SOCIEDAD › OPINION
Sábado, 21 de agosto de 2010
El debate del aborto
Por Mariana Carbajal
Susana Díaz murió una semana atrás en el Hospital Zonal de Añatuya, Santiago del Estero. La mató un aborto inseguro. Era muy pobre. Tenía apenas 16 años. Vivía en un paraje cercano a Los Juríes, departamento Taboada. Falleció en la guardia, de acuerdo con la información que dio el director del centro de salud a las autoridades de la Dirección de Maternidad e Infancia provincial. Llegó en estado desesperante, terminal. Un médico policial la examinó y determinó que presentaba “signos evidentes de haberse practicado un aborto clandestino, lo que le habría provocado una septicemia generalizada”, según publicó el diario El Liberal. Susana Díaz, trascendió, habría dejado huérfana a una niña de dos años.
El Código Penal no disuade de llevar adelante la práctica a las mujeres que deciden abortar. Cada año alrededor de medio millón de mujeres, muchas de ellas jóvenes y adolescentes, católicas y no católicas, de todos los sectores sociales, recurren a una interrupción voluntaria de embarazo como última salida ante una gestación no deseada. Pero las que ponen en riesgo su cuerpo y su vida son las chicas de hogares más desfavorecidos, como Susana. Las mujeres que pueden pagar una intervención segura o cuentan con la información adecuada para no caer en una práctica insegura también abortan en la clandestinidad. Pero para ellas, la penalización que hoy rige en la Argentina tiene otra carga: es temor, es estigma, es también la amenaza de ser denunciadas e ir presas, pero no la posibilidad de la muerte, de dejar a sus hijos –muchas tienen hijos– sin madre.
La maternidad no puede ser impuesta, no puede ser un castigo. Debe ser elegida. Una ley que despenalice y legalice el aborto no obligará a ninguna mujer que no quiera interrumpir voluntariamente un embarazo a hacerlo. Quienes apoyamos que se discuta y apruebe una reforma legal que saque del Código Penal al aborto no somos “abortistas”, como pretenden tildarnos los sectores más conservadores con el arzobispo de La Plata, Héctor Aguer, a la cabeza. Defendemos la vida, la de Silvia, la de tantas compatriotas que cada año mueren o quedan con graves secuelas (sin útero, sin ovarios, estériles), como consecuencia de abortos inseguros. Desde la recuperación democrática hasta el año 2008, las estadísticas oficiales indican que fallecieron por esa causa 2578 mujeres. ¿Cuántas muertes más, todas evitables, estamos dispuesta/os como sociedad a avalar? Ninguna mujer se embaraza para abortar. Ninguna mujer enfrenta un aborto graciosamente. Un Estado comprometido con la defensa de los derechos humanos debe brindar las mejores condiciones para que quien decida hacerlo pueda abortar sin riesgos.
En el año 2007 se registraron 59.960 hospitalizaciones por aborto en todo el país, sólo en el sector público, de acuerdo con las estadísticas del Ministerio de Salud. Entre 1995 y 2007, las internaciones de niñas y adolescentes entre 10 y 19 años representaron cerca del 15,5 por ciento y las de jóvenes de 20 a 24 años fueron un 26 por ciento aproximadamente. Juntos, ambos grupos constituyeron cerca del 40 por ciento del total de los egresos hospitalarios por aborto. En los países donde es legal, la mortalidad por aborto es insignificante y, además, la consulta suele terminar con una consejería en salud sexual y reproductiva, y la entrega de métodos anticonceptivos, para evitar que la mujer repita la situación. Abortos existieron y existirán siempre. A veces falla un método anticonceptivo, a veces no se lo usa, a veces hay una relación sexual violenta, forzada.
Avanzar con la despenalización y legalización del aborto es seguir el camino de la ampliación fundamental del derecho a la igualdad, como sostuvo el miércoles pasado el filósofo Ricardo Forster, en el panel convocado por la Comisión de Mujeres de Carta Abierta en la Manzana de las Luces. “Así como se volvieron más libres los cuerpos, las palabras y las conciencias de una infinidad de compatriotas después de la aprobación de la ley de matrimonio civil igualitario, también es cierto que hay una infinidad de cuerpos de mujeres que permanecen en estado de violencia, de ‘culpa’, de ‘pecado’, de ‘horror’ –todo entre comillas– y también de persecución judicial y persecución simbólica” por la criminalización del aborto, dijo Forster. Y reclamó la inmediata apertura del debate en el Congreso, para discutir los proyectos que proponen la despenalización y legalización. El mismo reclamo se viene escuchando cada vez con más fuerza en distintos ámbitos: políticos, académicos, de las organizaciones de derechos humanos, de la sociedad civil. ¿Cuándo será escuchado por el Congreso?
sábado, 21 de agosto de 2010
miércoles, 18 de agosto de 2010
Escritores Pampeanos recorren la provincia II

El viernes 20,a las 20, se presentará la segunda Antología del Proyecto "Escritores pampeanos recorren la provincia". En la misma oportunidad, disertará la profesora Stella Gamba.
miércoles, 11 de agosto de 2010
http://mispoetascontemporaneos.blogspot.com/

HIJO
Hace frío, me digo, mientras miro
la calle larga desde el ventanal gris
abierto a los misterios de tu alma
que recorre mi amor desde esa vez.
Qué confusión me da tu adolescencia
tu complejo crecer, sencillamente,
cuando el oficio duro de ser madre
acuna la amargura de tu ausencia.
Pero persisto, en la hojarasca del otoño
bruñido bronce de tu voz sin par
que dora mis espacios y entreteje
las pieles de un abrazo que desvela.
No importa si estás lejos. Es mentira.
Vos estás en mi sangre aún presurosa
estás en mi silencio nutritivo
en cada gesto del esfuerzo diario.
Estás en mi memoria y en mi olvido
en los años que tengo por delante
en la espesura de la vida misma
y en el magno deleite al reencontrarte.
