sábado, 20 de julio de 2013

Cartas en el buzón del viento


Foto: Queridas Hellen y Camille:
                         La suerte, los dioses o el azar, produjeron el milagro de que llegaran, hasta el buzón del viento, las deliciosas palabras con que han tornado a entrecruzarse vuestros destinos.
                       Yo soy para ustedes una perfecta desconocida, pero ustedes son, para mí, el símbolo de una vida jubilosa.
                      Viajábamos en el mismo tren. Yo estaba postrada por una enfermedad que me había diagnosticado el prestigioso médico moscovita  Liosha Bogdánov. 
                     Aunque teníamos la misma edad –y me atrevería a afirmar que también los mismos sueños- jamás pude acercarme a hablarles, pero sí fui una complacida y bienintencionada espía de sus mohines, de sus risas.
Y eso fue, para mí, la fuente de nutrientes que al cabo de varios años, me permitió  emerger victoriosa del doloroso trance que atravesaba por esos días.
Por tanto, insisto, jamás podré olvidarlas.
Y aunque la nieve del paisaje se confunda en mis cabellos, he podido culminar una carrera universitaria. Luego, me vi en la obligación ética de narrar mis desventuras psicosomáticas en beneficio de otros seres humanos.
Estoy convencida de que es una mezquindad guardar cualquier tipo de saber al que uno haya podido acceder. Por eso, aunque relacionado con la ciencia, yo también he publicado mi libro. 
Que el Señor las colme de bendiciones y les trasmita, a través de este buzón del viento, mi eterna gratitud.
Vuestra dicha de antaño me fue inoculada por medio de una alquimia inextricable y salvó mi vida. Tenían que saberlo.
Amorosamente
Olya Ivánovna Petrova







Oh, Hellen. ¡Cuánta emoción!
Recordar es volver a pasar por el corazón y su carta trajo a mi mente un aluvión de recuerdos que agitaron mi pecho y tiñeron de rubor mis mejillas haciéndome pensar por un minuto que volvía a ser una colegiala impulsiva y alocada.
Madrid, La Cibeles, la puerta de Alcalá, la Gran Vía, el cante jondo ¡la paella! y ese gracejo espontáneo del idiolecto de los españoles, tan hospitalarios, tan galantes, tan “guapos”. Qué visita tan maravillosa por esas tierras antagónicas a mis estepas.
La noche en que presenté mi libro sucedió algo fundacional en mi vida. Y enterarme, ahora, de que usted estaba ahí con su amiga Sofía, a quien mis palabras  alentaron y brindaron alivio, hace que me sienta profundamente colmada.
Si bien mi intención siempre fue ayudar a la gente, cada conferencia que daba era como arrojar una piedra en el mar. Una no puede adivinar dónde detiene su vuelo. De modo que, conocer en forma fidedigna, que en esa velada mágica di en el blanco, me produce una profunda sensación de misión cumplida.
Le cuento por qué otro motivo esa noche es una remembranza cálida y luminosa. Creo que yo lo había presentido, porque estaba exultante. Dediqué mucho más tiempo del habitual a acicalarme y cuidar todos los detalles. Estrené un vestido lila de vaporosas gasas, peiné mi cabello y lo recogí con un tocado de flores naturales que mi asistente había tenido el exquisito gusto de conseguir en la misma gama de mi atuendo, sombreé mis ojos y pinté mis labios con un rouge deliberadamente sensual. Y sucedió.
Conocí a mi amado  Ricardo Duque de Estrada Martínez de Morentín, octavo conde de la Vega del Sella, con quien contraje enlace en primeras nupcias sólo tres meses después y fue mi amantísimo esposo y padre mis hijos gemelos, hasta julio de 1990, aciago mes que lo desprendió de mi amor por una repentina enfermedad. He sido feliz hasta el éxtasis, por eso su memoria insepulta me sostiene hasta la actualidad.
Nuevamente gracias, afectuosa Hellen. Estoy comenzando a pensar que usted es mi hada de la buena suerte.
La abrazo con genuino cariño
Olya

