jueves, 29 de agosto de 2013

REGALO DE PASCUA


 El centro de la ciudad de Córdoba parecía un hervidero. Gente por todas partes, bajo un cielo poblado por nubes de frío, pululaba en calles y veredas.
Mi hija y yo caminábamos por la 27 de abril apurando el paso por temor a llegar tarde y porque la temperatura había descendido estrepitosamente sin reparar en nuestros magros abrigos.
Al llegar, las escalinatas de la iglesia mayor y toda la explanada de enfrente estaban colmadas. La multitud seguía, con mayor o menor unción, la misa celebrada por el obispo, a través de unas pantallas gigantes.
Para formar un cerco y delimitar la zona, varios autos importados y camionetas 4 x 4 levantaban un muro en el borde de la vereda.
Unos minutos antes, un chico de 11 ó 12 años me había interceptado para pedirme una moneda. Y yo, por prejuicio, por egoísmo o comodidad, había negado con la cabeza.
En ese momento, el obispo otorgaba el perdón de los pecados a dos nuevas cristianas que se contorsionaban al contacto con los dedos fríos y experimentados del jerarca.
Me sentí molesta.
Había ido a misa porque tenía necesidad de agradecer las pequeñas cosas de todos los días. Pero una vez en el lugar, empecé a sentirme lejana y ajena. Esos rituales circenses me rebelan, me parecen vacíos. El tiempo se detuvo entre las fastuosas paredes mientras la vida, harapienta y descalza, deambulaba a la intemperie en busca de amparo.
Otra vez apareció entre el aglutinamiento el chiquito que pedía monedas. Y yo, como emulando a Pedro, negué por segunda vez.
Pero el malestar crecía más y más. Me puse a hurgar en mi cartera y él se detuvo a observarme. No encontraba ni una mísera moneda. Entonces mi hija recordó que me había dado su monedero. Se lo alcancé y ella le brindó lo que buscaba.
Miré a mi alrededor, todos estaban concentrados en las imágenes que la cámara ofrecía y cantaban cánticos de amor a Dios. Nadie vio al niño de las monedas.
Rezamos el padrenuestro fraternalmente tomados de la mano y apenas terminó nos separamos sin mirarnos, pero al cabo de unos minutos, nos besamos y abrazamos, otra vez fraternalmente, dándonos la paz.
Yo seguía disgustada. Ni la perspectiva de escuchar la Misa Criolla bajo la luz de una luna tan docta y con tonada, me cambiaba el humor.
La ceremonia terminó y entonces apareció en escena la agrupación Cantarte. Arremetió con un Te quiero de Mario Benedetti que empezó a entibiarme el alma. En medio de una ovación se oyó el charango mayor de Jaime Torres.
En medio de esa multitud alborozada divisé la figura del niño que pedía. Al pasar frente a mí su cara se embelleció con una sonrisa luminosa.
-          Mamá, te sonrió –exclamó mi hija entre sorprendida y emocionada.
Mis ojos se humedecieron, mi corazón se llenó de júbilo y comprendí la señal. Era la hora exacta. Cristo había resucitado. 

