domingo, 30 de diciembre de 2012

SECRETOS


Foto: SECRETOS

Hay secretos que corroen el alma. Son monstruos que se agigantan con el tiempo, que trepan como enredaderas por la medianera entre el alma y el cuerpo hasta alojarse en la garganta. Y allí se desparraman, empetrolan, piquetean la libertad de ser feliz.
Pero hay otros secretos que son abeja destilada, dulce manta de viaje hacia las galas del placer, pasaporte de lujo al paraíso.
Y si, además, hay cómplices punibles que sellaron su boca, cada vez que se cruzan las miradas, que se desliza una mano negligente, que se espolvorea un beso distraído y se obsequia una palabra pimpollosa, el secreto renace, nos habita, nos toquetea por dentro, nos urgencia.
El cómplice se va y uno se va de polizón en su cabeza. Los dos saben que hay una ceremonia “dejá vú”, que otra vez el incendio es implacable.
Este secreto es una obra de teatro multipremiada que convoca otra vez los aplausos y destella sonrisas en los días siguientes para que los de afuera conjeturen: “qué boluda”.
¡Ay! Si supieran.


Hay secretos que corroen el alma. Son monstruos que se agigantan con el tiempo, que trepan como enredaderas por la medianera entre el alma y el cuerpo hasta alojarse en la garganta. Y allí se desparraman, empetrolan, piquetean la libertad de ser feliz.
Pero hay otros secretos que son abeja destilada, dulce manta de viaje hacia las galas del placer, pasaporte de lujo al paraíso.
Y si, además, hay cómplices punibles que sellaron su boca, cada vez que se cruzan las miradas, que se desliza una mano negligente, que se espolvorea un beso distraído y se obsequia una palabra pimpollosa, el secreto renace, nos habita, nos toquetea por dentro, nos urgencia.
El cómplice se va y uno se va de polizón en su cabeza. Los dos saben que hay una ceremonia “dejá vú”, que otra vez el incendio es implacable.
Este secreto es una obra de teatro multipremiada que convoca otra vez los aplausos y destella sonrisas en los días siguientes para que los de afuera conjeturen: “qué boluda”.
¡Ay! Si supieran.


SOMBRA HIPOACÚSICA

Bergantín de la luna
decile que me deje
que no me necesite
que no me dañe.
Araña de la noche
montalo sobre tu grupa
y abandonalo en el cristo
del amanecer.
Yo que lo quise tanto
que fui su brasa amante
en el invierno eterno de la desolación.
Que le di a beber leche, melaza,
luz en celo
y me inmolé a sus plantas
con servil devoción.
De pronto, en la espesura
un reptil venenoso mimetizó su escama
con la seda de su piel.
Y me picó, engreído,
me mordió las entrañas
picoteó uno por uno
mis sándalos de amor.
Con la ignominia de las inquisiciones
arrasó mi cabeza
y me dio a beber vidrio para oír mi dolor.
Bailó danzas macabras
entre mis excrementos
Me clavó cien palabras
ígneos hierros de odio
deshojó vena a vena
mi austero corazón.
Ahora vaga desiertos impíos
lobos hermafroditas lamen su llagaral
el viento lo desmembra
el granizo lo ahueca
frota lámparas de hambre
que no saben desear.
Pide perdón a todas las deidades azules
perdón a la hojarasca del otoño que amé
perdón a la nevisca lesbiana de las cumbres.
Pide perdón al nombre
con que un día fui nombrada.
Y mi sombra hipoacúsica
no lo puede escuchar.
©Olga Liliana Reinoso


Foto: Bergantín  de la luna
decile que me deje
que no me necesite
que no me dañe.
Araña de la noche
montalo sobre tu grupa
y abandonalo en el cristo 
del amanecer.
Yo que lo quise tanto
que fui su brasa amante
en el invierno eterno de la desolación.
Que le di a beber leche, melaza, 
luz en celo
y me inmolé a sus plantas
con servil devoción.
De pronto, en la espesura
un reptil venenoso mimetizó su escama
con  la seda de su piel.
Y me picó, engreído, 
me mordió las entrañas
picoteó uno por uno
mis sándalos de amor.
Con la ignominia de las inquisiciones
arrasó mi cabeza
y me dio a beber vidrio para oír mi dolor.
Bailó danzas macabras
entre mis excrementos
Me clavó cien palabras
ígneos hierros de odio
deshojó vena a vena
mi austero corazón.
Ahora vaga desiertos impíos
lobos hermafroditas lamen su llagaral
el viento lo desmembra
el granizo lo ahueca
frota lámparas de hambre
que no saben desear.
Pide perdón a todas las deidades azules
perdón a la hojarasca del otoño que amé 
perdón a la nevisca lesbiana de las cumbres.
Pide perdón al nombre
con que un día fui nombrada.
Y mi sombra hipoacúsica
no lo puede escuchar.
©Olga Liliana Reinoso

FALLA

Tal vez nací en el siglo equivocado
tal vez se confundieron de planeta
mis padres, mis cigüeñas, 
los astros o mi ángel de la guarda.
Camino a contramano, a contraluz
a contraviento
armo revoluciones de un minuto
con la bala mortal de una palabra
Soy de una piel sensible
como la tibia luz del limonero
pertinaz solitaria
fatal, fetal, feroz y fantasiosa.



Foto: Tal vez nací en el siglo equivocado
tal vez se confundieron de planeta
mis padres, mis cigüeñas, 
los astros o mi ángel de la guarda.
Camino a contramano, a contraluz
a contraviento
armo revoluciones de un minuto
con la bala mortal de una palabra
Soy de una piel sensible
como la tibia luz del limonero
pertinaz solitaria 
fatal, fetal, feroz y fantasiosa.

Lisboa antigua
             Los balcones mecían la ropa colgada.
Cándidos pañales, sábanas lujuriosas, manteles golosos, redimidos corpiños, calzones gigantescos, pantalones que guardaban secretos, vestidos acariciantes, calzoncillos lastimeros, trusas insoportables, laboriosas camisas y medias de siete leguas.
El viento del mar los hamacaba, los enredaba, concertaba citas, consagraba matrimonios. Un enjambre de sedas y percales disfrutaban la orgía de ese día de sol, arcoirisando la mañana con su holgorio de colores chillones o desteñidos, de penas a medio lavar, de aguas mutiladas.
-         Agua que no has de beber –gritaban las mujeres de la vereda impar.
-         Déjala correr –respondían a coro las de la vereda par, montando una doméstica opereta de jabón en barra, pastillas de azul y gotas de cloro.
Ni el Mercado Común, ni los euros, ni el Banco de París, ni la globalización podrán acallar nunca la sensual melodía de la ropa lavada: sutil filigrana que se escapa de la imaginación feudal del medioevo.

