lunes, 14 de octubre de 2013

EL LABERINTO DE LOS ARGENTINOS



Cuando la noticia llegó a Ginebra, el encargado cultural de la embajada argentina en Suiza corrió alborozado a contársela.
- Borges, se firmó el decreto para su repatriación. Pronto podrá volver a la Argentina.
Inmutable, Borges pareció no escuchar.
El funcionario continó, alborotado y efusivo.
- Es un acto de justicia, maestro. Usted debe descansar en su tierra. Usted es argentino. Además hay que demostrarles a aquellos cretinos que eran todas mentiras eso de no querer morirse allá. Fueron circunstancias y ahora llegó el momento de la gran reparación histórica...
El escritor, molesto por tanta verborragia injustificada, salió de su mutismo y preguntó:
- Pero...¿usted está seguro de que los argentinos quieren que yo regrese?
- ¡Por supuesto! Aunque un poco tarde, su prestigio ha crecido de manera considerable. Sobre todo a partir de 1999, cuando usted cumplió cien años. Ahora todo el mundo lee sus obras y se hacen seminarios sobre su literatura y se filman películas con su vida y los chicos que navegan por Internet descubren sus poemas y los repiten y...
- No abuse de la polisíndeton.
- ¿Cómo...cómo dice?
- Que me parece una exageración.
- Pero qué dice, usted se lo merece. Y mucho más. Además, lo necesitamos. El país está en crisis y el gobierno tiene que sensibilizar a la gente con un gesto a lo grande. Y por otra parte, volverá a estar cerca de aquella manzana de Palermo. El presidente ya está imaginando el discurso con que va a recibirlo.
- Esas son naderías, jovencito. Y ahora, si me disculpa...
- Borges retornó al silencio, pero algo como un aguijón de nostalgia le presionaba el pecho.
- No nos une el amor sino el espanto –musitó entrecortadamente y sintió que, otra vez, lo único que faltaba era la vereda de enfrente.

Comenzaron los trámites burocráticos del traslado mientras la prensa aprovechaba el hecho para transformarlo en una nueva contienda política y los miembros de los diferentes partidos sacaban a relucir viejos rencores a través de los cuales sólo asomaban las mezquindades humanas pero la literatura borgeana era la gran ausente. Algunos se preguntaban si todo ese movimiento tenía sentido, si el retorno de Borges los haría un poco mejores o volverían a las andadas después de las ceremonias. Entretanto, en Ginebra, el anciano escritor seguía dudando. ¿Cómo era esto de que su literatura se había vuelto tan popular? ¿Qué había pasado? Acaso simplemente los argentinos seguían fieles a esa costumbre necrofílica de honrar más a los muertos que a los vivos...
Una tarde, cuando ya estaban ultimando los detalles de su regreso, Borges inquirió ante el entusiasta empleado consular:
- Joven, perdone mi ignorancia. Usted me habló de Internet...
- Sí, maestro, Internet es una red compuesta por millones de computadoras distribuidas por todo el mundo; es la ví de acceso a una amplia gama de información y servicios. Los jóvenes son los que más la usan y gracias a eso lo han descubierto a usted...
- ¿Y podría recordar qué poemas gustan a los jóvenes?
- Hay dos, especialmente, que los tienen atrapados. Hasta han hecho posters para regalar o colgar en sus cuartos. Se llaman “Instante” y “El árbol de los amigos”.
La mano del viejo hombre de letras se crispó sobre el bastón. No entendía el humor de su interlocutor, pero como quien se aferra sin saber o sin querer a una esperanza, él esperaba el remate de ese chiste de mal gusto. Que no llegó.
- No sé de qué me habla.
- No me diga, Borges, que no se acuerda de haber confesado que comería más helados o daría más vueltas en calesita y que andaría descalzo desde comienzos de la primavera...
A esta altura, la conversación se había vuelto insostenible. Borges no disimulaba su malestar, ante el azoramiento del funcionario público que no comprendía lo que pasaba. En un murmullo apenas audible, dijo:
- Jamás escribí algo así, jamás podría haberlo escrito. Ni yo, ni el Otro ...No puedo regresar.
Y cerró los ojos.

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