lunes, 31 de marzo de 2014

ANTESALA


Como una calle
cuando pasa la lluvia:
hojas suicidas
papeles huérfanos.
Así queda mi mente
después de hablar con vos.

©Olga Liliana Reinoso

jueves, 13 de marzo de 2014

DIME DE QUÉ ALARDEAS

La soberbia no es, en lo más mínimo, un síntoma de grandeza.
En los jóvenes, es síntoma de ignorancia; y en los viejos, de decadencia.
Como dice un sabio refrán “dime de qué alardeas y te diré de qué careces”. Seguramente, quienes se pavonean de ser los dueños de la verdad, sólo se refieren a su minúscula y mezquina verdad.

No siempre luchar por un objetivo implica nobleza, cuando el propósito que se persigue es, simplemente, la reivindicación de un interés particular y fragmentado.

Para que la lucha ennoblezca y dignifique, sería bueno tener claro, en primer lugar, contra qué se lucha. Porque solemos enredarnos en parcialidades que solo favorecen al verdadero enemigo, a quien nuestra necedad termina beneficiando.

Esa actitud, ese posicionamiento, dista mucho de ser inteligente, ergo, quienes así actúan no son tan inteligentes como pretenden mostrar.

La mezquindad, el egoísmo, la falta de solidaridad, son malas compañías, nada recomendables para las grandes empresas humanas.
Además, cuando uno está realmente seguro de su capacidad y de su talento, puede hacer frente a todos los contratiempos, porque tiene con qué.

Si necesitamos opacar a otros para brillar, algo malo está sucediendo.
Si necesitamos pavonearnos a los cuatro vientos diciendo lo buenos que somos, no lo seremos tanto.
La verdadera justicia no sabe de grupúsculos o elite. Es generosa, es amplia, contempla a todos los sectores.
Es cierto que los argentinos no tenemos experiencia –buena experiencia- en este sentido, pero si nos pasamos la vida reclamando justicia, no seamos injustos. Porque eso es, como mínimo, una grave contradicción. Y la soberbia, además de pecado capital, es un acto de injusticia.

 Si cada sector se considera el dueño del saber y la verdad, eso ya es una gran mentira.
Y es hora de acabar con la horrible generalización. No seamos tan cómodos ni tan simplistas. No todos los piqueteros son violentos, ni todos los políticos son corruptos, ni todos los empleados públicos son “Ñoquis”, ni todos los maestros trabajan solamente cuatro horas, ni todos los peronistas, ni todos los radicales, ni todos los abogados, ni todos los universitarios, ni todos los porteños, ni todos los pampeanos o los mendocinos, o los cordobeses... y así podríamos seguir por horas. Lo único más o menos cierto es que hay buena gente en todos lados y que también hay gente mala en todos lados y lo que es aún más importante, todos somos un poco buenos, un poco malos, o al menos, tenemos defectos y virtudes. Pero nadie es perfecto. Y si alguien lo fuera que se anime y tire la primera piedra.  Aunque tal vez corra el riesgo de que le pase lo que cuenta Mario Benedetti en “Avicultura”:

Yo soy el pájaro, dijo un pájaro
hasta que el gato lo cazó al vuelo
y lo exhibió como un trofeo.

Yo soy un pájaro, rectificó el pájaro
pero a esta altura la humildad
no le sirvió de nada.
Olga Liliana Reinoso

CONFESIONES ACALLADAS



©Olga Liliana Reinoso

¿Sabés por qué me río de lo que decís?
Porque así disimulo mi ignorancia.
¿Sabés por qué critico?
Porque tengo que canalizar la envidia que me corroe cuando veo que otros se destacan “per se” y yo sigo en el anonimato.
¿Sabés por qué hago comentarios ácidos?
Porque pretendo barnizar con ironía lo que es simplemente maldad.
¿Sabés por qué desacredito a los demás?
Porque no estoy a su altura, pero no puedo asumirlo.
¿Sabés por qué borro con el codo lo que escribo con la mano?
Porque soy un farsante y, además, un cobarde.
¿Sabés por qué te desprecio y te ignoro?
Porque eso me da aires de superioridad. Y también porque soy mezquino y egoísta.
¿Sabés por qué te boicoteo?
Porque soy mediocre y no quiero que te luzcas.
¿Sabés por qué te mato? - dijo la serpiente a la luciérnaga - porque no puedo soportar tu brillo.
Si tuviéramos un detector de verdades, éstas serían algunas de las verdades que podríamos descubrir.
Y muchos hallarían en estas respuestas, la explicación a tantas actitudes dañinas, a tanto obstáculo, a tantos palos en la rueda.
Pero la hipocresía que todo lo recubre, sumada a la negación de los defectos propios y al agigantamiento de los ajenos, hace que este proceso saludable nunca se concrete.
Y así se continúa por la vida: mintiendo a destajo y, lo que es peor: mintiéndose a sí mismo.
Habría que investigar:
  • ¿Qué debilidad acusa el que se burla de los otros y hace de ese gesto su mayor diversión?
    • ¡Qué poquita cosa es quien necesita agrandar los errores ajenos para disminuir los propios!
    • ¿Qué deuda no saldó?
    • ¿Quién le impidió encontrar su verdadero camino?
    • ¿Quién le hizo creer que, si mancilla a los demás, podrá lavar su alma percudida?
    • Que nadie imagine que las virtudes quitadas a otro pasan a engrosar su propio bagaje.
Dice un texto, cuya autoría se atribuye a Baltasar Gracián:
“Triste cosa es no tener amigos. Pero más triste debe ser no tener enemigos. Porque quien enemigos no tiene, señal es que no tiene talento que le haga sombra, ni carácter que le abulte, ni valor que le teman, ni honor que le murmuren, ni bienes que le codicien, ni cosa alguna que le envidien.”
¿Será verdad?  o ¿Será justicia?