 Foto: REGALO DE PASCUA
El centro de la ciudad de Códoba parecía un hervidero. Gente por todas partes, bajo un cielo poblado por nubes de frío, pululaba en calles y veredas.
Mi hija y yo caminábamos por la 27 de abril apurando el paso por temor a llegar tarde y porque la temperatura había descendido estrepitosamente sin reparar en nuestros magros abrigos.
Al llegar, las escalinatas de la iglesia mayor y toda la explanada de enfrente estaban colmadas. La multitud seguía, con mayor o menor unción, la misa celebrada por el obispo, a través de unas pantallas gigantes.
Para formar un cerco y delimitar la zona, varios autos importados y camionetas 4 x 4 levantaban un muro en el borde de la vereda.
Unos minutos antes, un chico de 11 ó 12 años me había interceptado para pedirme una moneda. Y yo, por prejuicio, por egoísmo o comodidad, había negado con la cabeza.
En ese momento, el obispo otorgaba el perdón de los pecados a dos nuevas cristianas que se contorsionaban al contacto con los dedos fríos y experimentados del jerarca.
Me sentí molesta.
Había ido a misa porque tenía necesidad de agradecer las pequeñas cosas de todos los días. Pero una vez en el lugar, empecé a sentirme lejana y ajena. Esos rituales circenses me rebelan, me parecen vacíos. El tiempo se detuvo entre las fastuosas paredes mientras la vida, harapienta y descalza, deambulaba a la intemperie en busca de amparo.
Otra vez apareció entre el aglutinamiento el chiquito que pedía monedas. Y yo, como emulando a Pedro, negué por segunda vez. 
Pero el malestar crecía más y más. Me puse a hurgar en mi cartera y él se detuvo a observarme. No encontraba ni una mísera moneda. Entonces mi hija recordó que me había dado su monedero. Se lo alcancé y ella le brindó lo que buscaba. 
Miré a mi alrededor, todos estaban concentrados en las imágenes que la cámara ofrecía y cantaban cánticos de amor a Dios. Nadie vio al niño de las monedas.
Rezamos el padrenuestro fraternalmente tomados de la mano y apenas terminó nos separamos sin mirarnos, pero al cabo de unos minutos, nos besamos y abrazamos, otra vez fraternalmente, dándonos la paz.
Yo seguía disgustada. Ni la perspectiva de escuchar la Misa Criolla bajo la luz de una luna tan docta y con tonada, me cambiaba el humor.
La ceremonia terminó y entonces apareció en escena la agrupación Cantarte. Arremetió con un Te quiero de Mario Benedetti que empezó a entibiarme el alma. En medio de una ovación se oyó el charango mayor de Jaime Torres.
En medio de esa multitud alborozada divisé la figura del niño que pedía. Al pasar frente a mí su cara se embelleció con una sonrisa luminosa.
- Mamá, te sonrió –exclamó mi hija entre sorprendida y emocionada.
Mis ojos se humedecieron, mi corazón se llenó de júbilo y comprendí la señal. Era la hora exacta. Cristo había resucitado.

miércoles, 28 de agosto de 2013

SANGRE DE BODAS



Era el mes de mayo y la fiesta de Akha Teej: el día elegido para mi boda en Madhya Pradesh. Hacía pocos días había cumplido 10 años.
Yo estaba muerta de miedo y quería desaparecer de ese lugar, quería que alguien se apiadara de mí y me llevara muy lejos. Pero sabía que casarme era mi destino, como el de todas las niñas hindúes.
Mis tíos y hermanos giraban  alrededor de mí. Unos ponían henna en mis manos, otros me vestían con un sari rojo.
Treinta minutos antes de la ceremonia,  me dejaron sola para que pudiera orar.
Estaba postrada sobre la alfombra cuando una sombra subrepticia penetró en el cuarto. Su mano tapó mi boca y no recuerdo más.
Cuando desperté, yacía acostada en un lecho confortable, pero no podía ver nada porque la sala estaba completamente a oscuras.
Pasé mucho tiempo en ese lugar, creo que fueron años. Mi cuerpo iba cambiando y creciendo. Una vez, al vestirme, descubrí mis pechos y me largué a llorar. Otro día, sentí que algo viscoso se precipitaba en la vasija donde orinaba y lloré mucho más.
Mientras tanto, la sombra entraba y salía en silencio. Me higienizaba, me daba alimento, pero jamás hablaba.
A veces, yo la insultaba para que reaccionara y me explicara la razón de mi cautiverio. Pero nunca logré arrancarle una palabra. Cuando insistía demasiado, se llevaba las velas y los libros. Entonces, yo volvía a guardar silencio por un tiempo.
Por las noches, solía tener un sueño repetido. Escuchaba la voz de mi madre confortándome, y hasta sentía sus caricias. Pero al despertar, solamente las tinieblas me rodeaban.
Ayer, en el lugar de los libros encontré una carta que decía:
“Amada Kavita: perdóname si puedes. Lo hice para salvarte de la negación de tu libertad, de la pérdida de tu niñez y de la violencia. Pero ahora no hay más tiempo que perder, mi vida se acaba. La infibulación y los golpes de tu padre pudieron conmigo. Debes huir a Ouadadougou, en Burkina Faso, donde te protegerán. Te amaré más allá de la muerte. Tu madre”.
De día, me escondo entre los árboles y con las sombras de la noche avanzo. Avanzo.

