viernes, 9 de marzo de 2012

SALZANO

Quiénes y Cuándo
Trece elongaciones literarias tras siete días de abstinencia. El chico. Daniel Salzano.
03/03/2012 00:01 , por Daniel Salzano0Reportar abusoTrece elongaciones literarias tras siete días de abstinencia

1) Creo en las grandes bestialidades sentimentales: la del mono King Kong, la del fantasma de la Ópera y la de aquella película de Fellini en la que Anthony Quinn se envolvía el pecho con cadenas y con un solo golpe de corazón las destrozaba.

2) Creo en el baño de la casa de la calle Lamadrid: si ponía en marcha la ducha mientras me lavaba los dientes, el cuarto se llenaba de vapor y, enfrentado al espejo, súbitamente desaparecía.

3) Creo que aquel día fue extraordinario. Mi abuelo, el italiano, me llevó hasta el sótano, se subió a una silla de madera y del techo de un armario bajó un paquete pringado de aceite envuelto en una página del diario La Mattina . Ceremoniosamente, sin perderme de vista, abrió el paquete y sacó de entre los trapos una pistola pesada y fría. Cerró un ojo, apuntó al reloj de la pared, disparó y la bala hizo centro en el número seis. La pistola era una Luger. Me lo dijo mi papá cuando murió el abuelo y, entre los hijos, se repartían los bienes gananciales.

4) Creo en los barrios que se hacían a sí mismos, a escala de la gente. Acá estaba la casa del zapatero, acá vivían los Donatti, acá el maquinista del Belgrano, acá vivía Orestes, el peronista y, antes de llegar a la esquina, estaba la casa de la modista. La modista era mi mamá. Mi mamá, cuando me llevaba a misa, me apretaba muy fuerte la mano.

Lo mismo que cuando íbamos al cine Avenida y, de complemento, daban una película de Chaplin. Si me portaba mal, me daba a elegir entre estudiar el catecismo o coser botones. Yo elegía coser botones. Todavía soy bueno haciéndolo. Creo en los hombres que se encierran en el garaje y, de una sentada, cosen los botones de toda la familia. La famosa elongatsione lacrimale .

5) Creo en las máquinas de coser Singer y en el dedal que recibí como herencia cuando la modista murió. Sus cenizas pesaban como 100 gramos de tapioca, 200 de Quaker, 300 de azúcar impalpable, 400 de queso rallado y medio kilo de alpiste. Yo no dije nada. Cuando uno pierde a su mamá, no hay que decir nada. Sólo esperar a que alguien te pregunte.

Si en lugar de un dedal hubiese heredado 10, me los hubiera puesto a todos para escribir una nota sobre la edad dorada de la Metro y las obras maestras de Fred Astaire. Taracataracata tac.

6) Creo en los chicos que no son buenos para jugar al fútbol y que, por descarte, deciden jugar al básquet. Creo en los chicos que no son buenos para jugar al básquet y que, por descarte, deciden correr en bicicleta. Creo en los chicos que no eran buenos para andar en bicicleta y, al atardecer, se instalaban en el taller de Pedro Salas, en la calle Lima. No hacían nada más que mirar los trofeos y observar al campeón arreglando una Legnano. Creo en mí, que no era bueno para nada más que para volver a casa, caminando; a veces negociaba con Dios:

–Ojalá no llegue nunca a casa.

7) Creo que esto es mentira, que nunca sucedió, pero ya lo escribí como 14 veces. Yo estudiaba dactilografía en una academia de la calle Eufrasio Loza y me portaba mal, muy mal. En lugar de poner los deditos en la eñe y en la a, los ponía en las de al lado: la ele y la ese. Las páginas que escribía parecían papiros egipcios. Un día, la profesora se enojó y con una varilla me golpeó las manos. Una varilla de junco. ¡Basta!, gritó, mientras discaba el número de mi casa para poner las cosas en su sitio. Creo que esto es mentira. Lo que sí es cierto es que me prohibieron ir al cine durante tres semanas. Me perdí El coloso de Rodas , El hombre araña y El hijo de la calle . Pero no me moví de donde estaba: todavía escribo con ocho dedos.

8) Creo en el olvido, porque no me queda otro 
recurso. No consigo recordar quién dirigió Duelo al sol . Podría buscar el dato en los archivos, pero no creo en los archivos. La cultura –justamente– es aquello que nos queda después de quemar los libros.

9) Elongamiento de Pablo Neruda: “Demasiados relojes para tan poco tiempo”.

10) Está bien, no recuerdo quién dirigió Duelo al sol , pero cada vez que entro a un cine 
las butacas me saludan como si fuera el rey Arturo. Yo duermo y Clint Eastwood se encarga del trabajo sucio.

11) “Creo que creo en lo que creo que no creo”. Lo dijo Girondo. Creo.

12) ¡Me acordé! Duelo al sol fue dirigida por King Vidor y termina con Jennifer Jones y Gregory Peck abrazados bajo la lluvia, agonizantes, porque previamente los dos se han cocinado a balazos. Peck mata a Jones y Jones mata a Peck. Uno de los dos dice “¡Amor mío!”. O los dos.