Foto: Lisboa antigua
             Los balcones mecían la ropa colgada.
Cándidos pañales, sábanas lujuriosas, manteles golosos, redimidos corpiños, calzones gigantescos, pantalones que guardaban secretos, vestidos acariciantes, calzoncillos lastimeros, trusas insoportables, laboriosas camisas y medias de siete leguas.
El viento del mar los hamacaba, los enredaba, concertaba citas, consagraba matrimonios. Un enjambre de sedas y percales disfrutaban la orgía de ese día de sol, arcoirisando la mañana con su holgorio de colores chillones o desteñidos, de penas a medio lavar, de aguas mutiladas.
- Agua que no has de beber –gritaban las mujeres de la vereda impar.
- Déjala correr –respondían a coro las de la vereda par, montando una doméstica opereta de jabón en barra, pastillas de azul y gotas de cloro.
Ni el Mercado Común, ni los euros, ni el Banco de París, ni la globalización podrán acallar nunca la sensual melodía de la ropa lavada: sutil filigrana que se escapa de la imaginación feudal del medioevo.

miércoles, 26 de diciembre de 2012

URGENCIA




Sí, aquí estoy
en la maraña de este tiempo
enredando mi cabello a tus sábanas
estúpida Penélope
tejiendo y destejiendo mi desgracia
y a la primera luz amanecida
 clavar agujas en mi piel
y diseñar un traje con mi sangre.
Para avanzar hacia ese mar
Foto: URGENCIA

Sí, aquí estoy
en la maraña de este tiempo 
enredando mi cabello a tus sábanas
estúpida Penélope
tejiendo y destejiendo mi desgracia
y a la primera luz amanecida
 clavar agujas en mi piel
y diseñar un traje con mi sangre.
Para avanzar hacia ese mar
donde tu barco
inventa las sirenas del destierro.
No conozco más Ítaca que ithaca
y la exploto en mi boca
para que  derrame mi cerebro
manantiales de ideas
neuronas en desuso
y ese brindis final de los suicidas.
Porque las ilusiones son burbujas
que viven como flor en la tormenta
en un segundo son un chisporroteo
y al siguiente evaporaron el sabor.
Sí, soy Penélope:
posmoderna y urgente.
La espera es mi veneno nutritivo
mi sentencia fatal
la imagen falsa que asesina a Ulises
en tierra firme
mediterráneo amor que despedaza
al mito.
No sé esperar
no me enseñaron a esperar
soy tan ansiosa
que por eso me ahorco
sin esperar  ni el último suspiro.
donde tu barco
inventa las sirenas del destierro.
No conozco más Ítaca que ithaca
y la exploto en mi boca
para que  derrame mi cerebro
manantiales de ideas
neuronas en desuso
y ese brindis final de los suicidas.
Porque las ilusiones son burbujas:
en un segundo son un chisporroteo
y al siguiente evaporaron el sabor.
Sí, soy Penélope:
posmoderna y urgente.
La espera es mi veneno nutritivo
mi sentencia fatal
la imagen falsa que asesina a Ulises
en tierra firme
mediterráneo amor que despedaza
al mito.
No sé esperar
no me enseñaron a esperar
soy tan ansiosa
que por eso me ahorco
sin esperar  ni el último suspiro.

lunes, 24 de diciembre de 2012

VERSIONES NAVIDEÑAS



Cuentan los opinólogos y todólogos del siglo XXI, que a fines del 2012, año cargado de presagios, profecías y noticias acerca del fin del mundo, achacadas a los mayas: no había alcanzado con el exterminio, también tenían que endilgarles el apocalipsis.
Cuentan, digo, que de la luna llena se desprendieron dos lágrimas gigantescas, una era de nevisca, la otra de agua caliente. Y fueron a derramarse, no por casualidad, la primera en el hemisferio Sur y la segunda en el Norte.
Más allá de los cataclismos, huracanes, tsunamis, maremotos, terremotos, inundaciones, sequías, meteoritos ambulantes, asesinos seriales, violadores reincidentes, borrachos al volante, violencia de género y todos los etc. que oséis imaginar, una ola de calor invadió el Norte del Planeta, produciendo el caos más gigantesco del que se tiene memoria antes o después del Big Bang y produjo tal estado de confusión entre los sobrinos del Tío Sam que todo el mundo occidental y cristiano estuvo a punto de suspender la Navidad.
¿Qué iban a hacer con las toneladas de comida de altas calorías? ¿Darles el gusto a los sudacas y latinos en general que ahora las pedían a gritos –y con razón, motivo y fundamento- porque hasta en las ninfómanas tierras caribeñas las temperaturas no llegaban a 0 grado?
Algo tenían que hacer, además de anunciar en los titulares de todos los diarios y noticieros que Bin Laden había resucitado y nuevamente se trataba, este descalabro, de un atentado terrorista provocado por el Islam y la puta madre que los parió.
Entonces, desde Barack Obama (en pleno panic attack) hasta el chofer de Miss Daysy, marcharon a los estudios de Walt Disney para revisar la filmografía, hablar con los guionistas y de paso releer a Ray Bradbury para encontrar una solución al tremendo problema del cambio de identidad.
De pronto, apareció Robin Williams protagonizando a Patch Adams y  gritó en spanglish: Mi tener the solution.
Todos quedaron paralizados sin animarse a preguntar.
Robin Patch rompió the silent: this problema is very fácil. Vamos a convertir the America en a clock.
-          ?????????????????????
-          Ponemos manecillas en el world`s culo, lo hacemos girar y listo el chicken.
-          ¿Dónde quedar the world`s culo? – gritó la horda en pleno, contagiados del síndrome de Babel.
-          In Argentine, of course.
La risotada fue tan fuerte que movió unos centímetros el eje terrestre. De inmediato, el Ejército, la Armada y la Aviación de los united state of América se aprestaron a tomar posesión de la city de los buenos aires.
Pero los argento, que pueden ser cualquier cosa menos boludos, y con el fresquete que hacía, tenían todos los braseros encendidos, recordaron de inmediato las invasiones inglesas, que de la historia argentina era lo único que registraban porque los hacía quedar como lo piolas que pretendían ser, cagaron a baldazos  de agua caliente y aceite hirviendo a yanquilandia, con lo que reavivaron el calentamiento global y los norteamericanos empezaron a recibir urgentes SMS con la noticia de que nevaba en Washington D.C. Maltrechos y con quemaduras de tercer grado rajaron hasta el pentágono para llegar justo antes de que diera la medianoche.
En Argentina colapsó el sistema eléctrico y salieron a relucir los abanicos y zambullidas en las piletas ya descongeladas.
Al día siguiente, no había un alma en las calles, entre los 40º grados y los chochamu durmiendo la mona.
El 26 de diciembre, el mundo entero amaneció con amnesia. Y el 2013 arribó sin novedades en el frente.Foto: VERSIONES NAVIDEÑAS

