sábado, 25 de febrero de 2012

SALZANO 25/2/2012

Quiénes y cúando
Memorias del subdesarrollo. ¡Ea, intendente, ese logotipo no se toca! Daniel Salzano.
25/02/2012 00:01 , por Daniel Salzano0Reportar abuso...Memoria etológica . Chupar una naranja, pelar una mandarina, escupir las pepas, flupt, flupt, robar uvas, higos, moras, sandías, meternos dos melones debajo del pulóver y hablar con voz de mariquita, sacudiendo las caderas tal como las movían las chicas del subdesarrollo.

Escuchar la radio tumbado sobre la alfombra del living y, cada tanto, probar fortuna cantando un bolero debajo de la ducha: “Quiero tenerte muy cerca / mirarme en tus ojos / verte junto a mí / piensa que tal vez mañana / yo ya estaré lejos / muy lejos de aquíiiiiiiii”.

Las duchas del subdesarrollo: levantábamos la cabeza y no la bajábamos hasta que el agua nos llenaba la boca.

Éstas son las memorias del subdesarrollo. Dios mío, no permitas que las escriba mal.

Memoria pura. La chica del millón de dólares del subdesarrollo era, por lo general, la chica de al lado.

Ya no existen chicas. Ni lados. Y ya que estamos, también han desaparecido las cajas de metal litografiadas en tecnicolor: galletitas Mil Delicias, té Melka, caramelos Tofi. Si yo he comido todas esas galletas y todos esos caramelos, ¿por qué sufro todavía?

El olor a cuero que despedía la talabartería Alonso, la de la calle Humberto Primero.

¿Cómo se llamaba el caballo blanco trucho bello bello que hacía guardia en la puerta del negocio? Se llamaba Tincho. Me lo dijo don Alonso. Yo le dije que Tincho era nombre de perro y él asintió con la cabeza. Después me regaló una docena de tachuelas para cancherear el agujero del balero.

Memoria introspectiva . El olor de la calle Lima, el de la heladería Venezia: vainilla y chocolate, limón y granizado, frutilla y crema americana. La Venezia, como todas las heladerías, nació a partir de un sueño. Todavía conservo los labios morados, no sé si porque tengo enfermo el corazón o porque el helado de frambuesa me los dejó marcados.

La ambrosía soñada por Chammás: dulce de leche, harina, azúcar y huevos de gallina.

Mi viejo, que la iba de Gardel con las ninfas del subdesarrollo, me daba consejos: “Si te gusta una chica, llevale a la madre media docena de alfajores”. Nunca me gustaron las madres de las chicas. Todavía no me gustan. Apenas me ven y se les erizan los pelos del pescuezo. Era inútil que pronunciara las eses. O que me pusiera corbata. Ellas, las madres, ponían a hervir ajos en la cocina para fumigarme. Conocí a una suegra cuya perfidia me hacía llorar. En lugar de llamarme Daniel, me llamaba Ernesto.

–No vuelvan tarde, Ernesto.

Ella es una de las cinco patadas en el culo que pienso pedir como gracia al llegar al paraíso.

El amor del subdesarrollo consistía en introducir una rodilla entre las rodillas de la mujer amada y jadear como un búfalo en un extremo del zaguán. Los rugidos eran tan auténticos y poderosos, que la araña del living oscilaba y el piso retumbaba como el mar.

Las rodillas del subdesarrollo eran dos bochas de bowling pegadas con cemento.

Memoria perceptiva. Voy a mencionar, con los ojos vendados, tres pilares del subdesarrollo: manteca Paz, bizcochos Canale y Gary Cooper, un modelo inalcanzable para los niños del subdesarrollo. Medía 1,90. Y caminaba con la perfección de una bailarina del far-west . Burt Lancaster, no. A Lancaster, en cambio, le pedías prestado el caballo para ir hasta la esquina y te lo prestaba:

–Después lo desensillás y lo llevás al establo.

–Gracias, Burt.

Gary Cooper nos enseñó a caminar con la hidalguía de un caballero y Burt Lancaster a encender un fósforo pellizcando la cabeza entre la uña del pulgar y el pantalón vaquero.

Mierda, ya no uso vaqueros y he dejado de fumar.

Más pilares: las rodilleras Prócer, la escoba de 15, los bifes de marucha, la propalación Saturno, el cine de la calle Bulnes y el vestido rojo de Eva Perón flameando en el andén del último vagón del tren más famoso de Argentina. Yo la vi. Era una mujer color marfil de cejas debiluchas y unos ojos oscuros y brillantes. De los zapatos no puedo decir nada, porque no llegué a verlos a causa del gentío.