AUSENCIA

Se dejó ir.
Se fue de sí.
Se olvidó de su nombre
de su respiración
y su deseo.
Se partió en dos
se repartió.
Vivió en planetas ajenos.
Latió los corazones
de los otros.
Se despojó de piel
de boca
de ojos.
Murió de sed
mientras cruzaba el río.

lunes, 10 de marzo de 2014

¿Y DÓNDE ESTÁ EL SABER?

¿Y DÓNDE ESTÁ EL SABER?

Ay, qué insoportables resultan esas personas que creen que se las saben todas, que están más allá del bien y del mal y que para ellos no hay nada nuevo bajo el sol. Esos que nos miran por encima del hombro, sonriendo socarronamente, en lo posible “de coté” y nos refriegan nuestra humana ignorancia que a lo mejor no es tal, sino la simple verdad de asumir que todos los días se aprende algo nuevo.
Son los anacrónicos sabihondos con tufillo a intolerancia y a soberbia.
Me viene a la memoria aquel principio del derecho romano: “in dubio por reo” o el beneficio de la duda.
Y en esta plácida tarde otoñal se me ocurre extender esa duda a nuestros conocimientos, a nuestra cosmovisión, a nuestra manera de plantarnos frente a este mundo cambiante y multifacético. Maravillosa duda que “abre la puerta para ir a aprender” nuevos saberes, nuevas posibilidades a las verdades ya establecidas.
Hasta mejora la ortografía. Cuando uno duda si se escribe con v o con b, con s o con c, ya va por buen camino.
Si estos molestos y desagradables sujetos saben todo, qué poquito es todo y qué vida carente de expectativas y de sorpresas.
Lo que no saben estos que tanto saben es que la pérdida de la capacidad de asombro deshumaniza, cierra las puertas del encuentro con las vivencias del otro, que tanto pueden enriquecernos.
Con generosidad, y porque nos encanta compartir lo poquito que sabemos, les vamos a contar a los dueños de la verdad que aceptar con alegría que cada día podemos aprender algo nuevo, es hacerle trampas a la muerte. Es decirle a esa inevitable señora que todavía no es la hora, que aún queda mucho camino por recorrer.
Resulta patético que frente a la evolución constante de la tecnología, a los avances de la ciencia, a los continuos descubrimientos, alguien tenga el tupé de pregonar que ya nadie tiene nada para enseñarle. Hasta la persona más insospechada puede regalarnos una historia o una sensación inusitada. Pero es preciso tener la mente y el corazón, dispuestos.Y aumentar nuestras raciones de humildad, día tras día.
Ayer, o anteayer, escuché una frase de Chejov: “los seres inteligentes quieren aprender; los demás, enseñar”. Como siempre que descubro que alguien a quien admiro tiene un pensamiento similar al mío, aplaudí alborozada. Pero a los pocos segundos una pregunta incisiva me hizo sonrojar:
-          Y vos, ¿de qué vivías?
Pero no es lo mismo, me perdoné. Porque uno puede ser docente y no sentirse el dueño de la verdad. Es más, creo que es justo y necesario aceptar las enormes limitaciones que tenemos por el simple hecho de ser   humanos y falibles. Y que si todos pensamos “Yo soy el mejor” es muy probable que los fracasos sean siempre culpa del otro. Por lo tanto, pateamos la pelota afuera. Entonces, el partido se detiene y nadie, pero nadie, sale ganando.

©Olga Liliana Reinoso