Olga Liliana Reinoso
posted by Gustavo Tisocco
domingo, 8 de agosto de 2010
REY DE CORAZONES 
Gracia era de una elegancia vertical, con ojos avizores de mirada valiente. A pesar del cabello censurado, sus pechos jadeantes daban aspereza al terciopelo rojo de la sangre que se entreveía por el velo hendido de su deseo.
Sus manos estilizadas buscaban entre las sedas y los brillos dorados. El sol crepuscular era una lámpara de alabastro que estallaba en mil colores. Había llegado la hora del encuentro porque ya sonaban las precisas campanadas en la torre de la iglesia, eran certeras cuchilladas que no gemían adiós sino bienvenida. Etérea se deslizaba en los oscuros pasadizos y su femineidad despedía luz.
Él se parecía a Jesucristo; sin embargo, tenía el pecado en la mirada, y manos femeninas que evidenciaban su debilidad. Era temerario y reticente, astuto y tímido, pero había caído en la trampa del amor y no le servía ninguna de sus armas. La pasión, el deseo, las estrategias de esa indefensa muchacha habían sido más poderosas que los arcabuces. Él sabía que estaba perdido ante ese ejército de besos y secreciones dulces como la miel más pura.
- ¿Qué buscas? –preguntó el Sumo Sacerdote.
- El amor – respondió el rey, con firmeza.
- Dime su nombre.
- Ya lo sabes.
- ¿Estás dispuesto al sacrificio?
- Estoy dispuesto a todo.
- ¿Tanto la amas?
- Hasta la locura.
- ¿Darías tu vida por ella?
- Sí. Y hasta mataría.
Sobre el tapiz se expandían las huellas de una pasión creciente.
Malos años se anunciaban, años de llanto y muerte.
Cuando el cortinado se descorrió, los cuerpos de Gracia y el rey se anudaron con la noche incipiente y el techo brilló con estrellas propias.
Nada hubo más importante en este mundo que esa cópula inmensa sin rencores ni resabios de viejas maldiciones.
Vaya a saber qué filtro dejó pasar el primigenio rayo de la luna en esa alcoba, porque la reina pudo ver las sombras y reconoció cada suspiro. La humillación la abofeteó en pleno rostro y ni siquiera su culpa pudo apagar aquel incendio de odio que comenzó a quemarla como en la pira de los antiguos sacrificios.
La pitonisa buscó a Gracia por todo el palacio para advertirla del peligro y le dijo que su secreto era la caja de Pandora. Quien la abriera esparciría todos los males y urdiría un desenlace de cuentos de hadas negras y sarcásticas.
Pero ni las palabras agoreras ni los experimentos arriesgados de los alquimistas en los sótanos de la prisión, pudieron enfriar los ardores de ese pacto sacrílego de amor.
La reina comenzó a tomar decisiones arrebatadas sin consultar al rey y cuando éste le hizo reclamos intempestivos, lo traspasó con la hiel de su despecho: o la dejaba gobernar sin inmiscuirse en cuestiones de estado, o ella hablaría para hacerlo abdicar.
El rey enfermó, presionado por el miedo, la ambición de poder y esa pasión hereje que enturbiaba su mente. Permanecía postrado en su lecho sin permitir la entrada de Gracia ni de la reina.
Hasta que una mañana, la niña logró eludir la vigilancia y entró en la recámara; su rostro surcado de lágrimas mojó los labios resecos del monarca que, ahora, parecía un anciano.
En la duermevela de la fiebre intensa el rey alcanzó a oír su condena:
–Estoy embarazada, musitó Gracia.
Fue tal el sobresalto que casi por sortilegio su cuerpo se enfrió y desapareció la fiebre. A esta revelación le sucedió un relámpago desquiciado que se instaló en los ojos del rey. Besó a Gracia despiadadamente y sin escrúpulos. Luego, sus dedos se cerraron sobre el cuello de cisne y presionó con desesperación mientras un grito mudo le tajeaba la garganta.
Depositó a la joven sobre la seda helada de las sábanas y de un salto tomó la espada que yacía sobre un mueble. Recordó las palabras que en su delirio le había expresado al hechicero en la noche fatídica y, sin titubear, hundió la hoja de metal en su carne.
La agonía duró lo suficiente como para pedir perdón a Dios y, arrastrándose, logró llegar hasta el cuerpo agraciado y desgraciado.
Los descubrieron los sirvientes que salieron dando voces, buscando a la reina: ella selló sus bocas aterrándolos con amenazas innombrables.
Sólo cuando acabaron los funerales de su hija y su marido, la reina, anestesiada por los celos, confesó al sacerdote la verdad del adulterio cometido hacía quince años.

Gracia era de una elegancia vertical, con ojos avizores de mirada valiente. A pesar del cabello censurado, sus pechos jadeantes daban aspereza al terciopelo rojo de la sangre que se entreveía por el velo hendido de su deseo.
Sus manos estilizadas buscaban entre las sedas y los brillos dorados. El sol crepuscular era una lámpara de alabastro que estallaba en mil colores. Había llegado la hora del encuentro porque ya sonaban las precisas campanadas en la torre de la iglesia, eran certeras cuchilladas que no gemían adiós sino bienvenida. Etérea se deslizaba en los oscuros pasadizos y su femineidad despedía luz.
Él se parecía a Jesucristo; sin embargo, tenía el pecado en la mirada, y manos femeninas que evidenciaban su debilidad. Era temerario y reticente, astuto y tímido, pero había caído en la trampa del amor y no le servía ninguna de sus armas. La pasión, el deseo, las estrategias de esa indefensa muchacha habían sido más poderosas que los arcabuces. Él sabía que estaba perdido ante ese ejército de besos y secreciones dulces como la miel más pura.
- ¿Qué buscas? –preguntó el Sumo Sacerdote.
- El amor – respondió el rey, con firmeza.
- Dime su nombre.
- Ya lo sabes.
- ¿Estás dispuesto al sacrificio?
- Estoy dispuesto a todo.
- ¿Tanto la amas?
- Hasta la locura.
- ¿Darías tu vida por ella?
- Sí. Y hasta mataría.
Sobre el tapiz se expandían las huellas de una pasión creciente.