El rumor afirmaba que, desde el tren, iba a repartir juguetes: pelotas Pulpo, pistolas Rebo, camioncitos de bomberos, mecanos y camisetas del seleccionado. Si mi viejo se hubiera enterado de que yo me había escapado de casa para ir a tirarle la manga a la Jefa Espiritual de la Nación, me hubiera dado un par de toques con el Tónico Negro.

El Tónico Negro era un cinturón de cuero crudo que se utilizaba en casos muy severos.

Todavía debe andar por ahí. Mi papá, no.

Memoria artificial. La sidra Tunuyán era el único champán que vendía el almacenero de la esquina y, según la más arraigada tradición, se bebía únicamente en Navidad.

Navidad, niños, dadme unos renglones de ventaja para poder hablar de la Navidad. Mejor dicho, del pesebre que fabricábamos atando con alambre dos cajones de manzanas deliciosas: hombrecitos de plástico, grandes copos nevados de algodón Estrella, un burro sin orejas, un buey de ojos azules, un tanque de guerra, dos ovejas, pastores de plastilina, un camión de bomberos y una ambulancia con la cruz roja dibujada sobre el techo.

José era un santo de trapo con sotana, y la Virgen, una muñeca oxigenada a la que embellecíamos de prepo cubriéndole el rostro con una foto de Elizabeth Taylor. Y ahora, atención, observad a los Reyes Magos, que no eran tres sino cuatro: el de espadas, el de oros, el de copas y el de bastos. La ambulancia del subdesarrollo ululaba sin cesar por los alrededores de Belén y cada dos minutos había que darle cuerda. Nos turnábamos. Dale, loco, ahora me toca a mí.

Hace medio siglo que me moría de ganas de decirlo nuevamente: “Dale, loco, ahora me toca a mí”.

Memoria principal. En las bibliotecas del subdesarrollo, había nada más que cuatro libros: Pinocho , Los tres mosqueteros , Azabache y La isla del tesoro , todos y cada uno de ellos maculados con grandes manchas de café con leche. Durante la merienda del subdesarrollo, estaba permitido tomar la leche y leer al mismo tiempo. La isla del tesoro era el único que incluía ilustraciones: piratas desbordados discutiendo las órdenes de Silver agitando unas espantosas cimitarras.

Los diccionarios del subdesarrollo no incluían la palabra “cimitarra”.

El Teatro Comedia ya no existe, pero en los años dorados del subdesarrollo funcionaba como un templo para los hechiceros del show business : Fasman, Electrum, Tu Sam y el profesor Nico, que con los dedos apoyados en las sienes, era capaz de repetir, pero al revés, cualquier palabra que le propusiera el respetable:

–Neurosis.

–Sisoruen.

¡Bravo maestro!

Memoria olfativa. Jazmines del cielo, coronas de novia, alcohol alcanforado y los vahos de spray que escupía Cachita, peluquera patriótica y nacionalista que sujetaba un retrato del Potro en el ángulo derecho del espejo principal. Mi mamá, cuando iba a la peluquería, cerraba los ojos para no verlo. Lo hacía por disciplina partidaria y por amor a mi papá:

–Che, mamá, ¿me podés decir qué se ama cuando se ama?

Las espigas de San Cayetano, los churros de la feria y el rollo de papel higiénico que, convenientemente arrojado desde el pullman del cine Cervantes, trazaba en el espacio una irrefutable paráfrasis de la vida.

Sopa, puré, bife, una manzana y, para terminar, por Elevedós, El León de Francia , la novela. El León era un espadachín de cuidado, un jinete corajudo y un gavilán pollero que seducía a las mujeres a cambio de una rosa.

¿Y por qué le habré puesto León a mi único hijo?

Memoria inmediata. La cabeza cuadrada del “Mono” Gatica oculta por una nube de talco perfumado en la peluquería del Pasaje Muñoz.

Pasaje Muñoz: túnel de 100 metros cavado en las entrañas del cuaternario diaguita.

Primer final: memoria del frac azul de Jorge Arduh, el fantasista del teclado, exhibido vistiendo el maniquí de la tintorería Palermo.

Segundo final: memoria de los dos primeros versos de una canción de McCartney que nadie quiso grabar porque Los Beatles habían desaparecido.

“Tengo miedo de dormir solo / con el diario en la mesa de luz / es terrible como una lámpara / o como un balde de hielo”.
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