Cuentan los opinólogos y todólogos del siglo XXI, que a fines del 2012, año cargado de presagios, profecías y noticias acerca del fin del mundo, achacadas a los mayas: no había alcanzado con el exterminio, también tenían que endilgarles el apocalipsis. 
Cuentan, digo, que de la luna llena se desprendieron dos lágrimas gigantescas, una era de nevisca, la otra de agua caliente. Y fueron a derramarse, no por casualidad, la primera en el hemisferio Sur y la segunda en el Norte.
Más allá de los cataclismos, huracanes, tsunamis, maremotos, terremotos, inundaciones, sequías, meteoritos ambulantes, asesinos seriales, violadores reincidentes, borrachos al volante, violencia de género y todos los etc. que oséis imaginar, una ola de calor invadió el Norte del Planeta, produciendo el caos más gigantesco del que se tiene memoria antes o después del Big Bang y produjo tal estado de confusión entre los sobrinos del Tío Sam que todo el mundo occidental y cristiano estuvo a punto de suspender la Navidad. 
¿Qué iban a hacer con las toneladas de comida de altas calorías? ¿Darles el gusto a los sudacas y latinos en general que ahora las pedían a gritos –y con razón, motivo y fundamento- porque hasta en las ninfómanas tierras caribeñas las temperaturas no llegaban a 0 grado?
Algo tenían que hacer, además de anunciar en los titulares de todos los diarios y noticieros que Bin Laden había resucitado y nuevamente se trataba, este descalabro, de un atentado terrorista provocado por el Islam y la puta madre que los parió.
Entonces, desde Barack Obama (en pleno panic attack) hasta el chofer de Miss Daysy, marcharon a los estudios de Walt Disney para revisar la filmografía, hablar con los guionistas y de paso releer a Ray Bradbury para encontrar una solución al tremendo problema del cambio de identidad.
De pronto, apareció Robin Williams protagonizando a Patch Adams y  gritó en spanglish: Mi tener the solution.
Todos quedaron paralizados sin animarse a preguntar.
Robin Patch rompió the silent: this problema is very fácil. Vamos a convertir the America en a clock.
- ?????????????????????
- Ponemos manecillas en el world`s culo, lo hacemos girar y listo el chicken.
- ¿Dónde quedar the world`s culo? – gritó la horda en pleno, contagiados del síndrome de Babel.
- In Argentine, of course.
La risotada fue tan fuerte que movió unos centímetros el eje terrestre. De inmediato, el Ejército, la Armada y la Aviación de los united state of América se aprestaron a tomar posesión de la city de los buenos aires. 
Pero los argento, que pueden ser cualquier cosa menos boludos, y con el fresquete que hacía, tenían todos los braseros encendidos, recordaron de inmediato las invasiones inglesas, que de la historia argentina era lo único que registraban porque los hacía quedar como lo piolas que pretendían ser, cagaron a baldazos  de agua caliente y aceite hirviendo a yanquilandia, con lo que reavivaron el calentamiento global y los norteamericanos empezaron a recibir urgentes SMS con la noticia de que nevaba en Washington D.C. Maltrechos y con quemaduras de tercer grado rajaron hasta el pentágono para llegar justo antes de que diera la medianoche.
En Argentina colapsó el sistema eléctrico y salieron a relucir los abanicos y zambullidas en las piletas ya descongeladas.
Al día siguiente, no había un alma en las calles, entre los 40º grados y los chochamu durmiendo la mona.
El 26 de diciembre, el mundo entero amaneció con amnesia. Y el 2013 arribó sin novedades en el frente.Foto: VERSIONES NAVIDEÑAS