Malos años se anunciaban, años de llanto y muerte.
Cuando el cortinado se descorrió, los cuerpos de Gracia y el rey se anudaron con la noche incipiente y el techo brilló con estrellas propias.
Nada hubo más importante en este mundo que esa cópula inmensa sin rencores ni resabios de viejas maldiciones.
Vaya a saber qué filtro dejó pasar el primigenio rayo de la luna en esa alcoba, porque la reina pudo ver las sombras y reconoció cada suspiro. La humillación la abofeteó en pleno rostro y ni siquiera su culpa pudo apagar aquel incendio de odio que comenzó a quemarla como en la pira de los antiguos sacrificios.
La pitonisa buscó a Gracia por todo el palacio para advertirla del peligro y le dijo que su secreto era la caja de Pandora. Quien la abriera esparciría todos los males y urdiría un desenlace de cuentos de hadas negras y sarcásticas.
Pero ni las palabras agoreras ni los experimentos arriesgados de los alquimistas en los sótanos de la prisión, pudieron enfriar los ardores de ese pacto sacrílego de amor.
La reina comenzó a tomar decisiones arrebatadas sin consultar al rey y cuando éste le hizo reclamos intempestivos, lo traspasó con la hiel de su despecho: o la dejaba gobernar sin inmiscuirse en cuestiones de estado, o ella hablaría para hacerlo abdicar.
El rey enfermó, presionado por el miedo, la ambición de poder y esa pasión hereje que enturbiaba su mente. Permanecía postrado en su lecho sin permitir la entrada de Gracia ni de la reina.
Hasta que una mañana, la niña logró eludir la vigilancia y entró en la recámara; su rostro surcado de lágrimas mojó los labios resecos del monarca que, ahora, parecía un anciano.
En la duermevela de la fiebre intensa el rey alcanzó a oír su condena:
–Estoy embarazada, musitó Gracia.
Fue tal el sobresalto que casi por sortilegio su cuerpo se enfrió y desapareció la fiebre. A esta revelación le sucedió un relámpago desquiciado que se instaló en los ojos del rey. Besó a Gracia despiadadamente y sin escrúpulos. Luego, sus dedos se cerraron sobre el cuello de cisne y presionó con desesperación mientras un grito mudo le tajeaba la garganta.
Depositó a la joven sobre la seda helada de las sábanas y de un salto tomó la espada que yacía sobre un mueble. Recordó las palabras que en su delirio le había expresado al hechicero en la noche fatídica y, sin titubear, hundió la hoja de metal en su carne.
La agonía duró lo suficiente como para pedir perdón a Dios y, arrastrándose, logró llegar hasta el cuerpo agraciado y desgraciado.
Los descubrieron los sirvientes que salieron dando voces, buscando a la reina: ella selló sus bocas aterrándolos con amenazas innombrables.
Sólo cuando acabaron los funerales de su hija y su marido, la reina, anestesiada por los celos, confesó al sacerdote la verdad del adulterio cometido hacía quince años.
sábado, 7 de agosto de 2010
Seminario de Narración Oral Escénica
Literatura
PERDEDOR
- Soy Luisa, te escucho.
El hombre hablaba pausadamente.
- Tengo 50 años –dijo- y me voy a morir. Pero eso no es lo peor. Lo peor es lo que hice o lo que no hice con mi vida. No tengo mujer, no tengo hijos, no tengo casa ni trabajo. No planté árboles ni escribí libros.
- Y ¿por qué decís que te vas a morir? –preguntó Luisa.
- Lo único que tengo es mi mamá –continuó el hombre sin escucharla- Y ahora la voy a dejar sola.
- Pero no es necesario morirse para dejar a los padres –intervino Luisa-. Alcanza con mudarse.
- ¡Cómo me voy a mudar! –se alteró el hombre-. Ella también está sola y fue la que me crió, la que me cuidó siempre. Se separó de mi padre para cuidarme solamente a mí, ella fue la que me alertó sobre las malditas mujeres con las que yo me entreveraba. Y hasta me prestó la plata para que hiciera abortar a aquella piba de La Pampa que me gustaba tanto. (Eso me dolió, me arrepentí toda la vida. Pero sé que la vieja lo hizo por mi bien, al fin y al cabo, yo era un pendejo)
- ¿Sabés lo que sos vos? ¡Un pelotudo! ¡Un pelotudo importante! Y es cierto que te vas a morir, mucho antes de lo que pensás.
Luisa tomó el cable del teléfono, hizo un nudo apretado, apretado. Y lo colgó.
Tu tu tu tu tu tu…
EL BAILARÍN
Lo había visto jugar en el potrero desde que era una pulga.
Vivía a unas cuadras de mi casa, en un barrio incipiente, hecho a fuerza de pulmón, con los retazos que juntaban los viejos en los atardeceres cómplices.
Parecía un carbón encendido cuando los ojos pícaros se iluminaban al patear la pelota.
Yo nunca entendí nada de fútbol. Ni me importaba. Pero verlo era una fiesta.
Parecía danzar una coreografía de Julio Bocca cuando se deslizaba por el baldío lleno de rosetas.
Tiempo después, me mudé más cerca del centro de General Pico. Y me olvidé del bailarín futbolero. Para colmo, ni sabía su nombre.
Dos días antes de la muerte de mi viejo, fanático de River, me dieron la titularidad en la Escuela Nº 111, esa que tanto me recordaba a la primaria en mi pequeño pueblo.
Aunque reconozco que la docencia no fue mi verdadera vocación, siempre le puse garra y pasión. Como el bailarín en la cancha, como mi viejo gritándole a Francéscoli o a Fillol.
Es que el hecho de trabajar con pibes era un milagro cotidiano.
Yo era el maestro de Lengua, ratón de biblioteca, típico patadura que sólo podía hablar de fútbol leyendo cuentos de grandes autores como Soriano, Fontanarrosa o Galeano.
Eso sí, esos cuentos eran infalibles. Emocionaban por igual a los varones y a las chicas.
Así que yo acudía seguido a su maravillosa herramienta para acallar las hordas. Y meterlas de a poco en la literatura, tras la ilusión de perseguir una pelota.
