jueves, 2 de julio de 2009

UMBERTO ECO





Biografía de Umberto Eco
Umberto Eco nace en Alessandria en 1932 y, a los veinte años, se traslada a Turín para estudiar en la Universidad. En 1954 se licencia en estética bajo la dirección del profesor Luigi Pareyson con una tesis sobre Tomás de Aquino, una auténtica fuente de estudios medievales que tendrá en cuenta en algunas de sus novelas más afortunadas.Luego, entra a formar parte del Grupo 63 y realiza un sinfín de estudios en muchas direcciones: la poética de vanguardia, la historia de la estética, la comunicación de masas, etc.Profesor ordinario de Semiótica y presidente de la Escuela Superior de Ciencias Humanísticas de la Universidad de Bolonia, debuta con la novela "El nombre de la rosa" (1980), un afortunado thriller gótico ambientado en un convento que, además, estimula el debate ideológico. Sus novelas posteriores, "El péndulo de Foucault" (1988) y "La isla del día antes " (1994), no gozan del mismo éxito, quizá porque están demasiado marcadas por preocupaciones intelectuales yuxtapuestas.Entre sus ensayos cabe destacar: "Obra abierta" (1962), "Apocalípticos e integrados" (1964), "La definición del arte" (1968), "La estructura ausente" (1968), "Las formas del contenido" (1971), "Tratado general de semiótica" (1975), "Lector in fábula" (1979), "Semiótica y filosofía del lenguaje" (1984), "De los espejos y otros ensayos" (1985), "Los límites de la interpretación " (1990), "La búsqueda de la lengua perfecta" (1993), "Seis paseos por los bosques narrativos" (1994), "Kant y el ornitorrinco" (1997). Además, cabe señalar las investigaciones de "Diario mínimo" (1963), "El superhombre de masa" (1976), "Siete años de deseo" (1983) así como "El segundo Diario Mínimo" (1990), "Cinco escritos morales " (1997) y "La bustina di Minerva" (2000).









LOS TRES ASTRONAUTAS

Había una vez la Tierra. Había una vez Marte. Estaban muy lejos el uno del otro, en medio del cielo, y alrededor había millones de planetas y galaxias. Los hombres que habitaban en la tierra querían llegar a Marte y a los otros planetas. ¡Pero estaban muy lejos!De todos modos se pusieron a trabajar. Primero lanzaron satélites que giraban dos días alrededor de la Tierra y luego regresaban.
Después lanzaban cohetes que daban vueltas alrededor de la Tierra, pero en vez de regresar, al final huían de la acción terrestre y partían hacia el espacio infinito.
Al principio en los cohetes pusieron perros, pero los perros no sabían hablar, y a través de la radio transmitían solo "gua-guau" y los hombres no podían entender que habían visto, ni adónde h
abían llegado.
Por fin, encontraron hombres valientes, que quisieron trabajar de astronautas.El astronauta se llama así porque parte a explorar los astros que están en el espacio infinito, con los planetas, las galaxias y todo lo que hay alrededor.
Un buen día partieron de la Tierra, desde tres puntos distintos, tres cohetes. En el primero iba un norteamericano, que silbaba muy alegre un motivo de jazz. En el segundo iba un ruso, que cantaba con voz profunda "Volga, volga". En el tercero iba un negro que sonreía feliz, con dientes muy blancos en su cara negra. En efecto, por aquellos tiempos los habitantes del Africa, finalmente libres, se habían demostrado tan hábiles como los blancos para construir ciudades, máquinas y —naturalmente— astronaves.
Cada uno de los tres quería ser el primero en llegar a Marte. El norteamericano, no quería al ruso y el ruso no quería al norteamericano; y todo porque el norteamericano para decir buen día decía "how do you do" y el ruso decía "ZDRAVCTVUITE". Por eso no se comprendían y se creían distintos. Los dos, además, no querían al negro porque tenía un color diferente. Por eso no lo entendían.Como los tres eran muy valientes, llegaron a Marte casi al mismo tiempo. Descendieron de sus astronaves con el casco y el traje espacial y encontraron un paisaje maravilloso y extraño: el terreno estaba surcado por largos canales llenos de agua de color verde esmeralda. Había árboles azules y pajaritos nunca vistos con plumas de rarísimos colores. En el horizonte se veían montañas rojas que despedían misteriosos fulgores.
Los astronautas miraban el paisaje, se miraban entre sí y se mantenían separados, desconfiando el uno del otro.
Los astronautas partían sin saber si podrían regresar. Querían conquistar las estrellas, para que un día todos pudiesen viajar de un planeta a otro, porque la Tierra se había vuelto demasiado chica y los hombres eran cada día más.
Llegó la noche. Había en torno a ellos un extraño silencio, y la Tierra brillaba en el cielo como si fue una estrella lejana.
Los astronautas se sentían tristes y perdidos, y el norteamericano en la oscuridad llamó a la mamá. Dijo: "Mamie"... Y el ruso dijo: "Mama"... Y el negro dijo: "Mbamba". Enseguida comprendieron que estaban diciendo lo mismo y que tenían los mismos sentimientos.