Cuentan los opinólogos y todólogos del siglo XXI, que a fines del 2012, año cargado de presagios, profecías y noticias acerca del fin del mundo, achacadas a los mayas: no había alcanzado con el exterminio, también tenían que endilgarles el apocalipsis. 
Cuentan, digo, que de la luna llena se desprendieron dos lágrimas gigantescas, una era de nevisca, la otra de agua caliente. Y fueron a derramarse, no por casualidad, la primera en el hemisferio Sur y la segunda en el Norte.
Más allá de los cataclismos, huracanes, tsunamis, maremotos, terremotos, inundaciones, sequías, meteoritos ambulantes, asesinos seriales, violadores reincidentes, borrachos al volante, violencia de género y todos los etc. que oséis imaginar, una ola de calor invadió el Norte del Planeta, produciendo el caos más gigantesco del que se tiene memoria antes o después del Big Bang y produjo tal estado de confusión entre los sobrinos del Tío Sam que todo el mundo occidental y cristiano estuvo a punto de suspender la Navidad. 
¿Qué iban a hacer con las toneladas de comida de altas calorías? ¿Darles el gusto a los sudacas y latinos en general que ahora las pedían a gritos –y con razón, motivo y fundamento- porque hasta en las ninfómanas tierras caribeñas las temperaturas no llegaban a 0 grado?
Algo tenían que hacer, además de anunciar en los titulares de todos los diarios y noticieros que Bin Laden había resucitado y nuevamente se trataba, este descalabro, de un atentado terrorista provocado por el Islam y la puta madre que los parió.
Entonces, desde Barack Obama (en pleno panic attack) hasta el chofer de Miss Daysy, marcharon a los estudios de Walt Disney para revisar la filmografía, hablar con los guionistas y de paso releer a Ray Bradbury para encontrar una solución al tremendo problema del cambio de identidad.
De pronto, apareció Robin Williams protagonizando a Patch Adams y  gritó en spanglish: Mi tener the solution.
Todos quedaron paralizados sin animarse a preguntar.
Robin Patch rompió the silent: this problema is very fácil. Vamos a convertir the America en a clock.
- ?????????????????????
- Ponemos manecillas en el world`s culo, lo hacemos girar y listo el chicken.
- ¿Dónde quedar the world`s culo? – gritó la horda en pleno, contagiados del síndrome de Babel.
- In Argentine, of course.
La risotada fue tan fuerte que movió unos centímetros el eje terrestre. De inmediato, el Ejército, la Armada y la Aviación de los united state of América se aprestaron a tomar posesión de la city de los buenos aires. 
Pero los argento, que pueden ser cualquier cosa menos boludos, y con el fresquete que hacía, tenían todos los braseros encendidos, recordaron de inmediato las invasiones inglesas, que de la historia argentina era lo único que registraban porque los hacía quedar como lo piolas que pretendían ser, cagaron a baldazos  de agua caliente y aceite hirviendo a yanquilandia, con lo que reavivaron el calentamiento global y los norteamericanos empezaron a recibir urgentes SMS con la noticia de que nevaba en Washington D.C. Maltrechos y con quemaduras de tercer grado rajaron hasta el pentágono para llegar justo antes de que diera la medianoche.
En Argentina colapsó el sistema eléctrico y salieron a relucir los abanicos y zambullidas en las piletas ya descongeladas.
Al día siguiente, no había un alma en las calles, entre los 40º grados y los chochamu durmiendo la mona.
El 26 de diciembre, el mundo entero amaneció con amnesia. Y el 2013 arribó sin novedades en el frente.

bello

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lunes, 17 de diciembre de 2012

EL MONUMENTO


La familia de José Ángel se había mudado a Rosario porque su papá era bancario y lo habían trasladado. Rosario era una bella ciudad, cosmopolita, y con la belleza natural que significaba estar recostada sobre las riberas del P
araná.

José Ángel era hijo único y se sentía muy solo. Sus compañeros de séptimo lo recibieron bien, pero no era lo mismo. Él era el nuevo y tardaría en integrarse.
Como era otoño, todas las tardes salía a recorrer la ciudad para ir ambientándose y no sentirse “sapo de otro pozo”. Hasta comenzó a practicar el “rosarigasino”, especie de lunfardo que hablaban entre sí los habitantes de la ciudad.
Todos los días iba descubriendo nuevos secretos y lugares impredecibles, hasta que una tarde se topó con el Monumento a la Bandera. El impacto fue considerable. Pero lo que más lo conmovió fue ver flamear esa enorme bandera azul y blanca y el fuego siempre vivo.
Desde ese día, el monumento se convirtió en una cita impostergable. Todas las tardes se llegaba hasta el parque a aspirar los aromas del río y a disfrutar en su cara la misma brisa que ondulaba esa bandera que tanto lo emocionaba.
Al principio casi no se dio cuenta de su presencia, pero al cabo de una semana no pudo menos que notar a ese hombrecito que, como él, visitaba el monumento. Nunca lo había visto llegar y cuando él se marchaba mientras anochecía, el viejecito permanecía inmóvil, como formando parte del paisaje.
Una tarde, sorpresivamente, el anciano de piel traslúcida y voz aflautada, le habló por primera vez:
-Parece que te gusta.
José Ángel lo miró sorprendido y asintió con un gesto.
-¿Sabés qué representa?
-Es el monumento a la bandera.Foto: EL MONUMENTO

