©Olga Liliana Reinoso
Una de las tantas injusticias sociales que ha debido soportar -y peligrosamente soporta- la mujer, es la violencia doméstica. Y me refiero no sólo a lo que sucede en el ámbito de su hogar con las agresiones físicas y psíquicas que ponen en riesgo su vida y equilibrio mental, sino a la indiferencia, producto de la ignorancia, que el resto de la sociedad le hace padecer. Es decir, además del maltrato humillante del que es víctima, siente un total desamparo, ya que ni las instituciones –salvo honrosísimas excepciones- ni las personas de su entorno cercano: parientes, amigos, son capaces de tenderle la mano que necesita.
Cuesta creer que en el siglo XXI todavía se sostenga ese falso principio de que se trata de un tema de índole privada en el que no hay que involucrarse. Cuando una persona está en peligro, no existen alambradas que impidan ayudar. Pero para lograr esto, como en tantas otras “enfermedades de la sociedad”, es necesario educar: lo que mata es no saber.
¿Y qué es lo que no sabemos? Primero, reconocer los síntomas de una mujer golpeada, luego asumir que nadie se queda por placer sino por pánico, que la violencia hogareña no es una controversia familiar sino un abuso de poder en el que caen personas psíquicamente enfermas y que los pedidos de perdón no son más que treguas para preparar un nuevo ataque que seguramente va a ser peor y hasta puede ser el último.
Un hombre que golpea a su mujer y/o a sus hijos es un enfermo, hay que decirlo sin eufemismos. Ninguna actitud justifica la violencia, el que debe acudir a la “fuerza bruta” para hacerse valer, no vale nada.
Seguramente puede venir alguien a decir que también hay casos en que son las mujeres las que ejercen la violencia. Los hay, pero los porcentajes son muy poco significativos.
Y esto no quiere decir que los hombres son más malos. Lamentablemente, se trata de erróneas pautas culturales que incitan al varón desde la niñez a ser más agresivo, con todo lo que eso implica: ganador, conquistador, en definitiva, macho. Nunca llorar, nunca mostrar debilidad o ternura, porque esas “son cosas de minas y vos no sos ningún maricón”.
Craso error, siempre pensé que esa fue la peor parte que les tocó en el reparto. Y aunque parezca chiste, incide en muchas enfermedades gastrointestinales y en cardiopatías varias. ¿Nunca les dijeron que un hombre genuinamente tierno es irresistible?
Existe en nuestra provincia una nueva ley sobre violencia doméstica que me parece una joyita por la forma en que ha encarado el tema y porque contempla la posibilidad de la identidad reservada para los testigos, facilitando así la participación y el compromiso solidario de cualquier ciudadano bien nacido. Pero una ley no alcanza sino se la aplica correctamente, se la respeta y fundamentalmente se la hace conocer. La diputada Russel ha venido a Pico con esa misión y quienes estuvimos presentes debemos ser constantes agentes multiplicadores, porque el flagelo persiste y se expande. También es alarmante la violencia escolar que esta ley incluye.
Es que vivimos en una sociedad impiadosa que nos castiga permanentemente, pero debemos tener en claro que desquitarse con los más débiles no sólo no soluciona las cosas sino que las empeora y engendra nuevas víctimas. De las frustraciones cotidianas no son culpables la mujer ni los hijos, ellos son aliados no enemigos.
Lo que pasa es que nuestra sociedad ha deteriorado gravemente su salud mental. Y en esto nadie puede tirar la primera piedra.
Una de las tantas injusticias sociales que ha debido soportar -y peligrosamente soporta- la mujer, es la violencia doméstica. Y me refiero no sólo a lo que sucede en el ámbito de su hogar con las agresiones físicas y psíquicas que ponen en riesgo su vida y equilibrio mental, sino a la indiferencia, producto de la ignorancia, que el resto de la sociedad le hace padecer. Es decir, además del maltrato humillante del que es víctima, siente un total desamparo, ya que ni las instituciones –salvo honrosísimas excepciones- ni las personas de su entorno cercano: parientes, amigos, son capaces de tenderle la mano que necesita.
Cuesta creer que en el siglo XXI todavía se sostenga ese falso principio de que se trata de un tema de índole privada en el que no hay que involucrarse. Cuando una persona está en peligro, no existen alambradas que impidan ayudar. Pero para lograr esto, como en tantas otras “enfermedades de la sociedad”, es necesario educar: lo que mata es no saber.
¿Y qué es lo que no sabemos? Primero, reconocer los síntomas de una mujer golpeada, luego asumir que nadie se queda por placer sino por pánico, que la violencia hogareña no es una controversia familiar sino un abuso de poder en el que caen personas psíquicamente enfermas y que los pedidos de perdón no son más que treguas para preparar un nuevo ataque que seguramente va a ser peor y hasta puede ser el último.
Un hombre que golpea a su mujer y/o a sus hijos es un enfermo, hay que decirlo sin eufemismos. Ninguna actitud justifica la violencia, el que debe acudir a la “fuerza bruta” para hacerse valer, no vale nada.
Seguramente puede venir alguien a decir que también hay casos en que son las mujeres las que ejercen la violencia. Los hay, pero los porcentajes son muy poco significativos.
Y esto no quiere decir que los hombres son más malos. Lamentablemente, se trata de erróneas pautas culturales que incitan al varón desde la niñez a ser más agresivo, con todo lo que eso implica: ganador, conquistador, en definitiva, macho. Nunca llorar, nunca mostrar debilidad o ternura, porque esas “son cosas de minas y vos no sos ningún maricón”.
Craso error, siempre pensé que esa fue la peor parte que les tocó en el reparto. Y aunque parezca chiste, incide en muchas enfermedades gastrointestinales y en cardiopatías varias. ¿Nunca les dijeron que un hombre genuinamente tierno es irresistible?
Existe en nuestra provincia una nueva ley sobre violencia doméstica que me parece una joyita por la forma en que ha encarado el tema y porque contempla la posibilidad de la identidad reservada para los testigos, facilitando así la participación y el compromiso solidario de cualquier ciudadano bien nacido. Pero una ley no alcanza sino se la aplica correctamente, se la respeta y fundamentalmente se la hace conocer. La diputada Russel ha venido a Pico con esa misión y quienes estuvimos presentes debemos ser constantes agentes multiplicadores, porque el flagelo persiste y se expande. También es alarmante la violencia escolar que esta ley incluye.
Es que vivimos en una sociedad impiadosa que nos castiga permanentemente, pero debemos tener en claro que desquitarse con los más débiles no sólo no soluciona las cosas sino que las empeora y engendra nuevas víctimas. De las frustraciones cotidianas no son culpables la mujer ni los hijos, ellos son aliados no enemigos.
Lo que pasa es que nuestra sociedad ha deteriorado gravemente su salud mental. Y en esto nadie puede tirar la primera piedra.
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