II Parte
Un timbre nervioso y una puerta
se abrió. Quedaron frente a frente, con treinta años encima.
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¿Qué hacés por acá?
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Vine a verte.
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Violaste el trato.
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Tantas veces…
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Estás cambiada.
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Vos también.
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¿Qué nos pasó?
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La vida –respondió Lucía con los brazos en jarra
y una sonora carcajada.
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Pero yo ya te avisé que…
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Shhhhh –Lucía se acercó y tapó la boca de Andrés
con el índice y el mayor, surcando toda la comisura tantas veces besada y
mordida.
El casi
enrojeció.
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Yo soy un ermitaño.
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A la fuerza.
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Te lo expliqué: no quiero sufrir más.
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Yo tampoco, por eso vine.
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Estás gorda.
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Por eso, vine a adelgazar, como tu heladera está
siempre vacía.
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¿??????????
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Si sos un arenque, pelado y sin dientes.
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Seguís pendenciera.
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Y además, ni se te debe parar.
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Desafiante, no cambiaste.
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Algunas cosas sí. Ahora sé lo que quiero.
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¿Y qué es lo que querés?
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A vos.
Ahora Andrés
enrojeció del todo, carraspeó. Extendió la mirada por el parque. Pero al final
sus ojos se encontraron.
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Y tus modales ¿dónde fueron a parar?
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Ah, perdón. Dame tu bolso. Y pasá, pero…
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¿Qué?
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Si entrás a mi casa, entrás a mi vida y ya te
dije que…
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Yo tampoco quiero sufrir más.
La puerta se
cerró detrás de ellos. Y no me pidan que les cuente más. Busquen el CD de Luis
Miguel y háganle los retoques convenientes, que esta historia no terminó.
Recién empieza.
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Bienvenida. Te deseo mucha suerte.