¿Y DÓNDE ESTÁ EL SABER?
Ay, qué insoportables resultan esas personas que creen que se las saben
todas, que están más allá del bien y del mal y que para ellos no hay nada nuevo
bajo el sol. Esos que nos miran por encima del hombro, sonriendo socarronamente,
en lo posible “de coté” y nos refriegan nuestra humana ignorancia que a lo
mejor no es tal, sino la simple verdad de asumir que todos los días se aprende
algo nuevo.
Son los anacrónicos sabihondos con tufillo a
intolerancia y a soberbia.
Me viene a la memoria aquel principio del
derecho romano: “in dubio por reo” o el beneficio de la duda.
Y en esta plácida tarde otoñal se me ocurre
extender esa duda a nuestros conocimientos, a nuestra cosmovisión, a nuestra
manera de plantarnos frente a este mundo cambiante y multifacético. Maravillosa
duda que “abre la puerta para ir a aprender” nuevos saberes, nuevas
posibilidades a las verdades ya establecidas.
Hasta mejora la ortografía. Cuando uno duda
si se escribe con v o con b, con s o con c, ya va por buen camino.
Si estos molestos y desagradables sujetos
saben todo, qué poquito es todo y qué vida carente de expectativas y de
sorpresas.
Lo que no saben estos que tanto saben es que
la pérdida de la capacidad de asombro deshumaniza, cierra las puertas del
encuentro con las vivencias del otro, que tanto pueden enriquecernos.
Con generosidad, y porque nos encanta
compartir lo poquito que sabemos, les vamos a contar a los dueños de la verdad
que aceptar con alegría que cada día podemos aprender algo nuevo, es hacerle trampas
a la muerte. Es decirle a esa inevitable señora que todavía no es la hora, que
aún queda mucho camino por recorrer.
Resulta patético que frente a la evolución
constante de la tecnología, a los avances de la ciencia, a los continuos
descubrimientos, alguien tenga el tupé de pregonar que ya nadie tiene nada para
enseñarle. Hasta la persona más insospechada puede regalarnos una historia o
una sensación inusitada. Pero es preciso tener la mente y el corazón,
dispuestos.Y aumentar nuestras raciones de humildad, día tras día.
Ayer, o anteayer, escuché una frase de
Chejov: “los seres inteligentes quieren aprender; los demás, enseñar”. Como
siempre que descubro que alguien a quien admiro tiene un pensamiento similar al
mío, aplaudí alborozada. Pero a los pocos segundos una pregunta incisiva me
hizo sonrojar:
-
Y vos, ¿de qué vivías?
Pero no es lo mismo, me perdoné. Porque uno
puede ser docente y no sentirse el dueño de la verdad. Es más, creo que es
justo y necesario aceptar las enormes limitaciones que tenemos por el simple
hecho de ser humanos y falibles. Y que
si todos pensamos “Yo soy el mejor” es muy probable que los fracasos sean
siempre culpa del otro. Por lo tanto, pateamos la pelota afuera. Entonces, el
partido se detiene y nadie, pero nadie, sale ganando.
©Olga Liliana Reinoso
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