Hace un tiempo charlaba con amigos acerca de la envidia y decidí investigar, porque me gusta tocar sabiendo y no tocar por tocar.
Así, descubrí que la envidia es el peor de los pecados capitales porque el resto tiene un buen lado opuesto: soberbia/autoestima; pereza/descanso y así sucesivamente. La única excepción es la envidia. Para la envidia nunca hay buen lado posible. Por eso tantos la disfrazan. Jacinto Benavente dice: “Es tan fea la envidia que siempre anda disfrazada, y nunca más odiosa que cuando pretende disfrazarse de justicia”.
Etimológicamente proviene del vocablo latino invidia: mirar con malos ojos. Unamuno la explicaba como in – vidiare: Un no ver. No ver los méritos propios. Y sentir tristeza ante el bien ajeno al que se considera un mal propio. Se tiende a valorar en los demás aquello que nos falta sin ponernos a pensar en todo lo que tenemos. Si de noche lloras por el sol no verás las estrellas (R. Tagore).
Suelen ser envidiosos los ambiciosos de honores y puede darse tanto en las personas físicas como en los grupos o colectividades.
Por envidia mató Caín a Abel. Por envidia Colón regresó encadenado a España.
Ovidio se manifestaba así sobre el envidioso: “Vuélvese pálido el rostro, mústiase todo el cuerpo, incapaz de recto mirar, la dentadura cubierta de sarro, de bilis el pecho, de veneno la lengua”.
La envidia –según Melanie Klein- no soporta la energía creadora. Sin embargo, un mensaje negativo que solamente aporte al receptor la inutilidad de su existencia, además de la agresividad psicopática de quien perdió el tiempo emitiéndolo, puede resultar muy positivo si uno lo sabe leer sin caer en la trampa. Porque nos abre los ojos, nos hace mirar de otra manera al que así actúa y revela su actitud destructiva que estaba escondida detrás de una máscara social. Para decirlo claramente, la envidia desenmascara las miserias humanas.
Dicen los especialistas que, además, puede crear ansiedad, trastornos del apetito y del sueño, y diversas alteraciones más.
El envidioso adopta una postura defensiva que se traduce con modos irónicos, altaneros, fríos y distantes, e incluso, de menosprecio hacia los demás. Y parece ser que la envidia más perniciosa es la que sentimos del hermano, amigo, del compañero de estudios o trabajo, del vecino, porque simplemente han aprovechado mejor sus oportunidades. Sería maravilloso extraer del éxito ajeno conclusiones adaptables a nuestra manera de ser.
El envidioso nunca reconoce, ni siquiera en su fuero íntimo, que padece envidia. Porque denota un sentimiento de inferioridad que no se debe a todo aquello que carece sino a que no sabe valorar lo que tiene. Y entonces se esconde, jamás da la cara, repta a través de la murmuración, pero siempre a espaldas de quien se quiere lastimar o “sacarse de encima”. El envidioso usa la estrategia de sembrar dudas sobre la persona a la que desea perjudicar. No dice las cosas directamente sino que las envuelve en el papel celofán de la sospecha para que haga el mayor ruido posible.
La envidia es el mal de los débiles de espíritu que también tienen enfermo el corazón. Por eso caen en otras faltas como la difamación, la calumnia y la alegría perversa del mal ajeno.
Hay que tener cuidado porque muchas veces, sin saberlo, estamos a merced de los envidiosos. Aunque, volviendo a Unamuno, no se puede vivir si no se es envidiado y envidioso por aquello de que si la envidia fuera tiña...
De una hipotética carta de la humildad a la envidia extraje estos párrafos:
“Por envidia se le despoja de dignidad a la persona honrada.
Por envidia se levantan falsos testimonios.
Por envidia se ponen “zancadillas” a compañeros confiados.
Por envidia se arremete contra un inocente.
El envidioso envidia al pobre porque vive sin ataduras; envidia al rico porque puede disfrutar de todo; envidia al bueno, porque su bondad atrae a las personas; envidia al malo porque cree que su maldad lo hace feliz; envidia al inteligente porque lo cree superior a él; envidia al necio porque piensa que es feliz en su ignorancia... El envidioso siempre encuentra motivos de envidia…”
Hay un proverbio árabe que reza: Castiga a los que tienen envidia, haciéndoles bien.
Y un hermoso consejo que alguna vez leí: No intrigue, no sea chismoso, haga méritos trabajando honradamente, aprenda a elevarse por sí mismo sin voltear a nadie. Los méritos quitados a los demás no se suman a los propios.
©Olga Liliana Reinoso
Hola, tropecé con tu blog de casualidad buscando una imagen que ilustrara un pensamiento mío.
ResponderEliminarMe fue muy grato encontrarme con tu escrito.Tus palabras me abrieron diferentes senderos que quiero explorar.
Gracias =O)