Fue así que se sonrieron, se acercaron, juntos encendieron un buen fueguito, y cada uno cantó canciones de su país. Entonces se armaron de coraje y mientras esperaban el amanecer, aprendieron a conocerse. Por fin se hizo de día, hacía mucho frío.De repente, de un grupito de árboles salió un marciano. ¡Era realmente horrible verlo! Todo verde, tenía dos antenas en lugar de orejas, una trompa y seis brazos. Los miró y dijo: ¡GRRR! En su idioma eso quería decir: “ ¡Madre mía! ¿Quiénes son esos seres tan horribles?!” Pero los terrestres no lo entendieron y creyeron que ese era un grito de guerra. Era tan distinto a ellos que no podían entenderlo ni amarlo. En seguida se sintieron de acuerdo y se declararon en contra de él.
F rente a ese monstruo sus pequeñas diferencias desaparecían. ¿Qué importaba que hablaran un idioma distinto? ¿Qué importaba que uno tuviera la piel negra y los otros la tuvieran blanca?
Entendieron que los tres eran seres humanos. El otro no. Era demasiado feo y los terráqueos pensaban que el que es tan feo debe ser malo. Fue así como decidieron matarlo con sus desintegradores atómicos.
Pero de repente, en medio del enorme frío del amanecer, un pajarito marciano, que evidentemente se había escapado del nido, cayó al suelo temblando de frío y de miedo. Piaba desesperado, más o menos como un pajarito terrestre. Daba realmente pena. El norteamericano, el ruso y el negro lo miraron y no pudieron contener una lágrima de compasión.

En ese momento sucedió algo extraño. También el marciano se acercó al pajarito, lo miró y dejó escapar dos hebras de humo de la trompa. Y los terrestres, de golpe, comprendieron que el marciano estaba llorando. A su modo, como lloran los marcianos.
Después vieron como se inclinaba sobre el pajarito y lo alzaba entre sus seis brazos tratando de darle calor.El negro, que en otros tiempos había sido perseguido porque tenía negra la piel y por eso mismo sabía cómo son las cosas, dijo a sus amigos terrestres: -¿Se dieron cuenta? ¡Creíamos que este monstruo era distinto a nosotros, pero también él ama a los animales, sabe conmoverse, tiene un corazón y sin duda, un cerebro! ¿Creen todavía que hay que matarlo?
No era necesario hacerse semejante pregunta. Los terrestres habían aprendido la lección: que dos personas sean diferentes no quiere decir que deban ser enemigos.Por lo tanto se acercaron al marciano y le tendieron la mano. Y él que tenía seis, les dio la mano a los tres al mismo tiempo, mientras que con las que quedaban libres hacía gestos de saludo.Y señalando la Tierra, distante en el cielo, hizo entender por señas que desearía viajar allá, para conocer los otros habitantes y estudiar con ellos la forma de fundar una república espacial en la que todos se amaran y estuvieran de acuerdo. Los terrestres dijeron que sí y para festejar el acontecimiento le ofrecieron un cigarrillo. El marciano muy contento, se lo introdujo en la nariz y empezó a fumar. Pero ya los terrestres no se escandalizaban más. Habían comprendido que, tanto en la tierra como en los otros planetas, cada uno tiene sus propias costumbres, pero que sólo es cuestión de comprenderse los unos a los otros. FIN


Cada día se nota más la intolerancia. Todos los resentimientos están a flor de piel. Hay demasiado odio en el ambiente. ¿Será por eso que crecen nuevos virus? ¿Será la maldad, el rencor, la falta de solidaridad lo que genera las pandemias? Ojalá muchos lean este cuento y aprehendan su contenido. Que lo lean con los ojos, con las tripas, con el alma. Y se les haga carne.


Dénme luz en la sala

quiero verles las caras.

No soporto más rostros anónimos

acechando detrás de las persianas.

Y en la hora de la luz

Ausentes.

Quiero verlos a todos:

Los que me aman

y los que no me aman.

Aquellos que me honran con su risa

o el gesto de una mano sobre el hombro.

Que de una vez por todas

nos miremos de frente

cara a cara

y en la hora de la luz:

PRESENTES.


Olga Liliana

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