La familia de José Ángel se había mudado a Rosario porque su papá era bancario y lo habían trasladado. Rosario era una bella ciudad, cosmopolita, y con la belleza natural que significaba estar recostada sobre las riberas del Paraná.
José Ángel era hijo único   y se sentía muy solo. Sus compañeros de séptimo lo recibieron bien, pero no era lo mismo. Él era el nuevo y tardaría en integrarse.
Como era otoño, todas las tardes salía a recorrer la ciudad para ir ambientándose y no sentirse “sapo de otro pozo”. Hasta comenzó a practicar el “rosarigasino”, especie de lunfardo que hablaban entre sí los habitantes de la ciudad.
Todos los días iba descubriendo nuevos secretos y lugares impredecibles, hasta que una tarde se topó con el Monumento a la Bandera. El impacto fue considerable. Pero lo que más lo conmovió fue ver flamear esa enorme bandera azul y blanca y el fuego siempre vivo.
Desde ese día, el monumento se convirtió en una cita impostergable. Todas las tardes se llegaba hasta el parque a aspirar los aromas del río y a disfrutar en su cara la misma brisa que ondulaba esa bandera que tanto lo emocionaba.
Al principio casi no se dio cuenta de su presencia, pero al cabo de una semana no pudo menos que notar a ese hombrecito que, como él, visitaba el monumento. Nunca lo había visto llegar y cuando él se marchaba mientras anochecía, el viejecito permanecía inmóvil, como formando parte del paisaje.
Una tarde, sorpresivamente, el anciano de piel traslúcida y voz aflautada, le habló por primera vez:
-Parece que te gusta.
José Ángel lo miró sorprendido y asintió con un gesto.
-¿Sabés qué representa?
-Es el monumento a la bandera.
-Y ¿por qué lo construyeron acá?
-Ni idea.
-Porque en este lugar  fue donde el general Manuel Belgrano enarboló e izó por primera vez la Bandera Argentina, el 27 de febrero de 1812, a orillas del río Paraná. ¿Conocés algo de la vida de Belgrano?
-La verdad, re poco. Que hizo la bandera y ganó algunas batallas.
- Y ¿por qué luchaba?
- Bueno, creo que peleaba contra los gallegos.
- El viejito sonrió.
- Contra los españoles en general, no todos eran gallegos. Vos ¿dónde naciste?
- En la Pampa.
- Y ¿te daría lo mismo que te dijeran cordobés, rosarino, formoseño?
-José Ángel pensó un rato.
- No. Y menos porteño, que son re agrandados.
- No todos los porteños fueron siempre agrandados. Algunos dieron la vida por la patria.
- Y ¿qué es la patria?
- La patria sos vos con tus sueños juveniles, esta bandera que te emociona, la historia de tantas luchas por la libertad, este territorio pródigo en bellezas incalculables, el idioma, la música.
- Me gusta lo que dice. ¿Es poeta?
Rió con ganas el hombre.
-No, Para nada, aunque algunas cosas escribí.
-¿por qué no me trae algo para leer? 
-Ay, hijo, ya no tengo nada. Vaya a saber qué se habrá hecho de todas mis cosas. Algunas sé dónde fueron a parar, pero con otras… me hicieron promesas que nunca cumplieron.
- Pero ¿usted es un mendigo? ¿Duerme al resguardo del monumento?
- De algún modo, el monumento me resguarda. Y mendigo, seguro que lo soy.
José Ángel se quedó con ganas de seguir hablando pero el hombre entró en un mutismo irrevocable.
Fue el último día en que se vieron. Después, por más que lo buscó no encontró rastros de él, aunque tenía la sensación de que la antorcha ahora ardía en su pecho.
Dejó de pasear y se puso a investigar por internet sobre la vida de Belgrano. Así descubrió la grandeza de ese hombre que siendo abogado se hizo militar a la fuerza por el hecho de defender a la patria, de hacerla libre y grande. Así supo que el dinero con que lo premiaron por sus triunfos en Salta y Tucumán lo donó para construir escuelas que dos siglos después siguen 
sin existir. Y que para pagarle al médico que lo cuidó hasta su muerte le entregó su reloj de oro, el único bien que le quedaba.
Se dio cuenta de que los sueños de Belgrano habían sido traicionados y que poco y nada quedaba en los argentinos de ahora, de aquellos principios y el amor por la patria.
Sintió pena, mucha pena. Y se prometió ser un argentino de bien para mejorar el derrotero de la patria, porque aquel monumento representaba la nave que haría surcar a la patria por el mar de la gloria.
El 20 de junio esperó que terminaran los actos y fue a rendir un homenaje solitario a Don Manuel. 
Al lado de la antorcha encontró un sobre con su nombre. Leyó con asombro:
“Nunca te dije mi nombre: yo soy Manuel Belgrano. Sí, no te asustes. Vuelvo cada tanto cuando descubro a un argentino que vale la pena. Y sé que ya sembré en vos la semilla del patriotismo. Misión cumplida. Seguimos en contacto”.
José Ángel guardó el papel en su bolsillo, cerró su campera porque el aire que venía del río traía perfume a lluvia.
Con tranco seguro, orgulloso de su argentinidad, José Ángel regresó rápidamente a su casa, para que sus padres no se preocuparan. Apenas entrara les diría que había encontrado su vocación: ser argentino de ley.
-Y ¿por qué lo construyeron acá?
-Ni idea.
-Porque en este lugar fue donde el general Manuel Belgrano enarboló e izó por primera vez la Bandera Argentina, el 27 de febrero de 1812, a orillas del río Paraná. ¿Conocés algo de la vida de Belgrano?
-La verdad, re poco. Que hizo la bandera y ganó algunas batallas.
- Y ¿por qué luchaba?
- Bueno, creo que peleaba contra los gallegos.
- El viejito sonrió.
- Contra los españoles en general, no todos eran gallegos. Vos ¿dónde naciste?
- En la Pampa.
- Y ¿te daría lo mismo que te dijeran cordobés, rosarino, formoseño?
-José Ángel pensó un rato.
- No. Y menos porteño, que son re agrandados.
- No todos los porteños fueron siempre agrandados. Algunos dieron la vida por la patria.
- Y ¿qué es la patria?
- La patria sos vos con tus sueños juveniles, esta bandera que te emociona, la historia de tantas luchas por la libertad, este territorio pródigo en bellezas incalculables, el idioma, la música.
- Me gusta lo que dice. ¿Es poeta?
Rió con ganas el hombre.
-No, Para nada, aunque algunas cosas escribí.
-¿por qué no me trae algo para leer?
-Ay, hijo, ya no tengo nada. Vaya a saber qué se habrá hecho de todas mis cosas. Algunas sé dónde fueron a parar, pero con otras… me hicieron promesas que nunca cumplieron.
- Pero ¿usted es un mendigo? ¿Duerme al resguardo del monumento?
- De algún modo, el monumento me resguarda. Y mendigo, seguro que lo soy.
José Ángel se quedó con ganas de seguir hablando pero el hombre entró en un mutismo irrevocable.
Fue el último día en que se vieron. Después, por más que lo buscó no encontró rastros de él, aunque tenía la sensación de que la antorcha ahora ardía en su pecho.
Dejó de pasear y se puso a investigar por internet sobre la vida de Belgrano. Así descubrió la grandeza de ese hombre que siendo abogado se hizo militar a la fuerza por el hecho de defender a la patria, de hacerla libre y grande. Así supo que el dinero con que lo premiaron por sus triunfos en Salta y Tucumán lo donó para construir escuelas que dos siglos después siguen
sin existir. Y que para pagarle al médico que lo cuidó hasta su muerte le entregó su reloj de oro, el único bien que le quedaba.
Se dio cuenta de que los sueños de Belgrano habían sido traicionados y que poco y nada quedaba en los argentinos de ahora, de aquellos principios y el amor por la patria.
Sintió pena, mucha pena. Y se prometió ser un argentino de bien para mejorar el derrotero de la patria, porque aquel monumento representaba la nave que haría surcar a la patria por el mar de la gloria.
El 20 de junio esperó que terminaran los actos y fue a rendir un homenaje solitario a Don Manuel.
Al lado de la antorcha encontró un sobre con su nombre. Leyó con asombro:
“Nunca te dije mi nombre: yo soy Manuel Belgrano. Sí, no te asustes. Vuelvo cada tanto cuando descubro a un argentino que vale la pena. Y sé que ya sembré en vos la semilla del patriotismo. Misión cumplida. Seguimos en contacto”.
José Ángel guardó el papel en su bolsillo, cerró su campera porque el aire que venía del río traía perfume a lluvia.
Con tranco seguro, orgulloso de su argentinidad, José Ángel regresó rápidamente a su casa, para que sus padres no se preocuparan. Apenas entrara les diría que había encontrado su vocación: ser argentino de ley.