Una mañana soleada de principios de octubre, mientras disfrutaba de una hora libre tomándome unos mates, se me dio por observar a mis alumnos que jugaban al fútbol con el profesor de Educación Física.
De pronto, algo me resultó familiar. Esas gambetas, ese malabarismo de piernas y pelota, la escabullida entre los adversarios, el tiro mortal al arco contrario, no podían ser imitaciones.
Eran una pieza única de orfebrería canchera.
Había crecido mucho, pero al acercarme, reconocí las brasas en sus ojos.
De puro porfiado, le pregunté dónde vivía. Y él, riéndose, me dijo:
- A seis cuadras de su casa de antes, profe.
Era él, nomás. Así que Jonathan Flores era el contorsionista del baldío. Me alegró reencontrarlo entre mis alumnos. A los pocos días descubrí que lo llamaban el “Mara”.
- ¿Mara? –dije- ¿La liebre patagónica? ¿Por el departamento Maracó?
- Profe, usted lee mucho, pero de fútbol no sabe nada. Le decimos Mara por el Diego. ¿No vio cómo juega?
Sí, claro que lo había visto y también me había conmovido.
Pero una cosa eran la cancha, los penales, la pelota. En el aula, el asunto se complicaba. No sólo porque los números y las letras se enredaban en su cabecita, sino por las zapatillas sin marca, el pantalón emparchado y, muchas veces, la ausencia de jabón.
Justo había caído en un curso de “niños bien” a los que les gustaban más el rugby o el básquet, porque el fútbol era villero.
Yo sentía que tenía que hacer algo, pero no le encontraba la vuelta. Hasta que tuve una idea y sin dar demasiados detalles, los organicé en grupos.
Nicolás, un fanático de Mozart, se plantó con sus catorce años y me dijo:
- Profe, yo no voy a hacer grupo con el Mara Flores.
- ¿Por qué?
- Porque es un negro de mierda que ni se baña, es un burro y la madre es una…
- ¡Nicolás! No podés ser tan prejuicioso y discriminatorio. A la gente, primero hay que conocerla. Todos tenemos algo bueno para brindar. Tenés todo el fin de semana para reflexionar, porque el lunes comienza el trabajo.
El padre de Nicolás era un colega, así que le sugerí que hablara con él.
El lunes, Nicolás llegó con trompa y, sin mediar palabra, se sentó con el Mara.
Les expliqué el trabajo. Era un pequeño certamen urdido “ad hoc”: tenían que escribir un poema sobre fútbol que luego, en un acto público, en el centro cultural, cada grupo expondría a elección: podrían recitarlo, ilustrarlo, musicalizarlo o dramatizarlo.
Para mi sorpresa, el día de la muestra, Nicolás leyó el poema mientras el Mara hipnotizaba a los presentes con sus proezas.
Ganaron por ovación. Y como premio, hicieron un viaje a las Sierras de Lihuel Calel, en el suroeste pampeano. La sierra de la vida. Allí, entre fantasmas mapuches y flores silvestres con perfume a leyenda, ocurrió un milagro.
Ya de regreso, Nicolás me paró en la galería para decirme:
- Tenía razón, profe. A la gente hay que conocerla. El Mara es lo más.
En diciembre de ese año les entregué el diploma de la terminación de la EGB. Al Mara lo seguí viendo hasta que logró aprobar el tendal de materias que no lo dejaban gambetear libremente.
Después supe que vinieron de un club de la Capital a probarlo y se lo llevaron enseguida.
Al principio jugó en tercera, pero no tardó mucho en pasar a la primera división. Y yo, contra todas mis costumbres, comencé a mirar partidos por televisión, solamente por el gusto que me daba ver al Mara.
Pasaron los años y llegó mi jubilación, pero para no perder los hábitos, me uní a la Comisión de Apoyo de la Biblioteca Popular, tanto como para insistir en las bondades de la lectura.
Una tarde, cuando me retiraba, alguien me llamó al cruzar la avenida.
- Profe, Profe Julián.
Me di vuelta y el resplandor de esa mirada me encandiló. Pasado el sobresalto, divisé, aferrada a la mano morena del Mara, a una joven mujer hermosa.
- Profe, le presento a Lucía, mi novia. Estamos esperando un hijo y vine a invitarlo para el casorio. No sabe cómo patea el pendejito, seguro va a ser goleador.
- ¿Y si es chancleta?
- También; ahora las mujeres se animan a todo.
Reímos mientras me daba la participación y los detalles.
Al despedirnos, como por casualidad, me regaló este premio:
- ¡Ah! ¿Sabe quién me sale de padrino? El Nicolás. Se acuerda ¿no?
Cómo no me iba a acordar. Giré rápidamente para no hacer un papelón.
Porque yo, Julián Aguirre, el profesor adusto, me iba a largar a llorar.
Y lloré. De alegría lloré.
- Soy Luisa, te escucho.
El hombre hablaba pausadamente.
- Tengo 50 años –dijo- y me voy a morir. Pero eso no es lo peor. Lo peor es lo que hice o lo que no hice con mi vida. No tengo mujer, no tengo hijos, no tengo casa ni trabajo. No planté árboles ni escribí libros.
- Y ¿por qué decís que te vas a morir? –preguntó Luisa.
- Lo único que tengo es mi mamá –continuó el hombre sin escucharla- Y ahora la voy a dejar sola.
- Pero no es necesario morirse para dejar a los padres –intervino Luisa-. Alcanza con mudarse.
- ¡Cómo me voy a mudar! –se alteró el hombre-. Ella también está sola y fue la que me crió, la que me cuidó siempre. Se separó de mi padre para cuidarme solamente a mí, ella fue la que me alertó sobre las malditas mujeres con las que yo me entreveraba. Y hasta me prestó la plata para que hiciera abortar a aquella piba de La Pampa que me gustaba tanto. (Eso me dolió, me arrepentí toda la vida. Pero sé que la vieja lo hizo por mi bien, al fin y al cabo, yo era un pendejo)
- ¿Sabés lo que sos vos? ¡Un pelotudo! ¡Un pelotudo importante! Y es cierto que te vas a morir, mucho antes de lo que pensás.
