Una taza humeante
la lluvia envilecida en los cristales
tu voz era un diamante
gorjeos celestiales
mareaban mi libido a raudales.
Tus ojos me cercaban
en el temprano ocaso humedecido
mi boca deseaba
procaz, en tus oídos
saborear tus cristales molidos.
Era la tarde bruma
el sabor del café por cada grieta
rebosante de espuma.
Hasta la acera se quedaba quieta
porque quien mucho abarca poco aprieta.
Una canción ladina
fantasma encadenado a mi pollera
subía por la esquina
de tu enhiesta y valiente cremallera
tirando por los aires la remera.
Mi mano ancló en tu pierna
subió y bajó sin miedo y sin premura
la caricia fue eterna
el mozo nos miraba sin censura.
Digamos: disfrutaba esta locura.
Hubo corte de luces,
la tormenta, solícita, ayudaba
en el baño, de bruces
mi boca en arcabuces:
ímpetu mordedura succión baba.
Llegué a la cima amada
troté por tus praderas incesantes
bebí agua deseada
mis manos maleantes
estrujaron tu piel de caminante.
Volvió la luz, carajo
el bar recuperó su maquillaje
tomamos un atajo
y a guarecernos fuimos, sin peaje
hasta la obscena boca de un carruaje.
Qué modo de gozar
el fuego se expandía en cada grito.
No dejé de remar;
el oleaje del mar era infinito
y recorrí mil veces tu circuito.
Mojados de sudor
nos abrazamos, náufragos del día
me untabas con tu olor
a semen y ambrosía
y eran tus manos nuevas melodías.
De pronto te miré,
casi al pasar te pregunté tu nombre.
- Soy tu amor, regresé.
- ¿Vos querés que me asombre? –
- Dulce panal, apenas sos un hombre.
Salimos bajo el llanto
de los dioses. Me dijiste “llamame”
casi muero de espanto.
Te repliqué: “Buscame,
cuando la urgencia exija que te ame”.
©Olga Liliana Reinoso
la lluvia envilecida en los cristales
tu voz era un diamante
gorjeos celestiales
mareaban mi libido a raudales.
Tus ojos me cercaban
en el temprano ocaso humedecido
mi boca deseaba
procaz, en tus oídos
saborear tus cristales molidos.
Era la tarde bruma
el sabor del café por cada grieta
rebosante de espuma.
Hasta la acera se quedaba quieta
porque quien mucho abarca poco aprieta.
Una canción ladina
fantasma encadenado a mi pollera
subía por la esquina
de tu enhiesta y valiente cremallera
tirando por los aires la remera.
Mi mano ancló en tu pierna
subió y bajó sin miedo y sin premura
la caricia fue eterna
el mozo nos miraba sin censura.
Digamos: disfrutaba esta locura.
Hubo corte de luces,
la tormenta, solícita, ayudaba
en el baño, de bruces
mi boca en arcabuces:
ímpetu mordedura succión baba.
Llegué a la cima amada
troté por tus praderas incesantes
bebí agua deseada
mis manos maleantes
estrujaron tu piel de caminante.
Volvió la luz, carajo
el bar recuperó su maquillaje
tomamos un atajo
y a guarecernos fuimos, sin peaje
hasta la obscena boca de un carruaje.
Qué modo de gozar
el fuego se expandía en cada grito.
No dejé de remar;
el oleaje del mar era infinito
y recorrí mil veces tu circuito.
Mojados de sudor
nos abrazamos, náufragos del día
me untabas con tu olor
a semen y ambrosía
y eran tus manos nuevas melodías.
De pronto te miré,
casi al pasar te pregunté tu nombre.
- Soy tu amor, regresé.
- ¿Vos querés que me asombre? –
- Dulce panal, apenas sos un hombre.
Salimos bajo el llanto
de los dioses. Me dijiste “llamame”
casi muero de espanto.
Te repliqué: “Buscame,
cuando la urgencia exija que te ame”.
©Olga Liliana Reinoso
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