©Olga Liliana Reinoso

Foto: SANGRE DE BODAS

Era el mes de mayo y la fiesta de Akha Teej: el día elegido para mi boda en Madhya Pradesh. Hacía pocos días había cumplido 10 años.
Yo estaba muerta de miedo y quería desaparecer de ese lugar, quería que alguien se apiadara de mí y me llevara muy lejos. Pero sabía que casarme era mi destino, como el de todas las niñas hindúes.
Mis tíos y hermanos giraban  alrededor de mí. Unos ponían henna en mis manos, otros me vestían con un sari rojo.
Treinta minutos antes de la ceremonia,  me dejaron sola para que pudiera orar.
Estaba postrada sobre la alfombra cuando una sombra subrepticia penetró en el cuarto. Su mano tapó mi boca y no recuerdo más.
Cuando desperté, yacía acostada en un lecho confortable, pero no podía ver nada porque la sala estaba completamente a oscuras.
Pasé mucho tiempo en ese lugar, creo que fueron años. Mi cuerpo iba cambiando y creciendo. Una vez, al vestirme, descubrí mis pechos y me largué a llorar. Otro día, sentí que algo viscoso se precipitaba en la vasija donde orinaba y lloré mucho más.
Mientras tanto, la sombra entraba y salía en silencio. Me higienizaba, me daba alimento, pero jamás hablaba.
A veces, yo la insultaba para que reaccionara y me explicara la razón de mi cautiverio. Pero nunca logré arrancarle una palabra. Cuando insistía demasiado, se llevaba las velas y los libros. Entonces, yo volvía a guardar silencio por un tiempo.
Por las noches, solía tener un sueño repetido. Escuchaba la voz de mi madre confortándome, y hasta sentía sus caricias. Pero al despertar, solamente las tinieblas me rodeaban.
Ayer, en el lugar de los libros encontré una carta que decía:
“Amada Kavita: perdóname si puedes. Lo hice para salvarte de la negación de tu libertad, de la pérdida de tu niñez y de la violencia. Pero ahora no hay más tiempo que perder, mi vida se acaba. La infibulación y los golpes de tu padre pudieron conmigo. Debes huir a Ouadadougou, en Burkina Faso, donde te protegerán. Te amaré más allá de la muerte. Tu madre”.
De día, me escondo entre los árboles y con las sombras de la noche avanzo. Avanzo.

©Olga Liliana Reinoso


sábado, 17 de agosto de 2013

TRÍPTICO POSTAL


Compadre:

Te digo y te repito que soy inocente, pero vos sabés mejor que nadie que no puedo demostrarlo porque el castigo sería mucho peor. Entonces, no me queda más remedio que rajarme.
 Vos no sabés nada. Estabas en la enfermería por culpa de esos retorcijones. Perdoname, hermanito, fui yo el que te puse la purga para que no te volvieran loco a preguntas. Total, una cursiadera no mata a nadie.
Vos cerrá el pico, hablá mal de mí, deciles que soy un guacho y que seguro afané. Pero no te pisés porque somos boleta.
Esta carta te la lleva tu vieja el domingo. Ella tampoco sabe nada.

Quique


Señor Director:

Ante su falta de confianza perdí las esperanzas de que se haga justicia. Usted no cree en mi palabra y eso es lo único que tengo porque un verdadero macho no anda botoneando sus entreveros con las polleras. Yo no pude robar en el almacén porque a esas horas estaba encorsetado en mejores negocios.
Si no quiero pudrirme en la gayola, no me queda otra que tomármelas.
Disculpe usted, no es nada personal.

Enrique Sánchez
Hijita de mi vida:

No te asustes cuando te llamen de la cárcel para decirte que escapé. Es cierto. Pero ya me voy a arreglar para darte señales.
Quiero que sepas que yo no soy un chorro, nunca robé nada a nadie. O a lo mejor sí.
Escuchá: desde que murió tu vieja yo anduve solo y hecho pelota. Hasta que otra mujer me entusiasmó demasiado. Y aunque era prenda ajena, el indio fue más fuerte.
Así nos acollaramos y no pudimos parar, aunque el peligro era mucho.
La cuestión es que el día del asalto yo estaba con ella, pero no puedo desembuchar porque eso no es de hombre y segundo, porque ella vive en la casa del director de la cárcel.

