo la luz astral de la marea.

Quisiera recorrer de punta a punta

tu dédalo fatal y misterioso

perderme en callejones sin salida

ser un pirata que halle su tesoro

y en un pinar donde beba la sombra

que el malecón de tu cintura expía

embriagarme con heliotropos tenues

de tu loción de amor que mi alma aspira.

©Olga Liliana Reinoso





Tu figura de arena

mi más dulce cadena

filigrana de amor sobre mi cama

te escurres de mis manos

dibujo corazones en el agua

para morir de sed en tu mirada.

Sos una playa virgen,sin pisadas

que alimenta mi ardor

mi deseo frutal y constelado

sometida a tus olas

potro bravío, cazador de estrellas.

bailo tu danza bella

en ancas, con los cabellos heridos

del placer que derramas

en el escote añil de mi descuido

cabalgo sin cesar sobre tu grupa

tu mar frugal me inunda

tu boca, caracolas en mis pechos

esculpe melodías

me regala los días

de dicha y de locura

que soñé en lejanía

y me llenó de sol sobre tu vientre.

Hombre unicornio mieles exquisitas

oasis maná la pequeña muerte

abre de par en par mis celosías

y penetra tu viento sin censura

en todos los rincones

de mi cuenco voraz

hasta sentir que muero y resucito.

©Olga Liliana Reinoso







NO TE AMO



No te puedo borrar de mi memoria.

Aquella mirada desposeída mutiló todas mis vergüenzas y viró el timón de mi vida lanzándome a la tempestad.

Me siento desvalida, náufraga, incomunicada, en busca de la isla de tu abrazo, de la barca de tu boca, con una multitud de tiburones en mi sangre, dispuestos a avorazarte lentamente, con la minusvalía de la luz del poniente que palpita de sed.

Vuelan los pájaros de mi deseo hasta la esquina de tu cuerpo, manzana pródiga y prohibida, cita frugal con el silencio que escribe en los barrotes afiebrados de esta luna del nunca para leer mentiras que encienden los luceros mientras viajan en la bicicleta de la noche.

Yo camino descalza por la pizarra del regreso, una estela de tiza me aconseja seguir. Y fibrones de luz recitan el poema insepulto de tus manos.

Bebo el miedo de que jamás hable el teléfono, de que la computadora no me haga el amor, de que ya no sea posible planificar un paraíso.

El cuaderno de mis pensares y sentires es apenas una tormenta de verano. Desordenado, impetuoso. No atiende mis súplicas ni comunica mi desierto.

De una sola cosa estoy segura: no te amo.



EN LA CINTURA DE LA NOCHE

Mi boca es puro oleaje sobre tu cuerpo de cristal. Más que besar, recorre sinuosamente tu universo de cabellos de miel hasta el apocalipsis de tus pies.

No hay lugares ignotos ni rumores secretos. No hay luminosidad ni breva jugosa que me esté prohibida.

Y cuando se dan cita nuestros labios, la fusión es perfecta; el calce, justo; la sed inagotable, la pasión un abismo sin límites ni frenos.

Arde el volcán, su fuego lame las cavernas sin dolor y sin pausa.

Todo se paraliza en derredor y todo bulle. Un silencio revolucionario nos enlaza.

Se unen los cuatro elementos, se contorsionan, vuelven al principio, engendran el futuro, gozan el presente.

No es posible amar tanto una centella. No es posible sentir la mordedura del infierno justo en el punto G del alma.

Te desbordas en mí, me precipito, subes hasta la cima y te desplomas sobre almohadones tibios en el río.

Soy correntada, soy piedra lujuriosa, me bebo a lo vampiro cada gota de tu sangre impoluta y te devuelvo fénix a la vida, orgulloso de vos y de este instante.

Somos un manantial de yerbabuena, somos lavanda, ceibos y jazmines. Amos de una penumbra delictiva, oasis del jardín de las delicias.

Y de pronto te duermes. Mi mundo se ensombrece. Pero poso mis ojos en cada surco de tu cara hermosa, tu confiado reposo entregado a mi vigilia.

Descubro que te amo de una manera indescifrable, abocada, frutal, vino de vida que me unge emperatriz, poeta, amazona, vientre, custodio de tu cuerpo de ángel (aunque digas que no: veo tus alas, me llevas a volar).

Te bebo una vez más, a puro trago, aguardiente feroz en mis entrañas. Y renazco alborotada, nimbada de niñez y de impudicia. Rotas ya las cadenas del escarnio, muerta la esclavitud, sepultado el olvido.

Canto a tu selva memorable, canto al salvaje, al primitivo, al único.



©Olga Liliana Reinoso

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Bienvenida. Te deseo mucha suerte.