Luisa tomó el cable del teléfono, hizo un nudo apretado, apretado. Y lo colgó.
Tu tu tu tu tu tu…
EL BAILARÍN
Lo había visto jugar en el potrero desde que era una pulga.
Vivía a unas cuadras de mi casa, en un barrio incipiente, hecho a fuerza de pulmón, con los retazos que juntaban los viejos en los atardeceres cómplices.
Parecía un carbón encendido cuando los ojos pícaros se iluminaban al patear la pelota.
Yo nunca entendí nada de fútbol. Ni me importaba. Pero verlo era una fiesta.
Parecía danzar una coreografía de Julio Bocca cuando se deslizaba por el baldío lleno de rosetas.
Tiempo después, me mudé más cerca del centro de General Pico. Y me olvidé del bailarín futbolero. Para colmo, ni sabía su nombre.
Dos días antes de la muerte de mi viejo, fanático de River, me dieron la titularidad en la Escuela Nº 111, esa que tanto me recordaba a la primaria en mi pequeño pueblo.
Aunque reconozco que la docencia no fue mi verdadera vocación, siempre le puse garra y pasión. Como el bailarín en la cancha, como mi viejo gritándole a Francéscoli o a Fillol.
Es que el hecho de trabajar con pibes era un milagro cotidiano.
Yo era el maestro de Lengua, ratón de biblioteca, típico patadura que sólo podía hablar de fútbol leyendo cuentos de grandes autores como Soriano, Fontanarrosa o Galeano.
Eso sí, esos cuentos eran infalibles. Emocionaban por igual a los varones y a las chicas.
Así que yo acudía seguido a su maravillosa herramienta para acallar las hordas. Y meterlas de a poco en la literatura, tras la ilusión de perseguir una pelota.
Una mañana soleada de principios de octubre, mientras disfrutaba de una hora libre tomándome unos mates, se me dio por observar a mis alumnos que jugaban al fútbol con el profesor de Educación Física.
De pronto, algo me resultó familiar. Esas gambetas, ese malabarismo de piernas y pelota, la escabullida entre los adversarios, el tiro mortal al arco contrario, no podían ser imitaciones.
Eran una pieza única de orfebrería canchera.
Había crecido mucho, pero al acercarme, reconocí las brasas en sus ojos.
De puro porfiado, le pregunté dónde vivía. Y él, riéndose, me dijo:
- A seis cuadras de su casa de antes, profe.
Era él, nomás. Así que Jonathan Flores era el contorsionista del baldío. Me alegró reencontrarlo entre mis alumnos. A los pocos días descubrí que lo llamaban el “Mara”.
- ¿Mara? –dije- ¿La liebre patagónica? ¿Por el departamento Maracó?
- Profe, usted lee mucho, pero de fútbol no sabe nada. Le decimos Mara por el Diego. ¿No vio cómo juega?
Sí, claro que lo había visto y también me había conmovido.
Pero una cosa eran la cancha, los penales, la pelota. En el aula, el asunto se complicaba. No sólo porque los números y las letras se enredaban en su cabecita, sino por las zapatillas sin marca, el pantalón emparchado y, muchas veces, la ausencia de jabón.
Justo había caído en un curso de “niños bien” a los que les gustaban más el rugby o el básquet, porque el fútbol era villero.
Yo sentía que tenía que hacer algo, pero no le encontraba la vuelta. Hasta que tuve una idea y sin dar demasiados detalles, los organicé en grupos.
Nicolás, un fanático de Mozart, se plantó con sus catorce años y me dijo:
- Profe, yo no voy a hacer grupo con el Mara Flores.
- ¿Por qué?
- Porque es un negro de mierda que ni se baña, es un burro y la madre es una…
- ¡Nicolás! No podés ser tan prejuicioso y discriminatorio. A la gente, primero hay que conocerla. Todos tenemos algo bueno para brindar. Tenés todo el fin de semana para reflexionar, porque el lunes comienza el trabajo.
El padre de Nicolás era un colega, así que le sugerí que hablara con él.
El lunes, Nicolás llegó con trompa y, sin mediar palabra, se sentó con el Mara.
Les expliqué el trabajo. Era un pequeño certamen urdido “ad hoc”: tenían que escribir un poema sobre fútbol que luego, en un acto público, en el centro cultural, cada grupo expondría a elección: podrían recitarlo, ilustrarlo, musicalizarlo o dramatizarlo.
Para mi sorpresa, el día de la muestra, Nicolás leyó el poema mientras el Mara hipnotizaba a los presentes con sus proezas.
Ganaron por ovación. Y como premio, hicieron un viaje a las Sierras de Lihuel Calel, en el suroeste pampeano. La sierra de la vida. Allí, entre fantasmas mapuches y flores silvestres con perfume a leyenda, ocurrió un milagro.
Ya de regreso, Nicolás me paró en la galería para decirme:
- Tenía razón, profe. A la gente hay que conocerla. El Mara es lo más.
En diciembre de ese año les entregué el diploma de la terminación de la EGB. Al Mara lo seguí viendo hasta que logró aprobar el tendal de materias que no lo dejaban gambetear libremente.
Después supe que vinieron de un club de la Capital a probarlo y se lo llevaron enseguida.
Al principio jugó en tercera, pero no tardó mucho en pasar a la primera división. Y yo, contra todas mis costumbres, comencé a mirar partidos por televisión, solamente por el gusto que me daba ver al Mara.
Pasaron los años y llegó mi jubilación, pero para no perder los hábitos, me uní a la Comisión de Apoyo de la Biblioteca Popular, tanto como para insistir en las bondades de la lectura.
Una tarde, cuando me retiraba, alguien me llamó al cruzar la avenida.
- Profe, Profe Julián.
Me di vuelta y el resplandor de esa mirada me encandiló. Pasado el sobresalto, divisé, aferrada a la mano morena del Mara, a una joven mujer hermosa.
