Las cortinas de terciopelo. Se envolvió con ellas. Cuánto
las había extrañado.
Su sofá de cretona, áspero, sensual. La mullida alfombra
sobre la que tantas veces había hecho el amor con Manuel. La mesa ratona, de
madera deslizante como un tobogán.
La tela rugosa del cuadro que cubría la pared izquierda,
el vaso de cristal frío, con whisky hasta el borde. Las cápsulas sedosas,
aceitosas, letales. Una, tres, cinco, diez, se deslizaron en su garganta sin
rasparla, mientras el whisky las arreaba hasta el destino final.
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