lunes, 10 de marzo de 2014

¿Y DÓNDE ESTÁ EL SABER?

¿Y DÓNDE ESTÁ EL SABER?

Ay, qué insoportables resultan esas personas que creen que se las saben todas, que están más allá del bien y del mal y que para ellos no hay nada nuevo bajo el sol. Esos que nos miran por encima del hombro, sonriendo socarronamente, en lo posible “de coté” y nos refriegan nuestra humana ignorancia que a lo mejor no es tal, sino la simple verdad de asumir que todos los días se aprende algo nuevo.
Son los anacrónicos sabihondos con tufillo a intolerancia y a soberbia.
Me viene a la memoria aquel principio del derecho romano: “in dubio por reo” o el beneficio de la duda.
Y en esta plácida tarde otoñal se me ocurre extender esa duda a nuestros conocimientos, a nuestra cosmovisión, a nuestra manera de plantarnos frente a este mundo cambiante y multifacético. Maravillosa duda que “abre la puerta para ir a aprender” nuevos saberes, nuevas posibilidades a las verdades ya establecidas.
Hasta mejora la ortografía. Cuando uno duda si se escribe con v o con b, con s o con c, ya va por buen camino.
Si estos molestos y desagradables sujetos saben todo, qué poquito es todo y qué vida carente de expectativas y de sorpresas.
Lo que no saben estos que tanto saben es que la pérdida de la capacidad de asombro deshumaniza, cierra las puertas del encuentro con las vivencias del otro, que tanto pueden enriquecernos.
Con generosidad, y porque nos encanta compartir lo poquito que sabemos, les vamos a contar a los dueños de la verdad que aceptar con alegría que cada día podemos aprender algo nuevo, es hacerle trampas a la muerte. Es decirle a esa inevitable señora que todavía no es la hora, que aún queda mucho camino por recorrer.
Resulta patético que frente a la evolución constante de la tecnología, a los avances de la ciencia, a los continuos descubrimientos, alguien tenga el tupé de pregonar que ya nadie tiene nada para enseñarle. Hasta la persona más insospechada puede regalarnos una historia o una sensación inusitada. Pero es preciso tener la mente y el corazón, dispuestos.Y aumentar nuestras raciones de humildad, día tras día.
Ayer, o anteayer, escuché una frase de Chejov: “los seres inteligentes quieren aprender; los demás, enseñar”. Como siempre que descubro que alguien a quien admiro tiene un pensamiento similar al mío, aplaudí alborozada. Pero a los pocos segundos una pregunta incisiva me hizo sonrojar:
-          Y vos, ¿de qué vivías?
Pero no es lo mismo, me perdoné. Porque uno puede ser docente y no sentirse el dueño de la verdad. Es más, creo que es justo y necesario aceptar las enormes limitaciones que tenemos por el simple hecho de ser   humanos y falibles. Y que si todos pensamos “Yo soy el mejor” es muy probable que los fracasos sean siempre culpa del otro. Por lo tanto, pateamos la pelota afuera. Entonces, el partido se detiene y nadie, pero nadie, sale ganando.

©Olga Liliana Reinoso

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