viernes, 18 de noviembre de 2011

BAHÍA CUENTOS



Una de las integrantes del grupo va a narrar mi cuento: "Que yo te lo resuelvo".


QUE YO TE LO RESUELVO
Diez negritos ya había lanzado mi madre al mundo cuando le dio la noticia de mi llegada un vómito repentino en medio de la madrugada. Experimentada como estaba supo ella que otro negro se sumaba a punto de completar la docena muy prontico y fue entonces que mi padre, gran contador y devoto de Jesucristo, sintió pánico de sentar a la mesa 13 negros caribeños. Aclaró mi madre que hacía rato ya habían consumido la última cena y con más bocas a los platos próximamente ni almuerzos.
Pero mi padre le contestó que él no podría resistir sobre su alma la condena de revivir el Gólgota aunque fuera aquicico en las Antillas y 1950 años después. Así que muy religiosamente, juntó en un paquetico su poca ropa y partió bordeando la sierra. Negro, negrito, invisible para siempre.
Siete meses más tarde acaecí por Cuba sin advertencia de todos los males que ya había causado. Me bautizaron como correspondía: Judas Da Silva. Judas por el 13, porque para mi madre su marido seguía ocupando el otro hueco de la cama. Y Da Silva de aquella rama brasileña descendiente de un cargamento de esclavos que un día fueron comprados por un hidalgo español cuya fortuna crecía con el azúcar cubano.
Quiso Dios bendecirme al nacer en Guantánamo, donde el frío no baja de 25 grados porque escaseaba ropa decente para cubrirse y la única que pude ver de cerca era la que lavaba la negra Lializ, mi calladica madre, en las rocas del mar hasta sangrarse.
Cuando un día me subí a esa guaga destartalada que terminó en La Habana, lo hice sin despedirme por miedo a caer de bruces en el precipicio de sus ojos.
Conocí a un hombre fuerte en el camino que nunca pude olvidar, era extranjero pero los cubanos lo amamos mucho. Siempre que viene un argentino me pregunta. Yo me iría a la Argentina pero Fidel no quiere y hace frío.
En La Habana no se veía tanto la pobreza como en la provincia de Oriente y además no había zafra. Me cogieron dos policías y llevaron a un lugar donde me hacían bañar todos los días y ya no había que cepillarse las partes con esas hojas espinosas que hacen espuma pero arden. Todos los días tenía un plato de frijoles o plátanos fritos para masticar y como el Che argentino decía que todos los cubanos debían leer y escribir, así me puse y fue sabrosico llegar al 9º con diploma y todo.
Un día Fidel nos habló más de siete horas y nadie dormitaba porque algo feo parecía latir que no sonaban las guitarras ni las maracas.
Hablaba de Moscú y yo había estudiado que eso quedaba en Rusia y eran amigos nuestros.
Hablaba de bloqueo y del imperialismo yanqui.
Hablaba de racionamiento y de la guerra fría.
Y después de hablar Fidel otra vez vi la pobreza pero esta vez en La Habana.
Entonces yo era un muchacho y tenía ganas, por eso alguna vez robé pero a escondidas porque la cárcel es eterna aquí en esta tierra.
También trabajé de mozo para los turistas y viajé por el mundo subiéndome a las historias que me contaban. Pero no duré mucho porque yo tenía sueños, tantos sueños que los más de los días de la semana me quedaba dormido.
- ¿Qué tú quieres, Judas? –decía mi patroncico.
- ¿Qué tú quieres? ¿Mi ruina?
Y en esos romances duramos muy poco hasta que volví a la calle y entré en el mercado que tanto se parece a los principios de mis robos porque también se hace a escondidas pero es más elegante y risueño. Va uno por la calle y apenas atisba turista se acerca y al oído le deja caer frases como: habanos, ron, remedios para el colesterol, salsa cubana o carro. Si tú quieres yo te lo resuelvo.
Hasta que conocí a mi Gladis y supe ver prontico que ella era buena y dócil. Y que mis penurias habían fenecido por arte de magia. Ella es una negra gordita y graciosa con manos que no se cansan y saben hacer estas trenzas de moda que tanto apetecen a las turistas jóvenes. Yo, como un señorico, la sigo a todos lados y entretengo a las madres o a los novios mientras los convenzo con esta lengua prodigiosa que Dios me ha dado de que van a hacer el mejor negocio de sus vidas si aceptan mis ofertas.
- Oye chica, qué bien bailas la salsa. Pareces cubana. Seguramente han de gustarte las trencicas. Mi mujer sabe hacerlas como nadie por solito 10 divisas o pesitos convertibles del mismo valor. Eso sí,
no puede hacértelas aquí en la plaza de la Habana Vieja porque la policía nos cogería a todos. Es
ilegal, tú sabes. Pero tengo un hermano, es un santero, que nos presta la casa. Claro que tú debes pagarle el favor. Apenitas 5 dólares. Seguro en tu país pagas más caro.
Y a ti pana, si quieres quedar bien con amigos te ofrezco una caja de habanos que en la fábrica te dan a 380 dólares. Yo tengo un amigo que te lo resuelve solo por 50.
Y a usted caballero, que lo veo tan serio y tan solo. Te ofrezco una negra gordita y graciosa, buena y dócil. En los hoteles del Venado o en el Habana Café han de mentirte y estafarte, pero confía en mí. Yo te doy calidad y te lo resuelvo por apenas 100 dólares.
Nunca vi una mujer tan bonita, será porque vienes de la tierra del Che. ¿Sabes? A cualquier cosa estoy dispuesto por ti, hasta llegaría al altar si tú me aceptas.
Y eso fue todo lo que tuve que decir para casarme con la inocente argentinita que me sirvió de pasaporte para escaparme de Cuba sin sospechas. Yo que no sé nadar, otra no me quedaba. Llegamos a Buenos Aires en enero de 1979 y fue costoso amoldarme a la ropa de los porteñicos, pero por unos meses comí y bebí opíparamente, me repuse del viaje que por ser primerizo me dejó hartico cansado, me aburrí entre las sábanas de mi mujer blanca que aquí vine a comprobar para mi desconsuelo que era muy complicada y hablaba sin una tregua. Hasta que un día me perdí por esas calles de Dios y olvidé la dirección. Anduve festejando la vida en todos los rincones donde encontraba compañía y era todo un manjar, hasta que hace una semana entró la policía en un bar y nos pidieron documentos. No entendí ni la risa ni la voz cuando uno gritó como si hubiera visto al mismísimo diablo:
- ¡¿Cubano?!
Me subieron a un carro, me taparon los ojos, me pusieron los grillos y después de andar mucho, me bajaron a empujones. Desde entonces estoy aquí tirado. Me golpean, me escupen y me ponen electricidad en el cuerpo. Diocico mío, si he sido tan malo y pecador, estoy arrepentido. Me porté malísimo con mi mujer blanca, con mi querida Gladis, con mi calladica madre, con Fidel y con el valeroso Che. Quiero pedirles perdón y que nunca lo volveré a hacer. No quiero más los golpes ni la corriente eléctrica, no quiero que me griten Cubano hijo de puta, comunista de mierda, no quiero...!No!

1 comentario:

  1. Hola! Me gustó tu cuento, narrado a la perfección por Raquel. Yo soy Nenucha Tablar también escribo, y tuve la alegría que Raquel este año narrara un cuento mío. No solo es fiel al contenido, sino que al decirlo lo mejora. Me gustaría seguir en contacto mi mail es nenucha50@hotmail.com. Hasta pronto!

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Bienvenida. Te deseo mucha suerte.