CARTAS AMARILLAS Y PAÑUELOS BLANCOS
Al revolver la jungla de mi placard, descubrí aquella hermosa cartera negra que creía irremediablemente perdida. Con ansiedad la abrí y revisé cada bolsillo en busca del tiempo perdido. Y allí lo encontré. Con su traje de cura, bautizando a mi hija.
Mi amigo, mi confidente, mi compinche. Ya no estaba, solo quedaban sus cartas.
Corrí a buscarlas, y entre las telarañas del recuerdo me sacudí los años como un perro pulgoso para sentir otra vez la piel rebelde de colegiala.
Los ojos evasivos de la felicidad me miraron llenos de tristeza.
Si tuviera el poder o la magia de volver el tiempo atrás... Pero los ideales de mi hija siempre me hicieron sentir orgullosa.
El padre Miguel fue el único que se animó a acompañarme cuando empecé a golpear puertas. Y también fue el primero en decirme la verdad.
Recuerdo aquella mañana. Una niebla endovenosa recorría el puerto. Pero lo mismo lo reconocí. Su rostro afable, su paz: no habían podido asesinarlos.
A partir de ese día comencé a reunirme con las otras mujeres.
Guardo las cartas, busco el pañuelo y me cuelgo al hombro la vieja cartera con el talismán de sus rostros.
Olga Liliana Reinoso
Cuentos con descuento
Ediciones Mis escritos, Lanús, Enero 2007
Al revolver la jungla de mi placard, descubrí aquella hermosa cartera negra que creía irremediablemente perdida. Con ansiedad la abrí y revisé cada bolsillo en busca del tiempo perdido. Y allí lo encontré. Con su traje de cura, bautizando a mi hija.
Mi amigo, mi confidente, mi compinche. Ya no estaba, solo quedaban sus cartas.
Corrí a buscarlas, y entre las telarañas del recuerdo me sacudí los años como un perro pulgoso para sentir otra vez la piel rebelde de colegiala.
Los ojos evasivos de la felicidad me miraron llenos de tristeza.
Si tuviera el poder o la magia de volver el tiempo atrás... Pero los ideales de mi hija siempre me hicieron sentir orgullosa.
El padre Miguel fue el único que se animó a acompañarme cuando empecé a golpear puertas. Y también fue el primero en decirme la verdad.
Recuerdo aquella mañana. Una niebla endovenosa recorría el puerto. Pero lo mismo lo reconocí. Su rostro afable, su paz: no habían podido asesinarlos.
A partir de ese día comencé a reunirme con las otras mujeres.
Guardo las cartas, busco el pañuelo y me cuelgo al hombro la vieja cartera con el talismán de sus rostros.
Olga Liliana Reinoso
Cuentos con descuento
Ediciones Mis escritos, Lanús, Enero 2007
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