- Profe, le presento a Lucía, mi novia. Estamos esperando un hijo y vine a invitarlo para el casorio. No sabe cómo patea el pendejito, seguro va a ser goleador.
- ¿Y si es chancleta?
- También; ahora las mujeres se animan a todo.
Reímos mientras me daba la participación y los detalles.
Al despedirnos, como por casualidad, me regaló este premio:
- ¡Ah! ¿Sabe quién me sale de padrino? El Nicolás. Se acuerda ¿no?
Cómo no me iba a acordar. Giré rápidamente para no hacer un papelón.
Porque yo, Julián Aguirre, el profesor adusto, me iba a largar a llorar.
Y lloré. De alegría lloré.
PARTENZA
Dónde estás cuando no estás
cuando mis ojos se encandilan de ausencia
y un silencio avoraza mi risa
que se va con tu nombre.
Pierdo mi identidad:
no sé quién soy
te busco sin saber
no sé con quién estás.
En tus fugas de mí
soy música en dolor, clave de gris
dolor de que no estás
dolor de no saber
si volverás.
Busco respuestas, repito las preguntas
asumo la ignorancia de mi pequeñez.
Y no puedo vivir
quedo en el limbo
suspensa
levitando
y expectante.
Cada vez que te vas
mi vida saltimbanqui se desploma
y hay una sangre de cristales rotos
en la emboscada azul
de tu cuchillo.
La menstruación, después de todo
es una buena costumbre.
O convendría decir
más oportuno
una sana costumbre.
Entraña en su goteo
la verdadera historia de cada mujer
sabe de sus albores
y de sus sinsabores
los primeros dolores, los presagios
el miedo al abandono
los ahogos
y su ausencia es la esencia
de cada nueva vida.
Despacio, las mujeres
fuimos perdiendo el miedo y la vergüenza de sentirnos mujeres.
Y hablar de nuestras cosas fue costumbre.
Otra sana costumbre.
Almacenado en una luz de fuego
frágil como el cristal de las caricias
llegó del mar, descascarado y solo
el mascarón de proa de esta pena.
Nunca emigró hacia tierras del olvido
agazapado y tenue, se quedó en la intemperie
de los besos suicidas.
Con su traje de gasas flameaba leve y tierno
entre los pliegues de la duermevela.
Habíamos hecho un pacto
o tal vez fue una tregua
para que la verdad usara máscaras
y el dolor
como un náufrago
se ausentara sin prisa.
Pero todo regresa incensante
y presagio.
Tormenta que amenaza con derribar el muro
y soltar las amarras hacia océanos de miedo
donde la barca encalle.
Dónde estás cuando no estás
cuando mis ojos se encandilan de ausencia
y un silencio avoraza mi risa
que se va con tu nombre.
Pierdo mi identidad:
no sé quién soy
te busco sin saber
no sé con quién estás.

En tus fugas de mí
soy música en dolor, clave de gris

dolor de que no estás
dolor de no saber

Busco respuestas, repito las preguntas
asumo la ignorancia de mi pequeñez.
Y no puedo vivir
quedo en el limbo
suspensa
levitando
y expectante.
Cada vez que te vas
mi vida saltimbanqui se desploma
y hay una sangre de cristales rotos
en la emboscada azul
de tu cuchillo.
La menstruación, después de todo
es una buena costumbre.
O convendría decir
más oportuno
una sana costumbre.
Entraña en su goteo
la verdadera historia de cada mujer
sabe de sus albores
y de sus sinsabores
los primeros dolores, los presagios
el miedo al abandono
los ahogos
y su ausencia es la esencia
de cada nueva vida.
Despacio, las mujeres
fuimos perdiendo el miedo y la vergüenza de sentirnos mujeres.
Y hablar de nuestras cosas fue costumbre.
Otra sana costumbre.
Almacenado en una luz de fuego
frágil como el cristal de las caricias
llegó del mar, descascarado y solo
el mascarón de proa de esta pena.
Nunca emigró hacia tierras del olvido
agazapado y tenue, se quedó en la intemperie
de los besos suicidas.
Con su traje de gasas flameaba leve y tierno
entre los pliegues de la duermevela.
Habíamos hecho un pacto
o tal vez fue una tregua
para que la verdad usara máscaras
y el dolor
como un náufrago
se ausentara sin prisa.
Pero todo regresa incensante
y presagio.
Tormenta que amenaza con derribar el muro
y soltar las amarras hacia océanos de miedo
donde la barca encalle.
3er. Festival de Recitadores

Información del evento
Nombre 3º FESTIVAL INTERNACIONAL DEL RECITADOR RIO CEBALLOS 2010 Anfitrión GRUPO COSECHANDO VERSOS Invitados confirmados 4 1 de tus amigos Hora y lugar
Comienza Jueves 14 de Octubre, 15:00hs Ciudad Río Ceballos Lugar SALON POLIDEPORTIVO ARNALDO CIACCI Información de contacto
Teléfono 03543-450801 / 15518971 Email Descripción
Certamen de Recitadores, Cantores sureros, Solistas vocales de Tango, Locutor-Animador, Parejas de Danza Folklore tradicional y tango tradicional, cuadro costumbrista y/o histórico, poema inédito
miércoles, 4 de agosto de 2010
Camécuaro
DÉCIMAS, de OSCAR MAURICHAU

25 de Mayo.
Bicentenario de la
Revolución patria.
(Décimas alusivas.)
Relojeando el almanaque
para mirar los feriados,
que por estar colorados
alegran el calendario;
vi que el doble centenario
se celebra el veinticinco,
el corazón me dio un brinco
al evocar esa gesta,
y pensé que la ocasión,
bien se merece una fiesta.
Y recordé aquellos hombres
que en las láminas estaban,
y ni bolilla le daban
a la lluvia persistente,
se amontonaba la gente
y firmes con el paraguas,
se protegían del agua
que diluviaba a roletes:
hoy todo se arreglaría
organizando un piquete.
Andaba el patriota French
y su amigo, un tal Berutti,
regalándoles a “tutis”
cintas celestes y blancas,
con un nudo en la garganta
ahogado por la emoción,
asomándose al balcón
en medio del desconcierto
dijo un revolucionario:
“queremos cabildo abierto”.