Queridas Hellen y Camille:
                         La suerte, los dioses o el azar, produjeron el milagro de que llegaran, hasta el buzón del viento, las deliciosas palabras con que han tornado a entrecruzarse vuestros destinos.
                       Yo soy para ustedes una perfecta desconocida, pero ustedes son, para mí, el símbolo de una vida jubilosa.
                      Viajábamos en el mismo tren. Yo estaba postrada por una enfermedad que me había diagnosticado el prestigioso médico moscovita  Liosha Bogdánov.
                     Aunque teníamos la misma edad –y me atrevería a afirmar que también los mismos sueños- jamás pude acercarme a hablarles, pero sí fui una complacida y bienintencionada espía de sus mohines, de sus risas.
Y eso fue, para mí, la fuente de nutrientes que al cabo de varios años, me permitió  emerger victoriosa del doloroso trance que atravesaba por esos días.
Por tanto, insisto, jamás podré olvidarlas.
Y aunque la nieve del paisaje se confunda en mis cabellos, he podido culminar una carrera universitaria. Luego, me vi en la obligación ética de narrar mis desventuras psicosomáticas en beneficio de otros seres humanos.
Estoy convencida de que es una mezquindad guardar cualquier tipo de saber al que uno haya podido acceder. Por eso, aunque relacionado con la ciencia, yo también he publicado mi libro.
Que el Señor las colme de bendiciones y les trasmita, a través de este buzón del viento, mi eterna gratitud.
Vuestra dicha de antaño me fue inoculada por medio de una alquimia inextricable y salvó mi vida. Tenían que saberlo.
Amorosamente
Olya Ivánovna Petrova







Oh, Hellen. ¡Cuánta emoción!
Recordar es volver a pasar por el corazón y su carta trajo a mi mente un aluvión de recuerdos que agitaron mi pecho y tiñeron de rubor mis mejillas haciéndome pensar por un minuto que volvía a ser una colegiala impulsiva y alocada.
Madrid, La Cibeles, la puerta de Alcalá, la Gran Vía, el cante jondo ¡la paella! y ese gracejo espontáneo del idiolecto de los españoles, tan hospitalarios, tan galantes, tan “guapos”. Qué visita tan maravillosa por esas tierras antagónicas a mis estepas.
La noche en que presenté mi libro sucedió algo fundacional en mi vida. Y enterarme, ahora, de que usted estaba ahí con su amiga Sofía, a quien mis palabras  alentaron y brindaron alivio, hace que me sienta profundamente colmada.
Si bien mi intención siempre fue ayudar a la gente, cada conferencia que daba era como arrojar una piedra en el mar. Una no puede adivinar dónde detiene su vuelo. De modo que, conocer en forma fidedigna, que en esa velada mágica di en el blanco, me produce una profunda sensación de misión cumplida.
Le cuento por qué otro motivo esa noche es una remembranza cálida y luminosa. Creo que yo lo había presentido, porque estaba exultante. Dediqué mucho más tiempo del habitual a acicalarme y cuidar todos los detalles. Estrené un vestido lila de vaporosas gasas, peiné mi cabello y lo recogí con un tocado de flores naturales que mi asistente había tenido el exquisito gusto de conseguir en la misma gama de mi atuendo, sombreé mis ojos y pinté mis labios con un rouge deliberadamente sensual. Y sucedió.
Conocí a mi amado  Ricardo Duque de Estrada Martínez de Morentín, octavo conde de la Vega del Sella, con quien contraje enlace en primeras nupcias sólo tres meses después y fue mi amantísimo esposo y padre mis hijos gemelos, hasta julio de 1990, aciago mes que lo desprendió de mi amor por una repentina enfermedad. He sido feliz hasta el éxtasis, por eso su memoria insepulta me sostiene hasta la actualidad.
Nuevamente gracias, afectuosa Hellen. Estoy comenzando a pensar que usted es mi hada de la buena suerte.
La abrazo con genuino cariño
Olya

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Bienvenida. Te deseo mucha suerte.