Tu viejo

Foto: TRÍPTICO POSTAL
Compadre:

Te digo y te repito que soy inocente, pero vos sabés mejor que nadie que no puedo demostrarlo porque el castigo sería mucho peor. Entonces, no me queda más remedio que rajarme.
 Vos no sabés nada. Estabas en la enfermería por culpa de esos retorcijones. Perdoname, hermanito, fui yo el que te puse la purga para que no te volvieran loco a preguntas. Total, una cursiadera no mata a nadie. 
Vos cerrá el pico, hablá mal de mí, deciles que soy un guacho y que seguro afané. Pero no te pisés porque somos boleta. 
Esta carta te la lleva tu vieja el domingo. Ella tampoco sabe nada. 

Quique


Señor Director:

Ante su falta de confianza perdí las esperanzas de que se haga justicia. Usted no cree en mi palabra y eso es lo único que tengo porque un verdadero macho no anda botoneando sus entreveros con las polleras. Yo no pude robar en el almacén porque a esas horas estaba encorsetado en mejores negocios.
Si no quiero pudrirme en la gayola, no me queda otra que tomármelas.
Disculpe usted, no es nada personal.

Enrique Sánchez
Hijita de mi vida:

No te asustes cuando te llamen de la cárcel para decirte que escapé. Es cierto. Pero ya me voy a arreglar para darte señales.
Quiero que sepas que yo no soy un chorro, nunca robé nada a nadie. O a lo mejor sí.
Escuchá: desde que murió tu vieja yo anduve solo y hecho pelota. Hasta que otra mujer me entusiasmó demasiado. Y aunque era prenda ajena, el indio fue más fuerte. 
Así nos acollaramos y no pudimos parar, aunque el peligro era mucho. 
La cuestión es que el día del asalto yo estaba con ella, pero no puedo desembuchar porque eso no es de hombre y segundo, porque ella vive en la casa del director de la cárcel.

Tu viejo 

MEMORIA DE LA LUZ



Desde la proa inoportuna del silencio
parpadean exhaustos los pájaros del alba
y el sol bosqueja tenues biografías
que la luz, memoriosa, multiplica en jazmines.
Lejanas profecías, allá en el tiempo y en los extramuros
protegen tu indefensa caricatura humana.
No, los sueños aciagos no podrán malherirte.
Tu júbilo paupérrimo te guarda,
y en humilde y solemne cercanía
hace la indagación de lo sagrado
como quien sintetiza una fogata en la vida de un fósforo.
No elevarán los estandartes negros
sobre tu mínima presencia carcomida
y buscaremos en los evangelios
la respuesta final y la estrategia.
No será en vano este dolor plural y fehaciente.
No será en vano el llanto.
Ni la muerte.
©Olga Liliana Reinoso

 Foto: MEMORIA DE LA LUZ

Desde la proa inoportuna del silencio
parpadean exhaustos los pájaros del alba
y el sol bosqueja tenues biografías
que la luz, memoriosa, multiplica en jazmines.
Lejanas profecías, allá en el tiempo y en los extramuros
protegen tu indefensa caricatura humana.
No, los sueños aciagos no podrán malherirte.
Tu júbilo paupérrimo te guarda,
y en humilde y solemne cercanía
hace la indagación de lo sagrado
como quien sintetiza una fogata en la vida de un fósforo.
No elevarán los estandartes negros
sobre tu mínima presencia carcomida
y buscaremos en los evangelios
la respuesta final y la estrategia.
No será en vano este dolor plural y fehaciente.
No será en vano el llanto.
Ni la muerte.
©Olga Liliana Reinoso

viernes, 9 de agosto de 2013

ROMANCE PARA MI TIERRA


 Foto: ROMANCE PARA MI TIERRA

Comarca de los olvidos
tierra desesperanzada
hecha un despojo la historia
llora su tristeza blanca.
Soles tímidos y atlánticos
amanecen la montaña
y hay un aleteo de escarnio
en las tinieblas del alma.
No tienes paz, ni la sabes
en tu antagónica entraña
pero un preludio de olivos 
escala por tu esperanza.
Mujer que ha  parido engendros
y criaturas sacrosantas
¿cómo amamantan tus pechos
 a los fuegos y a la escarcha?
Dicen que dicen las horas
que tu camino se ensancha
aferrado a las estrellas
de una Cruz del Sur que clama.
Gallarda coquetería
de doncella mancillada
te resistes en la sombra
de esta soledad macabra.
Pero fiel a tu destino
que es de laurel y es de nácar
enarbolas tu bandera
sobre el mástil de la pampa
y aguerrida y jubilosa
como un coro de muchachas
resucitas en el canto 
y en el color de la patria.
 
