Queridas Hellen y Camille:
La suerte, los dioses
o el azar, produjeron el milagro de que llegaran, hasta el buzón del viento,
las deliciosas palabras con que han tornado a entrecruzarse vuestros destinos.
Yo soy para ustedes una
perfecta desconocida, pero ustedes son, para mí, el símbolo de una vida
jubilosa.
Viajábamos en el mismo
tren. Yo estaba postrada por una enfermedad que me había diagnosticado el
prestigioso médico moscovita Liosha
Bogdánov.
Aunque teníamos la misma
edad –y me atrevería a afirmar que también los mismos sueños- jamás pude
acercarme a hablarles, pero sí fui una complacida y bienintencionada espía de
sus mohines, de sus risas.
Y eso fue, para mí, la fuente de
nutrientes que al cabo de varios años, me permitió emerger victoriosa del doloroso trance que
atravesaba por esos días.
Por tanto, insisto, jamás podré
olvidarlas.
Y aunque la nieve del paisaje se
confunda en mis cabellos, he podido culminar una carrera universitaria. Luego,
me vi en la obligación ética de narrar mis desventuras psicosomáticas en
beneficio de otros seres humanos.
Estoy convencida de que es una
mezquindad guardar cualquier tipo de saber al que uno haya podido acceder. Por
eso, aunque relacionado con la ciencia, yo también he publicado mi libro.
Que el Señor las colme de
bendiciones y les trasmita, a través de este buzón del viento, mi eterna
gratitud.
Vuestra dicha de antaño me fue
inoculada por medio de una alquimia inextricable y salvó mi vida. Tenían que
saberlo.
Amorosamente
Olya Ivánovna Petrova
Oh, Hellen. ¡Cuánta emoción!
Recordar es volver a pasar por el
corazón y su carta trajo a mi mente un aluvión de recuerdos que agitaron mi pecho
y tiñeron de rubor mis mejillas haciéndome pensar por un minuto que volvía a ser
una colegiala impulsiva y alocada.
Madrid, La Cibeles, la puerta de
Alcalá, la Gran Vía, el cante jondo ¡la paella! y ese gracejo espontáneo del
idiolecto de los españoles, tan hospitalarios, tan galantes, tan “guapos”. Qué
visita tan maravillosa por esas tierras antagónicas a mis estepas.
La noche en que presenté mi libro
sucedió algo fundacional en mi vida. Y enterarme, ahora, de que usted estaba
ahí con su amiga Sofía, a quien mis palabras alentaron y brindaron alivio, hace que me
sienta profundamente colmada.
Si bien mi intención siempre fue
ayudar a la gente, cada conferencia que daba era como arrojar una piedra en el
mar. Una no puede adivinar dónde detiene su vuelo. De modo que, conocer en
forma fidedigna, que en esa velada mágica di en el blanco, me produce una
profunda sensación de misión cumplida.
Le cuento por qué otro motivo esa
noche es una remembranza cálida y luminosa. Creo que yo lo había presentido,
porque estaba exultante. Dediqué mucho más tiempo del habitual a acicalarme y
cuidar todos los detalles. Estrené un vestido lila de vaporosas gasas, peiné mi
cabello y lo recogí con un tocado de flores naturales que mi asistente había
tenido el exquisito gusto de conseguir en la misma gama de mi atuendo, sombreé
mis ojos y pinté mis labios con un rouge deliberadamente sensual. Y sucedió.
Conocí a mi amado
Ricardo
Duque de Estrada Martínez de Morentín, octavo conde de la Vega del Sella, con
quien contraje enlace en primeras nupcias sólo tres meses después y fue mi
amantísimo esposo y padre mis hijos gemelos, hasta julio de 1990, aciago mes
que lo desprendió de mi amor por una repentina enfermedad. He sido feliz hasta
el éxtasis, por eso su memoria insepulta me sostiene hasta la actualidad.
Nuevamente gracias, afectuosa Hellen. Estoy comenzando
a pensar que usted es mi hada de la buena suerte.
La abrazo con genuino cariño
Olya