CECILIA GRIERSON




Cecilia Grierson descansa.
Por la ventana del cuarto se van desdibujando las líneas diurnas del paisaje de Los Cocos. Abril es un ramillete otoñal de flores gualdas.
Cecilia intenta dormir.
Su cabeza de copos de nieve reposa sobre el almohadón de plumas. En la duermevela febril de la agonía, su mente se sube al tiovivo incesante de la memoria y a lomo de un caballo de recuerdos galopa entre el pasado y el presente. Por momentos se sobresalta y abre los ojos, azorada. Le hace una seña al ama y ella, solícita, le moja los labios. Pero Cecilia indica, con su mano higuerosa, el libro que yace sobre la mesita de noche. Lee por enésima vez la dedicatoria de su tío abuelo, John Parish Robertson.
“Dear Cecil:
                  Envuelta en la mágica dicción del escritor, encontrarás aquí todo lo que la imaginación conciba de descollante, lo que la razón requiera de profundidad y justeza, lo que el humor pueda exigir de cortesía, vigor y sencillez.
                Atraviesa tú misma este lugar de las pampas de cuyo nombre sí quiero acordarme y luego de beberte todos los buenos aires, enfrenta a los gigantes intolerantes de la Facultad de Medicina. Aunque no puedas verme, yo seguiré siendo tu fiel escudero.
                   I love you, Grandfather John

Sonríe levemente y vuelve a cerrar los ojos. Se ve a sí misma ungida caballero frente a las ominosas autoridades de la Universidad de Buenos Aires cuando, después de la muerte de su entrañable amiga Amelia Köenig, decidió matricularse en la Facultad de Medicina y tuvo que hacer su propia defensa para obtener un permiso especial por el simple hecho de ser mujer. Pese a los comentarios malévolos y las burlas de sus compañeros, siguió adelante con excelentes resultados. Pero recién en 1886, durante la epidemia de cólera, cosechó los primeros reconocimientos sinceros al atender a los enfermos de la Casa de Aislamiento.
De pronto, la rodean. Alicia Moureau, Elvira Dellepiane Rawson y Julieta Lantieri se sientan a los bordes de la cama y hablan con fervor genuino acerca del Partido Socialista, de la completa igualdad jurídica de las mujeres, del divorcio, del mejoramiento de la maternidad.
Cecilia presiona su ajado vientre huérfano y revive el momento en que estuvo habitado por un niño que nunca creció.
Entonces, alguien entra. A pesar de los años transcurridos reconoce de inmediato su sonrisa tímida y su rostro aniñado. Es Emilio, Emilio Coni, el único compañero que la respeta y admira. Ha venido a buscarla. No lo duda un instante y de inmediato trasponen el umbral tomados de la mano.
El ama dormita en la mecedora, ajena a la celebración que estalla en el corazón de Cecilia. Ella es otra vez la joven médica llena de ilusiones que corretea por la campiña escocesa de sus ancestros.
©Olga Liliana Reinoso
 Foto: CECILIA GRIERSON

Cecilia Grierson descansa. 
Por la ventana del cuarto se van desdibujando las líneas diurnas del paisaje de Los Cocos. Abril es un ramillete otoñal de flores gualdas.
Cecilia intenta dormir.
Su cabeza de copos de nieve reposa sobre el almohadón de plumas. En la duermevela febril de la agonía, su mente se sube al tiovivo incesante de la memoria y a lomo de un caballo de recuerdos galopa entre el pasado y el presente. Por momentos se sobresalta y abre los ojos, azorada. Le hace una seña al ama y ella, solícita, le moja los labios. Pero Cecilia indica, con su mano higuerosa, el libro que yace sobre la mesita de noche. Lee por enésima vez la dedicatoria de su tío abuelo, John Parish Robertson.
“Dear Cecil:
                  Envuelta en la mágica dicción del escritor, encontrarás aquí todo lo que la imaginación conciba de descollante, lo que la razón requiera de profundidad y justeza, lo que el humor pueda exigir de cortesía, vigor y sencillez.
                Atraviesa tú misma este lugar de las pampas de cuyo nombre sí quiero acordarme y luego de beberte todos los buenos aires, enfrenta a los gigantes intolerantes de la Facultad de Medicina. Aunque no puedas verme, yo seguiré siendo tu fiel escudero.
                   I love you, Grandfather John

Sonríe levemente y vuelve a cerrar los ojos. Se ve a sí misma ungida caballero frente a las ominosas autoridades de la Universidad de Buenos Aires cuando, después de la muerte de su entrañable amiga Amelia Köenig, decidió matricularse en la Facultad de Medicina y tuvo que hacer su propia defensa para obtener un permiso especial por el simple hecho de ser mujer. Pese a los comentarios malévolos y las burlas de sus compañeros, siguió adelante con excelentes resultados. Pero recién en 1886, durante la epidemia de cólera, cosechó los primeros reconocimientos sinceros al atender a los enfermos de la Casa de Aislamiento.
De pronto, la rodean. Alicia Moureau, Elvira Dellepiane Rawson y Julieta Lantieri se sientan a los bordes de la cama y hablan con fervor genuino acerca del Partido Socialista, de la completa igualdad jurídica de las mujeres, del divorcio, del mejoramiento de la maternidad.
Cecilia presiona su ajado vientre huérfano y revive el momento en que estuvo habitado por un niño que nunca creció.
Entonces, alguien entra. A pesar de los años transcurridos reconoce de inmediato su sonrisa tímida y su rostro aniñado. Es Emilio, Emilio Coni, el único compañero que la respeta y admira. Ha venido a buscarla. No lo duda un instante y de inmediato trasponen el umbral tomados de la mano.
El ama dormita en la mecedora, ajena a la celebración que estalla en el corazón de Cecilia. Ella es otra vez la joven médica llena de ilusiones que corretea por la campiña escocesa de sus ancestros.
©Olga Liliana Reinoso



(Nunca sabrá que, con los años, una calle de Puerto Madero recordará sus caminatas en los días de crisis, cuando buscaba la soledad dolorosa y ordenadora con el mismo deseo y rechazo que a un hombre impresentable.
Nunca sabrá, o tal vez sí, que todas las enfermeras argentinas festejarán su cumpleaños).