©Olga Liliana Reinoso


 
Comarca de los olvidos
tierra desesperanzada
hecha un despojo la historia
llora su tristeza blanca.
Soles tímidos y atlánticos
amanecen la montaña
y hay un aleteo de escarnio
en las tinieblas del alma.
No tienes paz, ni la sabes
en tu antagónica entraña
pero un preludio de olivos
escala por tu esperanza.
Mujer que ha  parido engendros
y criaturas sacrosantas
¿cómo amamantan tus pechos
 a los fuegos y a la escarcha?
Dicen que dicen las horas
que tu camino se ensancha
aferrado a las estrellas
de una Cruz del Sur que clama.
Gallarda coquetería
de doncella mancillada
te resistes en la sombra
de esta soledad macabra.
Pero fiel a tu destino
que es de laurel y es de nácar
enarbolas tu bandera
sobre el mástil de la pampa
y aguerrida y jubilosa
como un coro de muchachas
resucitas en el canto
y en el color de la patria.

©Olga Liliana Reinoso

miércoles, 7 de agosto de 2013

No puedo ser feliz




Me pedís que sonría
que disfrute
que olvide mi pasado
y sus injurias.
Ojalá yo pudiera complacerte.
Pero tengo una cruz marcada a fuego
que se esconde de a ratos
y luego reaparece
con más furia
convirtiendo al pasado
en un presente arduo e infinito.
No puedo ser  feliz
es mi condena.
Los roedores del abandono
tatúan el miedo en mis escombros
parten en mil pedazos la esperanza
y me agobian
hasta hacer una hilacha con mi vida.
Juegan con ella
la mordisquean
la exponen a los vientos impiadosos
clavan su estupidez
entre mis ojos
para impedirme ver
las cosas buenas.
Tengo ceguera parcial.
Ni los paisajes ni los besos ni el amor.
Sólo veo la grieta de mi corazón
y su sangre que fluye lentamente

para vaciar mi cauce.
Foto: Me pedís que sonría
que disfrute
que olvide mi pasado
y sus injurias.
Ojalá yo pudiera complacerte.
Pero tengo una cruz marcada a fuego
que se esconde de a ratos
y luego reaparece
con más furia
convirtiendo al pasado
en un presente arduo e infinito.
No puedo ser  feliz
es mi condena.
Los roedores del abandono
tatúan el miedo en mis escombros
parten en mil pedazos la esperanza
y me agobian
hasta hacer una hilacha con mi vida.
Juegan con ella
la mordisquean
la exponen a los vientos impiadosos
clavan su estupidez 
entre mis ojos
para impedirme ver 
las cosas buenas.
Tengo ceguera parcial.
Ni los paisajes ni los besos ni el amor.
Sólo veo la grieta de mi corazón
y su sangre que fluye lentamente
para vaciar mi cauce.


lunes, 5 de agosto de 2013

LA NOCHE



La noche no es solo noche, puede ser la cercelera
de todos los sentimientos que mi corazón espera
no hay noche como tus ojos, aguda noche certera
que me mata, me corroe, me lastima, me lacera.

Alguna vez creí eterna la sonrisa de tu día
pero fue solo una farsa, una inútil utopía
una trampa de mis ojos, de mi estúpida miopía
que en realidad no miraba y con el alma veía.

Ahora lloro y me pregunto cómo seguir adelante
sin la luz de tu sonrisa ni tu abrazo avasallante.
Por qué te fuiste tan lejos de mi cariño anhelante;

asesinaste el pasado sin un mísero atenuante.

Foto: la noche
La noche no es solo noche, puede ser la cercelera
de todos los sentimientos que mi corazón espera
no hay noche como tus ojos, aguda noche certera
que me mata, me corroe, me lastima, me lacera.

Alguna vez creí eterna la sonrisa de tu día
pero fue solo una farsa, una inútil utopía
una trampa de mis ojos, de mi estúpida miopía
que en realidad no miraba y con el alma veía.

Ahora lloro y me pregunto cómo seguir adelante
sin la luz de tu sonrisa ni tu abrazo avasallante. 
Por qué te fuiste tan lejos de mi cariño anhelante;
asesinaste el pasado sin un mísero atenuante.