Del pubis de la soledad
nació una niña con alas.
No le fueron concedidos
ni la palabra ni el llanto.
Pero al volar, su corazón de alondra
se nutrió con los labios del sol.
Es rubia. Trigo lánguido el pelo
los ojos dos corolas de alelíes.
Su silueta un manantial de fuego
que enciende pasiones en el cielo.
Y ella hace llover lágrimas arduas
de su dolor de arena y viento norte.
Un día nos cruzamos, cara a cara
la vi, me vi, nos vimos malheridas.
Enfermas terminales, tierra yerma
me dio su mano de algodón y púas.
De tanto desamor me hice caníbal
y se mimetizó con mi locura.
Desde entonces somos dos soledades
latiendo un corazón cobarde y único.
Yo le presto mis lágrimas, mi risa
y ella me brinda ramos de alelíes.
Si mi angustia sale a la superficie
desata tormentas de arena.
No vaya a ser que algún desprevenido
descubra tan colosal mentira.
Y vaya por las calles revelando
este secreto que a nadie le interesa.
De tanto andar volando por el mundo
un cansancio letal nos atosiga.
Llega el aterrizaje, ya lo intuyo
nos vamos a estrellar: es el destino.
©Olga Liliana Reinoso
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