(Nunca sabrá que, con los años, una calle de Puerto Madero recordará sus caminatas en los días de crisis, cuando buscaba la soledad dolorosa y ordenadora con el mismo deseo y rechazo que a un hombre impresentable.
Nunca sabrá, o tal vez sí, que todas las enfermeras argentinas festejarán su cumpleaños).

sábado, 15 de diciembre de 2012

M a r í a



María me llegó al atardecer cuando ya no pude verla. Sin embargo, la sé mejor que nadie.
Conozco su sonrisa crepuscular, su perfume a canela, el rumor cansado de sus ojos memorizando mis diversas pieles, su falda presurosa y ese aleteo palpitándole por dentro.
Yo he desenmascarado sus pudores y compartí su aullido de hembra en celo moldeándose como fértil arcilla entre mis brazos.
Pero todo ese soplo de vida que tenía no alcanzó y tuve que desmentirla. Entonces preferí correr hacia la noche para perderme en la irrealidad cierta de las sombras.
Yo sé que el subjetivo mundo del nosotros fue como un juego absurdo de desencuentros y utopías, y tengo que matarla porque los imposibles no pueden sobrevivir, además, nadie sobrelleva por mucho tiempo la carga sobrehumana de la perfección.
Y María era perfecta. Translúcida como el rocío amanecido de la primavera, etérea como un sueño reposando en mi almohada. Y me pertenecía sin misterios. Juntos anidábamos dentro del globo azul donde nos guarecimos de la lluvia y sin querer fuimos la lluvia trasnochada. Creábamos la luz cada mañana, inventábamos soles, gestábamos las flores una por una como artesanos omnipotentes, como niños naciendo del asombro.
Ella estaba instalada en el epicentro del mediodía y yo, en cambio, vagaba ebrio de noches. Sin embargo, sus manos de palomas se internaron en la jungla de mis dedos fríos para enhebrar el puente que fusionó sus rojos y mis grises.
Los otros, esos oscuros personajes que habitaban la envidia, me alertaron. Pero fui aniquilándolos a fuego lento hasta que emprendieron la ausencia. Mis amigos -lo digo con vergüenza- iniciaron un éxodo sin adiós ni retorno.
-María es un argumento falso, una película inconsistente -me gritaban.
Y yo levanté muros, excavé fosas para resguardarme de sus voces. Y lentamente fui opacando los espejos para salvarme de su quieta verdad que me tomaba por asalto como un desconocido que nos enfrenta en cualquier callejón sin salida.
Mientras tanto, María seguía enraizándose en mi sangre, crecía de nieve y era como una diosa mitológica en el altar de mis alucinaciones, porque yo no quería comprender, me negaba a ver la realidad, aún cuando ella misma, desde la frágil torre de su llanto, luchaba por desmitificarse.
Yo me reía y la columpiaba sobre la hamaca de mis fantasías diseñándola con los colores de una canción hasta que se ovillaba en mi pecho y yo la rescataba del silencio.
Pero un día se fue.
Así de absurdamente simple, como en las historias vulgares. Y descendí a la tierra para perseguirla. No había rastros de ella, se había volatilizado.
María era sólo una invención, era el resultado de mi locura irreversible. Por eso tengo que matarla para que sea libre y esta muñeca de cartón y sedas que intuyo tras la nebulosa de mi tiempo agonizante, es una realidad que niego.
Mi María, la verdadera, se muere con mi muerte.
Pero también se va conmigo.

Olga Liliana Reinoso










ME PONE ALAS



- Ya van a ver cuando salga volando.
Así decía Lorena cada vez que las enfermeras le daban la medicación en la boca y cerraban su habitación con cuatro llaves.
Esa mujer era tan peligrosa... Tal vez su boca roja o sus senos salpicados de azahares o el brillo alucinante de sus ojos morenos presagiaban tormentas que los seres comunes temían enfrentar. Ella era como un pichón con las alas heridas, soñaba con el cielo, con el aire irredento de los atardeceres y con la grupa apasionada de un horizonte sin domar.
Nunca aprendió a mentir ni a disfrazarse, por eso odiaba el carnaval y los desfiles. Creía firmemente que al amor hay que soltarlo para que se expanda y roce con su túnica todas las pieles, ásperas, transparentes, aceitunadas, malheridas, todas. Que aquel que niega un beso comete un pecado capital que deberá pagar con mil besos. Ella creía en la poesía y en la entrega. Por eso representaba un verdadero peligro para las almas menudas que habían renunciado a la trascendencia. Molestaba, como un abejorro molesta en las siestas bajo el parral. De modo que todos estuvieron de acuerdo en que había que encerrarla. Así la iban a calmar: la soledad, el encierro, la indiferencia y el olvido eran armas letales para cualquier mortal. Pero Lorena no era una cualquiera. Y pobló su soledad con duendes de todas las historias que había escuchado en su vida y convidó a una fiesta de alas a millones de pajaritos que habitaban en su inconsciente y abrió de par en par su corazón para entablar una amistad disparatada con todas las mujeres del pabellón y levantó murallas de recuerdos para honrar la Memoria. Pronto se dieron cuenta de que era un caso difícil, complicado. Y la idea fue tomando forma tácitamente entre los miembros del personal. Después de todo vamos a ayudarla a cumplir su sueño, se disculpaban.
Entonces, en un atardecer violeta habitado por susurros y perfumes, abrieron la ventana del cuarto de Lorena y la ayudaron a subir.
-          Volá, Lorenita, volá.

Lorena sonrió, desplegó sus alas  y con un profundo suspiro se lanzó hacia el cielo que, orondo, la recibió en sus brazos.
 

domingo, 9 de diciembre de 2012

DESCONOCIDA

Ahora ya no te encuentro
busco tu mirada mora
niña buena.
Este fatal desencuentro
ha ocurrido en mala hora
mi verbena.

Me duele la mordedura
de tu ausencia repentina
tras el humo.
Me persigue la premura
de arrancarme tanta espina:
me consumo.

jueves, 6 de diciembre de 2012

Travesía


Sobre el cristal dormito,
el tren avanza.
Metamorfosis de puntos cardinales:
secas llanuras a mestizas lluvias.