Porfiáu, Baltazar Cisneros
no les quería dar pelota,
se vinieron en patota
Saavedra y otros muchachos,
lo mandaron al “ caracho”
al enconado virrey,
y decretaron la ley
en forma unida y conjunta,
y allí quedó conformada
por fin la primera junta.
Saavedra, Paso y Moreno,
encabezaron la lista,
entraron pidiendo pista
para arreglar el balurdo,
tener virrey era absurdo
habiendo tantos criollos
que entendían el meollo
de semejante cuestión;
ya que el rey estaba preso,
en manos de Napoleón.
Pero….argentinos al fin…..
empezaron las discordias,
comenzó a girar la noria
de apetencias personales,
unos eran radicales
en su forma de pensar,
otros, pa diferenciar,
eran más conservadores,
que Saavedra…..que Moreno…..
y allí empezó el “ tole-tole”.
Vinieron los desencuentros
con gente del interior,
para evitar el clamor,
fuertes medidas tomaron,
a todos los fusilaron,
para apaciguar la cosa,
no eran pétalos de rosas,
lo que se andaban tirando,
y ya de entrada nomás:
se conformaron dos bandos.
Y pasaron unos años,
siempre como perro y gato,
vino el primer triunvirato,
y después vino el segundo,
con todo el dolor del mundo,
en mil ochocientos trece,
el gobierno languidece,
vino una gran asamblea:
pusieron un directorio,
a apaciguar la pelea.
Empezó a tallar entonces
la logia de un tal Lautaro,
donde muchos se anotaron
para manotear un cargo,
pero primó, sin embargo,
el tino y la discreción,
se vinieron en montón,
pero alguien les paró el carro,
y al cortarles bien el pasmo
en el molde se quedaron.
Se dictaron muchas leyes,
pa bien de toda la gente,
se dictó la ley de vientres…..
se abolió la esclavitud….
que era una gran multitud,
y los negros de contentos,
crearon el movimiento
del locro y la carbonada,
que fueron los precursores
del chorizo y la empanada.
Se quemaron en la plaza
instrumentos de tortura,
y a los mismísimos curas,
se les llamó la atención,
porque ya la inquisición
andaba por estos pagos,
y aunque no hicieron estragos,
como hicieron en Europa:
por las dudas los frenaron,
para que cuiden la ropa.
Así fue, a grandes rasgos,
que conformaron la historia,
muchos sabrán de memoria
como se fue manejando,
con intereses rondando
que impedían gobernar,
y sin poder explicar
la causa del retroceso:
entre propios y extranjeros
se querían llevar el queso.
Belgrano pal lau del norte,
San Martin en San Lorenzo,
fueron cubriendo un extenso
período de la historia,
ellos soñaron la gloria
para una nación futura,
siguieron con la aventura
de forjar la patria grande,
y corrieron a los “godos”
a poncho, caballo y sangre.
Pero el gobierno temblaba,
por distintas circunstancias,
y por suavizar sus ansias
muchos andaban calientes,
querían un presidente,
pensaron en Rivadavia,
y aunque con no poca rabia
de algunos, lo consiguieron,
este se trajo un sillón:
nunca se lo devolvieron.
Y de ahí para adelante
vinieron los avatares,
unitarios….federales…..
Urquiza…don Juan Manuel….
muchos pensaron en él
como el gran restaurador,
pero subía el clamor
acusando a la “mazorca”:
por cualquier desavenencia
te mandaban a la horca.
Entró a tallar, como siempre,
el amigo don dinero,
y los grandes estancieros
manotearon el poder,
otros, sin saber que hacer,
de la noche a la mañana,
y con una ley de aduana
que tecleando los dejó:
tuvieron que hacerse amigos
de la divisa punzó.
Bueno, de ahí, hasta estos días,
la cosa es más conocida,
y la nación, dividida,
siempre anduvo a los ponchazos,
si alguien por sacarse el lazo
a otro quiere echar la culpa,
que se olvide la disculpa
y acepte con dignidad:
que todos fuimos culpables
de tanta calamidad.
Vinieron tiempos fuleros,
tiempos de paz y de guerra,
y del sálvese quien pueda
muchos hicieron un fin,
del uno al otro confín
del territorio argentino,
hubo buenos y ladinos,
hubo hijos y entenados,:
gane Juan o gane Pedro,
siempre caían parados.
Después vino un presidente,
al tiempito vino otro……
todos pensando en “ nosotros”,
nadie tiene duda de eso,
se masticaron el queso;
¡no dejaron ni el palito.!
y de un “debe” chiquitito,
nos hicieron un cuentón,
y decretar una “ urgencia”
fue la mejor solución.
Pero yo no quiero hablar,
de políticos problemas,
sabemos que de ese tema,
somos culpables nosotros,
¿porqué no elegimos otros
si lo que hay no nos gusta..?
sería una cosa justa
que cuando a votar nos metan,
elijamos al mejor,
no al que nos da la “cometa”.
Y así fueron sucediendo
las cosas en mi país,
que es un enorme tapiz
de encuentros y desencuentros,
pero esperemos contentos,
que la cosa cambiará,
y si esperanza nos da,
cada gobierno que entra:
dejémosla gobernar
a nuestra actual president A.
Hoy, hace doscientos años
que todo esto comenzó,
¡la pucha que lo tiró..!
como se ha pasado el tiempo,
más rápidos o más lentos
los momentos llegarán,
en que estemos orgullosos
de nuestro ser nacional,
y que este BICENTENARIO:
nos brinde paz y unidad.
O.G.M.
20/5/2010.
Bicentenario de la
Revolución patria.
(Décimas alusivas.)
Relojeando el almanaque
para mirar los feriados,
que por estar colorados
alegran el calendario;
vi que el doble centenario
se celebra el veinticinco,
el corazón me dio un brinco
al evocar esa gesta,
y pensé que la ocasión,
bien se merece una fiesta.
