martes, 8 de noviembre de 2011

FILOSOFÍA BARATA



Ella intuía que su problema consistía en no saber filosofía.
Pero por más que lo intentaba, las puertas del conocimiento se cerraban en sus narices. O quizás sería más explícito decir en su cerebro.
No obstante, en cada sueño el río cambiaba, nunca era el mismo.
Las flores corrían arrastradas por la corriente y algunas se enredaban en los árboles que jamás volvía a ver porque mutaban, como el agua.
Al despertar, su grito no era lo bastante vivo como para rescatar más o menos esa idea, eso, el devenir.
Se veía en la cueva, primitiva, con la conciencia a oscuras.
Destino ciego que mantenía cerrada la entrada de aire nuevo a sus pensamientos.
Es por eso que iba a morir, por no creer en la existencia inmortal de su alma.

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