sábado, 1 de diciembre de 2012

ÍGNEO


No se sabe si por transgresora, por pionera o por falta de oportunidades, Marta seguía soltera a los treinta y cuatro años.
Eran los años ochenta, o sea que ella había nacido a mediados del siglo XX, cuando se inculcaba a las jóvenes que debían conseguir un buen partido, casarse vírgenes y formar una familia.
Todo eso era el mejor combo al que podía aspirar una mujer decente.
Marta no escapaba a las generales de la ley, pero el hecho de haber sido literalmente depositada en un colegio de monjas –donde intentaron castrarla mentalmente- hizo que llegara al punto de pedirle a Dios ser frígida para no caer en la tentación.
Sin embargo, Dios –o el diablo- no moldearon ese destino para ella.
Y a los treinta y cuatro años sintió la imperiosa necesidad de ser madre.
No tenía pareja ni tampoco el coraje para ser una madre soltera.
Una noche le presentaron a Ángel, un recién divorciado con ganas de divertirse. Juntaron sus soledades similares, aunque sus deseos fueran tan diferentes. Al cabo de un tiempo, ella quedó embarazada y él hizo las valijas. Al final, quedó sola con sus temores, pero manejaba tan bien el personaje de mujer omnipotente que siguió adelante contra viento y marea.
Cuando nació su hija ya estaba en pareja con Osvaldo, otro hombre que tampoco la quería, pero que se había conmovido al verla sola y embarazada.
La pareja no funcionó, muy pronto el manifestó sus características violentas y no tardó en maltratarla verbal y físicamente.
Con magulladuras en el alma y el cuerpo, un día tomó coraje y le pidió el divorcio a Osvaldo.
Por entonces ya tenía tres hijos y ninguna ayuda de su ex marido.
Tuvo que trabajar de sol a sol. Trató de compensar sus ausencias brindando a sus hijos un amor desmedido y sobreprotector.
Paulina, su primera hija, nunca la perdonó por “quitarle” dos padres.
Cuando los tres crecieron, volvió a quedar sola. Y no lo pudo resistir. Afloró impetuosamente su trastorno afectivo bipolar y en una crisis maniática de ira prendió fuego su casa, con ella y su dolor, adentro.     




Foto: No se sabe si por transgresora, por pionera o por falta de oportunidades, Marta seguía soltera a los treinta y cuatro años.
Eran los años ochenta, o sea que ella había nacido a mediados del siglo XX, cuando se inculcaba a las jóvenes que debían conseguir un buen partido, casarse vírgenes y formar una familia.
Todo eso era el mejor combo al que podía aspirar una mujer decente.
Marta no escapaba a las generales de la ley, pero el hecho de haber sido literalmente depositada en un colegio de monjas –donde intentaron castrarla mentalmente- hizo que llegara al punto de pedirle a Dios ser frígida para no caer en la tentación.
Sin embargo, Dios –o el diablo- no moldearon ese destino para ella.
Y a los treinta y cuatro años sintió la imperiosa necesidad de ser madre.
No tenía pareja ni tampoco el coraje para ser una madre soltera.
Una noche le presentaron a Ángel, un recién divorciado con ganas de divertirse. Juntaron sus soledades similares, aunque sus deseos fueran tan diferentes. Al cabo de un tiempo, ella quedó embarazada y él hizo las valijas. Al final, quedó sola con sus temores, pero manejaba tan bien el personaje de mujer omnipotente que siguió adelante contra viento y marea.
Cuando nació su hija ya estaba en pareja con Osvaldo, otro hombre que tampoco la quería, pero que se había conmovido al verla sola y embarazada.
La pareja no funcionó, muy pronto el manifestó sus características violentas y no tardó en maltratarla verbal y físicamente.
Con magulladuras en el alma y el cuerpo, un día tomó coraje y le pidió el divorcio a Osvaldo.
Por entonces ya tenía tres hijos y ninguna ayuda de su ex marido.
Tuvo que trabajar de sol a sol. Trató de compensar sus ausencias brindando a sus hijos un amor desmedido y sobreprotector.
Paulina, su primera hija, nunca la perdonó por “quitarle” dos padres.
Cuando los tres crecieron, volvió a quedar sola. Y no lo pudo resistir. Afloró impetuosamente su trastorno afectivo bipolar y en una crisis maniática de ira prendió fuego su casa, con ella y su dolor, adentro.


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