13) Creo en los fumadores compulsivos, forzados a deambular por la ciudad como leprosos. Creo que va siendo hora de que regrese el invierno, para dibujar corazones en la ventana. Creo en la telepatía, en los hechizos y en el pan con manteca. Creo que me muero por besarte aquí y aquí. Creo en los puentes de madera de París y en ese almacén de San Vicente donde, si comprás un kilo de arroz, te lo envuelven en una hoja de La Voz del Interior . A ese tipo de elongaciones me refiero.

El chico

Por aquellos días, Córdoba era una ciudad tan diminuta que / incluyendo la torre de los Capuchinos / cabía en el bolsillo del gigante Gulliver / en serio / multiplicabas lado por lado / y el resultado no llegaba al millón de pasos cuadrados / para tener una idea / Londres superaba los 19 y París los 26.

Lo que quiero decir es que en un laberinto que empezaba en los andenes del Mitre y terminaba en el palo del córner de la cancha de Belgrano / todo lo que podía hacer un chico / yo / era caminar buscando la salida.

Lo que quiero decir es que con cada día que pasaba mi corazón se ponía más grueso / mientras salían a espiar / como ángeles / los primeros pelitos del sobaco.

El destino de los chicos es aparecer y desaparecer / como un relámpago / hoy son chicos / mañana son jóvenes / y un día cualquiera / dejamos de verlos.

Abrazar a un chico es como abrazar un puñado de arena / se escabulle / se esparce / se derrama.

Pero volvamos a Gulliver City / por aquellos días el Palace era un hotel de elegancia decadente / en la confitería Oriental el café se tomaba con una servilleta de hilo sobre las rodillas / y los 16 ventiladores del cine Ópera accionados a toda mecha / era la sensación más parecida a viajar en avión a Buenos Aires / los chicos de aquellos días no conocían Buenos Aires.

Llegué a dar 120 vueltas completas sin salir de las puertas giratorias del Correo.

En síntesis / Córdoba estaba hecha a la medida de los hombres / a los chicos les correspondía hacer la primera comunión en la iglesia del Perpetuo Socorro / y / encerrados con llave en el retrete / jugar a las visitas con el almanaque de Marilyn Monroe / yo lo hice / cuando ella vivía todavía.

Me hubiera gustado que me conocieran en la edad del pavo / caminando por 24 de Septiembre / aparentando ser alguien que sabía adónde iba / pero todo lo que encontraba a lo largo de aquel paseo interminable eran chapitas de Córdoba Dorada / camiones circulando a través del aire sucio del mercado / y familias de seis miembros sentadas frente al televisor para ver el Dodge de Karl Malden en Calles de San Francisco. Pero yo no era bueno para ver televisión / aguantaba media hora y me largaba / largo de aquí / así decía John Wayne / largo de aquí.

Siempre estaba rodeado de amigos invisibles / para no tener que cruzarme con los ojos de nadie / miraba las estrellas: Géminis / Tauro / Leo / todas ordenadas / en perfecto estado de funcionamiento.

Antecedentes del chico: 1) había dejado de estudiar o estaba a punto de hacerlo / 2) iba a ver películas francesas porque los franceses se besaban con la boca abierta / 3) a veces pedía monedas en la puerta de La Merced para tomarme un licuado de banana con leche / 4) por puras ganas de joder me encerraba en los armarios / 5) había ganado un encendedor Omega volteando patitos en la kermés de los salesianos / naturalmente fumaba hasta por las orejas / posdata: / yo creo que un hombre tiene dos obligaciones en la vida: ser romántico y fumar con los ojos cerrados.

Seis: / había dejado mis datos personales en Vértice Musical / y no porque verdaderamente necesitara trabajar, sino porque quería escuchar los discos de Chubby Checker.

Chica no tenía. Tampoco. Lo único que realmente me pertenecía era un pulóver negro de cuello alto que amaba descaradamente mirarse en los espejos / ahora pienso que tal vez yo no quería abandonar el laberinto / sino ser Yves Montand.

Iba y volvía: de mi casa al Sorocabana y del Sorocabana a mi casa / hablando solo / Maipú / Alvear / Rivadavia / San Martín / Rivera Indarte / Ancha / cada vez que pasaba delante del arbolito del hotel Astoria, me mojaba con saliva la yema del pulgar y lo acariciaba / las putas chicas aprendían a leer consultando las pizarras del diario Clarín / y las putas viejas se aburrían apoyadas en el guardabarros de los taxis.

Un vez llegué hasta el Observatorio / en barrio Güemes / y pasé un momento grandioso / porque sin atravesar el umbral / tuve la certeza de que los planetas hablaban entre sí.

En ocasiones / acompañado del pulóver que caminaba solo / iba a escuchar conferencias de intelectuales con olor a pipa / sacos de tweed / y parches de gamuza / yo lo que ambicionaba era saber cómo se podía escapar del laberinto / pero todo lo que encontraba era una tarima / una mesa / un vaso / y un cuarto litro de agua mineral Villavicencio.

El conferenciante tomaba un sorbo / y el incendio se apagaba.

Ahora mismo / Córdoba debe andar por los dos millones de pasos cuadrados / cada vez que tengo que dar una charla / antes de empezar / me tomo un tiempo prudencial para buscar entre la gente al chico del pulóver.

Me muero de ganas de encontrarlo. Pero o ya se ha ido, o no aparece / el chico que fui no pudo salir jamás del laberinto.

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