domingo, 10 de abril de 2016

UNA APRENDE

UNA APRENDE

Lento, pero viene.
El saber, la luz del entendimiento.
Como un parto con dolor. Vienen.
En la poesía como en la vida, en la política como en el amor: hay falsos profetas, cantos de sirena, falsos abrazos de oso, tequiero prostituídos.
Y una aprende.
Los mismos que te abrazan se hacen camperas de cuero con tu cuero, te cantan loas y te estafan, se aprovechan de tu antiviveza criolla, de tu culto por la dignidad y la honradez, de esta manía de ser sincera a ultranza, izando el corazón para que flamee a los cuatro vientos y los cancerberos lo deglutan uva a uva como a una víctima propiciatoria, racimo de estupidez para los  presuntos dueños de la verdad absoluta que ni siquiera tienen el decoro de aplicar, de tanto en tanto, el beneficio de la duda.
He aquí la diferencia.
Y entre las sombras pérfidas, en la clandestinidad más deshonrada, horadan tus poros e inoculan el veneno de la desconfianza, virus letal que, como una lepra, te va carcomiendo. Y así ves crecer en tu jardín inocuo, ramitas de sospecha.
 La sospecha es como las ratitas domésticas. No las ves, pero escuchás sus sordos ruidos las veinticuatro horas, también cuando estás dormida, porque se acobachan en tu cerebro, en tu glotis, en el flujo menstrual, en la saliva, en el intestino grueso y en el delgado también.
Sospecha: rata asquerosa, abrevadero del insomnio, te hace su esclava para siempre.
También es un abuso: intelectual, cerebral, genital, afectivo, gutural, ideológico, estomacal.
Lentamente, una aprende.
Y se da un baño de inmersión en la pila de la indiferencia. Y así como antes corregía faltas ortográficas, comienza a tachar nombres o a ponerse el chaleco antibalas para preservarse de ciertos encontronazos.
Una siempre tuvo clara la jerarquía de sus sentimientos e ideas. Primero los hijos, después los amigos y muy despuesito algunas ideas que, como los errores de ortografía, siempre pueden corregirse, mejorarse y hasta cambiarse.
Pero… ¿cambiar un hermano por una idea? ¿Perder un amigo por defender gente que ha hecho de la deslealtad un hábito? ¿Defender lo indefendible en lugar de tender la mano al que está cerca y es capaz de abrazarnos en serio?
No. No. No. Una ya aprendió que no todo lo que brilla es oro y la necedad es tan brillante que enceguece.
A cuidar los afectos verdaderos, a cuidar las palabras que pueden herir a un corazón noble y cercano.
Cada vez es más difícil contar con afectos genuinos. Si los desperdigás por no saber callar a tiempo, si te extralimitás con tus palabras, un día comerás palabras como piedras.
Hay cosas, gente, amores, que se deben preservar. Son la reserva, la referencia, el refugio.
Que el ventarrón nunca te pille a la intemperie. No vaya a ser que ni siquiera te recuerden.
Y eso es morir.

©Olga Liliana Reinoso – Un abril más.


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