Aprendamos pronto el cómo (Fragmento)
(...) Siempre se nos ha inculcado que no tenemos identidad, que sólo somos una réplica deforme y devaluada de otros “seres superiores” a los que imitamos mal. Sucede que crecimos dentro de la concepción de que somos un crisol de razas y hemos vivido desperdigando nuestros santos y señas en diferentes cubículos sin unificarlos bajo la común denominación de ser argentinos. Entonces, nos pasamos dos siglos de supuesta independencia tratando de pertenecer a la sociedad europea, espiando y parodiando sus costumbres y sus modas, y mirando desde el hombro a nuestros vecinos latinoamericanos, casi con desprecio, considerándonos superiores y mejores.
De ese modo, renegamos del sueño de muchos antecesores que deseaban ver la gran patria latinoamericana y traicionamos, también, nuestros orígenes.
Lo cierto es que hemos caído en el pecado de soberbia, el más terrible de los pecados capitales. Y hemos incurrido en el olvido de una regla fundamental: ser de verdad.
Lentamente, nos fuimos convirtiendo en el país del TODOVALE, donde no hay ley, norma o principio que no amerite ser transgredido, violado o ignorado. Pertenecemos a una nueva raza humana, “la de los piolas”, que a través del humor hemos dejado infiltrar la inmoralidad. Al fin, con un chiste, todo pecado de acción u omisión puede ser perdonado u olvidado.
Recordemos dos frasecitas que hemos acuñado: Roba pero hace y Todo hombre tiene su precio. ¿Qué son, sino la legalización del delito, de la corrupción?
(...) Y a pesar del descrédito en que ha caído la clase política, subsiste en el inconsciente colectivo algo así como un temor reverencial por el funcionario público, en lugar de tener presente que sólo nos representan y, por lo tanto, están a nuestro servicio. Lo que ocurre es que la opinión pública es demasiado fluctuante y manejable, con escasez de criterio y sentido común. Y en una eterna adolescencia continuamos eludiendo responsabilidades.
Cuando una persona menciona valores como la honestidad, la sinceridad y la dignidad, debe soportar sonrisas socarronas y descalificaciones. (...) No sé si todos somos conscientes del daño que este “modus operandi” ha ocasionado en nuestra forma de vida. Antiguamente, la palabra empeñada era sagrada y el honor la mayor gloria que una mujer o un hombre podían ostentar.
(...) Otra consecuencia fatal de esta descarada inmoralidad en la que estamos inmersos, es la sensación de desamparo que sentimos frente a un inconveniente serio cuya solución no depende de nosotros. ¿A quién podemos recurrir que sea confiable, expeditivo? ¿A quién que cumpla con su deber y se ocupe de defender al prójimo? ¿A quién que no nos estafe? Y aquí entra en acción la señora burocracia -cara visible y desagradable si las hay- de todo un sistema perverso. En esa burocracia confluyen, sin tapujos, la ineptitud, la mala voluntad, la falta de solidaridad, el incumplimiento de los deberes y, digámoslo sin eufemismos, la tan mentada viveza criolla y la no menos telúrica vagancia, además del hecho consuetudinario de quedarse con el vuelto mientras los otros miran a un costado.
(...) En los últimos años hemos incorporado a nuestro léxico cotidiano, tres palabras que se ha vuelto imprescindible usar para expresar el estado actual de las cosas: trucho, transar y zafar. ¿Qué connotan? Falta de autenticidad, negocios sucios, poca seriedad, improvisación. Quizá sean una dolorosa síntesis de nuestra realidad.
Olga Liliana Reinoso
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