BRINDIS
El
mundo es un espejo gigante que nos devuelve la absurda mueca que antes podíamos
mentir como sonrisa.
Eso se terminó. Quizá fue una alucinación, un espejismo provocado por
ese brindis traicionero que hicimos con el primer trago.
Mejor beber el vino lentamente, saborearlo despacio, imaginar las
vides recargadas, los racimos violetas, la vendimia. Sentir en nuestra piel que
somos el oscuro viñatero en medio de la álgida faena de recoger los frutos y
luego, en una danza frenética, pisar las uvas, desentrañar su miel y su
sustancia, exprimirles el jugo.
Y no olvidar, nunca olvidar que, tal vez, en el instante de levantar
la copa, en otra parte del planeta, o a la vuelta de la esquina, una bomba
mutila, un ser humano deja de vivir, un llanto hierve en la mirada triste de
una mujer vejada, un niño muere de hambre.
No olvidar que el planeta va girando y quizá, en otro tiempo,
cambiemos de lugar y no haya vino en nuestra copa ni un motivo feliz para
brindar.
Y sobre
todo, tener presente que nunca, nadie, brinda en soledad.
Es por eso que de nada sirve correr detrás de una ilusión tan parecida
a aquellos espejitos de colores que iniciaron la historia de esta estafa.
A veces, cruzando la mañana, es bueno detenerse para reflexionar y
pensar en cada uno de los actos inútiles que cometemos a diario: el malgastar
del tiempo en apremios que no tienen que ver con los afectos; el creer que es
más válida la voz del noticiero que la palabra de un hijo; o lavar los platos,
corregir pruebas, ir al supermercado o al cajero, que sentarse a escuchar a
quien tiene algo para decirnos.
Una tarde, al doblar una esquina,
vi a un amigo entre los papeles de su oficina y pensé en las ganas que tenía de
saludarlo. Pero no, el reloj me gritaba sus apuros y casi caigo en la trampa.
Sin embargo, alguna hada buena se apiadó de mí y me hizo retroceder. Abracé a
mi amigo, disfrutamos de vernos, nos auguramos buena suerte y llegué a tiempo
para todo. Pero con un plus: la alegría del encuentro.
Esa debe ser nuestra brújula para no perdernos en la oscuridad del
automatismo y la deshumanización. Para que en ninguna bocacalle nos sorprenda
el vacío como una puñalada.
Estoy hablando de comunicarnos, de prestarnos atención, de que nos
importe el otro, de no ser más “¿Yo? Argentino” ni lavarnos las manos con el
jabón de la indiferencia.
Estoy hablando de recuperar lo humano, de mirarnos a los ojos, de no
preguntar en vano sino por interés genuino, de no desentendernos.
No sea cosa de que cuando golpeen a nuestra puerta, ya sea tarde.
Festejémonos hoy. Brindemos con la alegría de ser argentinos.
Reafirmemos la identidad contra la andanada de invasiones de todo tipo. Nuestra
vida, en cualquier otro lugar del mundo, no sería igual. Nos faltaría la
infancia, nada menos.
Por eso, brindemos por la dicha de estar juntos, pero brindemos con el
último trago. El de la sensatez.
©Olga
Liliana Reinoso
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