miércoles, 29 de julio de 2015

VALE

Vale la pena
y vale la alegría
seguir de pie
aventurarse a caminar.

Vale la vida andar entre la gente
sentir la piel ajena como propia
mirarse mar adentro de otros ojos
como hermanos en serio
paridos por el vientre de la tierra
del trigo
de los vientos.

Ser uno más en el caudal del río
ser diferentes

y reconocernos.

domingo, 26 de julio de 2015

SÁBANA DE SEDA

SÁBANA DE SEDA

Lucía borda, infatigable, la sábana de seda blanca. Sus ojos crepusculares se esfuerzan, presurosos, junto al ventanal oscurecido de las 7 de la tarde. Pero el bordado crece, mágico, como un montículo de promesas o de sueños incumplidos.
Se va a casar su nieta y ella quiere ofrendarle la sábana nupcial. Ya sabe que los cuentos de hadas se esfumaron, que las noches de boda son una noche más en la rutina de los tiempos que corren, que el zaguán se ahogó en un tango y que virginidad es una palabra que las adolescentes dejaron de escribir.
Ella sabe todo eso. Pero también sabe que los sueños siguen latiéndole en su costado y que ella es una mujer irremediable confinada en los socavones oníricos desde la creación.
Tenía 26 años cuando conoció a Alberto: bello, impoluto, cándido, con cabellera color miel y los mejores besos que supieron transitar su boca. Se amaron a destajo, con un amor de tiempo completo, puro, diáfano. Se entregaron como si hubieran sido Adán y Eva, fundando la pasión.
Lucía ya contaba en su haber con varios naufragios, pero Alberto la bautizó de nuevo en el mar de su abrazo y ella nació de su costilla briosa y joven para estrenar la vida con temblor inocente y primigenio.
Marianela se casa el viernes próximo y tiene que apurarse. Pero sus dedos encallados en el tiempo se enredan y tropiezan. Deshace lo fallido y renueva el ímpetu de las puntadas en sentido inverso a las agujas del reloj. No quiere ser Penélope. Ella es Lucía. Una Lucía deslucida con vestigios de luz y de cordura.
La habían sentenciado: usted no puede tener hijos. Y de repente, Alberto, la juventud de Alberto, la primera vez de Alberto, el esperma de Alberto, gritaron vida en sus entrañas.
¿Cómo contener la alegría incipiente de tierra germinada? ¿Cómo no festejar el alboroto de descartar toda inutilidad?
Pero él no estaba preparado, le faltaba cursada en la Universidad de hombre, no le daban los años para esa paternidad apabullante.
No sabe si la escasa luz o su miopía le humedecen los ojos, no sabe si el magro té con galletitas le retuerce el estómago o el crepitar de leños en el hogar cercano le hace transpirar las manos.
Se va a arruinar la sábana de seda, la sábana nupcial, la sábana símbolo.
Las palabras de Alberto fueron la primera cuchillada. Y ella, que ya era una mujer y que había descubierto su tesoro, no supo defenderse. Sucumbió ante la súplica de sus ojos de niño. Y se entregó al ritual con el cuerpo desvanecido sobre el altar del sacrificio.
Ahora llora sin tapujos, sus ojos son un cielo encapotado. Quiere cruzar la calle sin ver a los costados y el aguijón se clava en los sarmientos de sus manos. Recién entonces advierte la luz roja del semáforo que crece en la llanura blanca de la sábana.
Le han cercenado la niñez y la ilusión, el testimonio del amor de Alberto. Mientras él la esperaba, desvalido, en ese bar cercano. Se abrazaron muy fuerte y trataron de cubrir con sus cuerpos el hueco insuperable de la pérdida. Sólo la sinrazón podía explicar esa masacre en el oleaje hirviente de semejante luna enamorada.
La mancha roja crece como la marea y mancilla la playa de seda con su colérico rubor de fuego impío. Lucía sabe que es un viaje de ida, que ya perdió los trenes de su vida y ahora ni siquiera es capaz de homenajear el embarazo de su nieta.
Otra vez es su sangre como un río por donde huye la vida. Otra vez su cuerpo exangüe se deja arrastrar por la corriente. Otra vez la impotencia del proyecto inconcluso.
Alberto pretende abrazarla como hace treinta años pero solo puede asir el vacío. Vacío más vacío no es igual a completo sino cero al cociente.
Marianela no tiene por qué enterarse, al fin y al cabo, éste era el secreto regalo de Lucía. En la tienda de esperanzas tardías venden sábanas blancas de hilo, de seda, de raso, de satén. Aún guarda en los arcones del recuerdo viejos dólares que postergaron aquel viaje a Europa cuando supo que al pasado no se vuelve nunca.
Pero el amor, a veces, es un anciano respetable y obcecado, fiel rumiante de ardores indelebles, que regresa en otoño, puntualmente.
Alberto pide a gritos la ambulancia que succiona la trasnochada piel de esta Lucía vulnerable, su Lucía que aún guarda aquel rubí o esa temblorosa sensación de haber plantado su semilla en el huerto. Y él resguarda todo el antiguo miedo en la mesa roída de ese cercano bar. Si ella no vuelve a aparecer, pálida y frágil, por la puerta tallada, todo habrá terminado.
Porque es imposible que dos huérfanos se busquen durante el arduo laberinto de los años, entrelacen sus sueños nuevamente, venzan un cáncer juntos, las arrugas o los kilos de más y la muerte de un hijo.


sábado, 25 de julio de 2015

LA INOCENTE

Cuánta sombra siniestra
cuántos fustigadores
cuántas almas en pena
cuánta carroña
cuánto inquisidor.

En la piel de los muros
en la voz del mosaico
en la enredadera del moho silente.

Cuánto acosador
cuánto asesino
cuántos mentirosos.

Fantasma de negro
manipulador.

Y una, tan desvalida,

con la inocencia a cuestas.

INASIBLE

No quiero atravesar
el vano amanecer.
 Ya estoy herida de conjuros.

Cuando el insomnio teje
su manta de asesino,
la noche es un puñal

para mi piel descalza.

viernes, 24 de julio de 2015

GUIÑAPO

De repente
se quedó quieto el paisaje.
Solo se escuchaba el frío
 en la orfandad de los patios.

Dejó de sonar la música
de la charla comedida.
Y hasta los acordes de la carcajada
se hicieron extraños.

Se fue el abejorro
de un rumor sinuoso.
 
Cansado, aburrido,
murió el mediodía.

Papeles al viento,
pálidos, exangües.
Ecuestre metáfora,
la sombra sin nombre.

También las promesas
de los dioses blancos
fueron un guiñapo.

Vendaval de miedo
alud de mentiras.

Se quedó ella sola.
Se apagó la luz.

©Olga Liliana Reinoso