jueves, 13 de marzo de 2014

DIME DE QUÉ ALARDEAS

La soberbia no es, en lo más mínimo, un síntoma de grandeza.
En los jóvenes, es síntoma de ignorancia; y en los viejos, de decadencia.
Como dice un sabio refrán “dime de qué alardeas y te diré de qué careces”. Seguramente, quienes se pavonean de ser los dueños de la verdad, sólo se refieren a su minúscula y mezquina verdad.

No siempre luchar por un objetivo implica nobleza, cuando el propósito que se persigue es, simplemente, la reivindicación de un interés particular y fragmentado.

Para que la lucha ennoblezca y dignifique, sería bueno tener claro, en primer lugar, contra qué se lucha. Porque solemos enredarnos en parcialidades que solo favorecen al verdadero enemigo, a quien nuestra necedad termina beneficiando.

Esa actitud, ese posicionamiento, dista mucho de ser inteligente, ergo, quienes así actúan no son tan inteligentes como pretenden mostrar.

La mezquindad, el egoísmo, la falta de solidaridad, son malas compañías, nada recomendables para las grandes empresas humanas.
Además, cuando uno está realmente seguro de su capacidad y de su talento, puede hacer frente a todos los contratiempos, porque tiene con qué.

Si necesitamos opacar a otros para brillar, algo malo está sucediendo.
Si necesitamos pavonearnos a los cuatro vientos diciendo lo buenos que somos, no lo seremos tanto.
La verdadera justicia no sabe de grupúsculos o elite. Es generosa, es amplia, contempla a todos los sectores.
Es cierto que los argentinos no tenemos experiencia –buena experiencia- en este sentido, pero si nos pasamos la vida reclamando justicia, no seamos injustos. Porque eso es, como mínimo, una grave contradicción. Y la soberbia, además de pecado capital, es un acto de injusticia.

 Si cada sector se considera el dueño del saber y la verdad, eso ya es una gran mentira.
Y es hora de acabar con la horrible generalización. No seamos tan cómodos ni tan simplistas. No todos los piqueteros son violentos, ni todos los políticos son corruptos, ni todos los empleados públicos son “Ñoquis”, ni todos los maestros trabajan solamente cuatro horas, ni todos los peronistas, ni todos los radicales, ni todos los abogados, ni todos los universitarios, ni todos los porteños, ni todos los pampeanos o los mendocinos, o los cordobeses... y así podríamos seguir por horas. Lo único más o menos cierto es que hay buena gente en todos lados y que también hay gente mala en todos lados y lo que es aún más importante, todos somos un poco buenos, un poco malos, o al menos, tenemos defectos y virtudes. Pero nadie es perfecto. Y si alguien lo fuera que se anime y tire la primera piedra.  Aunque tal vez corra el riesgo de que le pase lo que cuenta Mario Benedetti en “Avicultura”:

Yo soy el pájaro, dijo un pájaro
hasta que el gato lo cazó al vuelo
y lo exhibió como un trofeo.

Yo soy un pájaro, rectificó el pájaro
pero a esta altura la humildad
no le sirvió de nada.
Olga Liliana Reinoso

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