Y recordé aquellos hombres
que en las láminas estaban,
y ni bolilla le daban
a la lluvia persistente,
se amontonaba la gente
y firmes con el paraguas,
se protegían del agua
que diluviaba a roletes:
hoy todo se arreglaría
organizando un piquete.
Andaba el patriota French
y su amigo, un tal Berutti,
regalándoles a “tutis”
cintas celestes y blancas,
con un nudo en la garganta
ahogado por la emoción,
asomándose al balcón
en medio del desconcierto
dijo un revolucionario:
“queremos cabildo abierto”.
Porfiáu, Baltazar Cisneros
no les quería dar pelota,
se vinieron en patota
Saavedra y otros muchachos,
lo mandaron al “ caracho”
al enconado virrey,
y decretaron la ley
en forma unida y conjunta,
y allí quedó conformada
por fin la primera junta.
Saavedra, Paso y Moreno,
encabezaron la lista,
entraron pidiendo pista
para arreglar el balurdo,
tener virrey era absurdo
habiendo tantos criollos
que entendían el meollo
de semejante cuestión;
ya que el rey estaba preso,
en manos de Napoleón.
Pero….argentinos al fin…..
empezaron las discordias,
comenzó a girar la noria
de apetencias personales,
unos eran radicales
en su forma de pensar,
otros, pa diferenciar,
eran más conservadores,
que Saavedra…..que Moreno…..
y allí empezó el “ tole-tole”.
Vinieron los desencuentros
con gente del interior,
para evitar el clamor,
fuertes medidas tomaron,
a todos los fusilaron,
para apaciguar la cosa,
no eran pétalos de rosas,
lo que se andaban tirando,
y ya de entrada nomás:
se conformaron dos bandos.
Y pasaron unos años,
siempre como perro y gato,
vino el primer triunvirato,
y después vino el segundo,
con todo el dolor del mundo,
en mil ochocientos trece,
el gobierno languidece,
vino una gran asamblea:
pusieron un directorio,
a apaciguar la pelea.
Empezó a tallar entonces
la logia de un tal Lautaro,
donde muchos se anotaron
para manotear un cargo,
pero primó, sin embargo,
el tino y la discreción,
se vinieron en montón,
pero alguien les paró el carro,
y al cortarles bien el pasmo
en el molde se quedaron.
Se dictaron muchas leyes,
pa bien de toda la gente,
se dictó la ley de vientres…..
se abolió la esclavitud….
que era una gran multitud,
y los negros de contentos,
crearon el movimiento
del locro y la carbonada,
que fueron los precursores
del chorizo y la empanada.
Se quemaron en la plaza
instrumentos de tortura,
y a los mismísimos curas,
se les llamó la atención,
porque ya la inquisición
andaba por estos pagos,
y aunque no hicieron estragos,
como hicieron en Europa:
por las dudas los frenaron,
para que cuiden la ropa.
Así fue, a grandes rasgos,
que conformaron la historia,
muchos sabrán de memoria
como se fue manejando,
con intereses rondando
que impedían gobernar,
y sin poder explicar
la causa del retroceso:
entre propios y extranjeros
se querían llevar el queso.
Belgrano pal lau del norte,
San Martin en San Lorenzo,
fueron cubriendo un extenso
período de la historia,
ellos soñaron la gloria
para una nación futura,
siguieron con la aventura
de forjar la patria grande,
y corrieron a los “godos”
a poncho, caballo y sangre.
Pero el gobierno temblaba,
por distintas circunstancias,
y por suavizar sus ansias
muchos andaban calientes,
querían un presidente,
pensaron en Rivadavia,
y aunque con no poca rabia
de algunos, lo consiguieron,
este se trajo un sillón:
nunca se lo devolvieron.
Y de ahí para adelante
vinieron los avatares,
unitarios….federales…..
Urquiza…don Juan Manuel….
muchos pensaron en él
como el gran restaurador,
pero subía el clamor
acusando a la “mazorca”:
por cualquier desavenencia
te mandaban a la horca.
Entró a tallar, como siempre,
el amigo don dinero,
y los grandes estancieros
manotearon el poder,
otros, sin saber que hacer,
de la noche a la mañana,
y con una ley de aduana
que tecleando los dejó:
tuvieron que hacerse amigos
de la divisa punzó.
Bueno, de ahí, hasta estos días,
la cosa es más conocida,
y la nación, dividida,
siempre anduvo a los ponchazos,
si alguien por sacarse el lazo
a otro quiere echar la culpa,
que se olvide la disculpa
y acepte con dignidad:
que todos fuimos culpables
de tanta calamidad.
Vinieron tiempos fuleros,
tiempos de paz y de guerra,
y del sálvese quien pueda
muchos hicieron un fin,
del uno al otro confín
del territorio argentino,
hubo buenos y ladinos,
hubo hijos y entenados,:
gane Juan o gane Pedro,
siempre caían parados.
Después vino un presidente,
al tiempito vino otro……
todos pensando en “ nosotros”,
nadie tiene duda de eso,
se masticaron el queso;
¡no dejaron ni el palito.!
y de un “debe” chiquitito,
nos hicieron un cuentón,
y decretar una “ urgencia”
fue la mejor solución.
Pero yo no quiero hablar,
de políticos problemas,
sabemos que de ese tema,
somos culpables nosotros,
¿porqué no elegimos otros
si lo que hay no nos gusta..?
sería una cosa justa
que cuando a votar nos metan,
elijamos al mejor,
no al que nos da la “cometa”.
Y así fueron sucediendo
las cosas en mi país,
que es un enorme tapiz
de encuentros y desencuentros,
pero esperemos contentos,
que la cosa cambiará,
y si esperanza nos da,
cada gobierno que entra:
dejémosla gobernar
a nuestra actual president A.
Hoy, hace doscientos años
que todo esto comenzó,
¡la pucha que lo tiró..!
como se ha pasado el tiempo,
más rápidos o más lentos
los momentos llegarán,
en que estemos orgullosos
de nuestro ser nacional,
y que este BICENTENARIO:
nos brinde paz y unidad.
O.G.M.
20/5/2010.
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