miércoles, 25 de abril de 2012

DESCIFRAMIENTO


El jinete tenía los pelos de punta. Ese eclipse de luna lo había sorprendido. Desmontó, se quitó sus ropas y comenzó el ritual. Con las piedras de la playa encendió un fuego que dibujaba figuras eróticas en el aire nocturno. De pronto, de entre las llamas, emergió una mujer crepitando de ardores y promesas. Envolvió el cuerpo del jinete con sus lenguas de fuego. Danzaron, copularon al rojo vivo, aullaron como lobos en celo.
El cacique pujó entre los acantilados y se paró con su lanza frente a los ígneos amantes. Desde allí los condujo con su mirada hasta el altar del sacrificio. Pero en ese momento la luna asomó en la espesura del silencio y lanzó dardos de luz al corazón del sabio de la tribu, que se hincó sobre la tierra pedregosa para orar con unción.
Una magnolia de pétalos radiantes entró en erupción y derramó su lava perfumada en los cuerpos, ahora pálidos, del jinete y su amada. Las estrellas estallaron en una orgía de temblores, la tierra se abrió en dos y un mar tímido fue borrando las huellas del pasado.
Amanecía en algún hemisferio donde la humanidad recuperaba el Paraíso. Cierto niño, con los pelos de punta, descubría el mundo con las yemas de sus dedos y sus ojos.
Trepó hasta la copa del árbol de la vida y desde allí vio el horizonte, la fortuna, el infinito.


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