Foto: Sobre el cristal dormito,
el tren avanza.
Metamorfosis de puntos cardinales:
secas llanuras a mestizas lluvias.

miércoles, 5 de diciembre de 2012

MUCHACHAS



Utéricas, clitorisadas: el espejo oscuramenta el alma que el maquillaje esconde. En el leve pasadizo que va desde los ojos hasta la mirada, se avejentan, se amedrentan, se sinceran. Oh, difusa verdad de los cristales que suele mentir con decoro a quien se lo permite.
Ellas son así: cristálidas, fragilentas, tan desamparadas y embarazadas de su soledad.


Foto: MUCHACHAS

Utéricas, clitorisadas: el espejo oscuramenta el alma que el maquillaje esconde. En el leve pasadizo que va desde los ojos hasta la mirada, se avejentan, se amedrentan, se sinceran. Oh, difusa verdad de los cristales que suele mentir con decoro a quien se lo permite. 
Ellas son así: cristálidas, fragilentas, tan desamparadas y embarazadas de su soledad.

domingo, 2 de diciembre de 2012

ALFA


El amor es un pájaro breve
es un azul difuso.
Una llamada.
El soplo de la voz puede matarlo:
no hables,por favor.Foto: ALFA
El amor es un pájaro breve
es un azul difuso.
Una llamada.
El soplo de la voz puede matarlo:
no hables,por favor.

De mi arma

Eres la mujer de mi arma, dijo el andaluz. Y besó el dibujo que había tallado en su Remington.

Las Pastillas


Las cortinas de terciopelo. Se envolvió con ellas. Cuánto las había extrañado.
Su sofá de cretona, áspero, sensual. La mullida alfombra sobre la que tantas veces había hecho el amor con Manuel. La mesa ratona, de madera deslizante como un tobogán.
La tela rugosa del cuadro que cubría la pared izquierda, el vaso de cristal frío, con whisky hasta el borde. Las cápsulas sedosas, aceitosas, letales. Una, tres, cinco, diez, se deslizaron en su garganta sin rasparla, mientras el whisky las arreaba hasta el destino final.

Foto: Las cortinas de terciopelo. Se envolvió con ellas. Cuánto las había extrañado.
Su sofá de cretona, áspero, sensual. La mullida alfombra sobre la que tantas veces había hecho el amor con Manuel. La mesa ratona, de madera deslizante como un tobogán.
La tela rugosa del cuadro que cubría la pared izquierda, el vaso de cristal frío, con whisky hasta el borde. Las cápsulas sedosas, aceitosas, letales. Una, tres, cinco, diez, se deslizaron en su garganta sin rasparla, mientras el whisky las arreaba hasta el destino final.

correo electrónico II


II Parte

Un timbre nervioso y una puerta se abrió. Quedaron frente a frente, con treinta años encima.
-          ¿Qué hacés por acá?
-          Vine a verte.
-          Violaste el trato.
-          Tantas veces…
-          Estás cambiada.
-          Vos también.
-          ¿Qué nos pasó?
-          La vida –respondió Lucía con los brazos en jarra y una sonora carcajada.
-          Pero yo ya te avisé que…
-          Shhhhh –Lucía se acercó y tapó la boca de Andrés con el índice y el mayor, surcando toda la comisura tantas veces besada y mordida.
El casi enrojeció.
-          Yo soy un ermitaño.
-          A la fuerza.
-          Te lo expliqué: no quiero sufrir más.
-          Yo tampoco, por eso vine.Foto: II Parte - CORREO ELECTRÓNICO

Un timbre nervioso y una puerta se abrió. Quedaron frente a frente, con treinta años encima.
- ¿Qué hacés por acá?
- Vine a verte.
- Violaste el trato.
- Tantas veces…
- Estás cambiada.
- Vos también.
- ¿Qué nos pasó?
- La vida –respondió Lucía con los brazos en jarra y una sonora carcajada.
- Pero yo ya te avisé que…
- Shhhhh –Lucía se acercó y tapó la boca de Andrés con el índice y el mayor, surcando toda la comisura tantas veces besada y mordida.
El casi enrojeció.
- Yo soy un ermitaño.
- A la fuerza.
- Te lo expliqué: no quiero sufrir más.
- Yo tampoco, por eso vine.
- Estás gorda.
- Por eso, vine a adelgazar, como tu heladera está siempre vacía.
- ¿??????????
- Si sos un arenque, pelado y sin dientes.
- Seguís pendenciera.
- Y además, ni se te debe parar.
- Desafiante, no cambiaste.
- Algunas cosas sí. Ahora sé lo que quiero.
- ¿Y qué es lo que querés?
- A vos.
Ahora Andrés enrojeció del todo, carraspeó. Extendió la mirada por el parque. Pero al final sus ojos se encontraron.
- Y tus modales ¿dónde fueron a parar?
- Ah, perdón. Dame tu bolso. Y pasá, pero…
- ¿Qué?
- Si entrás a mi casa, entrás a mi vida y ya te dije que…
- Yo tampoco quiero sufrir más.
La puerta se cerró detrás de ellos. Y no me pidan que les cuente más. Busquen el CD de Luis Miguel y háganle los retoques convenientes, que esta historia no terminó. Recién empieza.
-          Estás gorda.
-          Por eso, vine a adelgazar, como tu heladera está siempre vacía.
-          ¿??????????
-          Si sos un arenque, pelado y sin dientes.
-          Seguís pendenciera.
-          Y además, ni se te debe parar.
-          Desafiante, no cambiaste.
-          Algunas cosas sí. Ahora sé lo que quiero.
-          ¿Y qué es lo que querés?
-          A vos.
Ahora Andrés enrojeció del todo, carraspeó. Extendió la mirada por el parque. Pero al final sus ojos se encontraron.
-          Y tus modales ¿dónde fueron a parar?
-          Ah, perdón. Dame tu bolso. Y pasá, pero…
-          ¿Qué?
-          Si entrás a mi casa, entrás a mi vida y ya te dije que…
-          Yo tampoco quiero sufrir más.
La puerta se cerró detrás de ellos. Y no me pidan que les cuente más. Busquen el CD de Luis Miguel y háganle los retoques convenientes, que esta historia no terminó. Recién empieza.