Perdida en la más profunda sordidez
La prostitución, siempre se dice, es la profesión más antigua y ha sobrevivido, en especial, al amparo de cuestiones culturales que van desde los tabúes sexuales hasta el machismo, por señalar apenas dos. Alejandro Mareco.
29/09/2011 00:01 , por Alejandro Mareco
Los pasos de “Marita” Verón se han perdido en lo más profundo de la sordidez argentina. Hace casi una década que se extraviaron en los caminos insondables de la noche espesa en la que apenas brillan mortecinas luces rojas.
Pero no son las sombras de la noche las que la arrebataron de la luz todos estos años, sino las de la ilegalidad entramada en viejas redes de complicidad armadas con puñados de billetes. Es esa voracidad que tantas veces se ve también bajo el sol.
La trata de personas es otra versión de la voracidad, una que no titubea en no sólo robarle el destino a una persona sino someterla además a una espantosa degradación humana.
La prostitución, siempre se dice, es la profesión más antigua y ha sobrevivido, en especial, al amparo de cuestiones culturales que van desde los tabúes sexuales hasta el machismo, por animarse a señalar apenas dos.
Hasta es posible entender como justo el reclamo de las meretrices y prostitutas que están organizadas, que plantean que su actividad no es igual a trata de personas sino otra manera de ganarse la vida porque, dicen, una cosa son las rehenes de secuestradores y explotadores y otras son las putas que deciden serlo; aunque tantas, acaso, son rehenes de otras historias que tienen que ver con la tragedia social.
Claro que la línea es muy delgada y el consumidor de sexo pago, ya sea por negligencia o indiferencia, forma parte de esa complicidad que sumerge a miles en un mundo infrahumano y desgarran los corazones de sus seres queridos. Y hasta hay quienes, directamente, lo hacen de modo consciente.
Pero éstos son tiempos de asumir estados de conciencia que antes se soslayaban: los conceptos culturales cambian de modo vertiginoso y ya no podemos hacernos los desentendidos con los daños que causan los prejuicios sobre orientación sexual o sobre identidad racial, social, cultural o religiosa; la indolencia, la indiferencia o la cosificación del otro, como en el caso de la prostitución.
Para ser un pueblo más justo y más solidario, hay que andar ese camino.
Entre tanto, la vieja red de complicidades no puede seguir escondida en la oscuridad. El que quiere encontrar los caminos los encuentra, por más espesa que parezca la noche.
La prostitución, siempre se dice, es la profesión más antigua y ha sobrevivido, en especial, al amparo de cuestiones culturales que van desde los tabúes sexuales hasta el machismo, por señalar apenas dos. Alejandro Mareco.
29/09/2011 00:01 , por Alejandro Mareco
Los pasos de “Marita” Verón se han perdido en lo más profundo de la sordidez argentina. Hace casi una década que se extraviaron en los caminos insondables de la noche espesa en la que apenas brillan mortecinas luces rojas.
Pero no son las sombras de la noche las que la arrebataron de la luz todos estos años, sino las de la ilegalidad entramada en viejas redes de complicidad armadas con puñados de billetes. Es esa voracidad que tantas veces se ve también bajo el sol.
La trata de personas es otra versión de la voracidad, una que no titubea en no sólo robarle el destino a una persona sino someterla además a una espantosa degradación humana.
La prostitución, siempre se dice, es la profesión más antigua y ha sobrevivido, en especial, al amparo de cuestiones culturales que van desde los tabúes sexuales hasta el machismo, por animarse a señalar apenas dos.
Hasta es posible entender como justo el reclamo de las meretrices y prostitutas que están organizadas, que plantean que su actividad no es igual a trata de personas sino otra manera de ganarse la vida porque, dicen, una cosa son las rehenes de secuestradores y explotadores y otras son las putas que deciden serlo; aunque tantas, acaso, son rehenes de otras historias que tienen que ver con la tragedia social.
Claro que la línea es muy delgada y el consumidor de sexo pago, ya sea por negligencia o indiferencia, forma parte de esa complicidad que sumerge a miles en un mundo infrahumano y desgarran los corazones de sus seres queridos. Y hasta hay quienes, directamente, lo hacen de modo consciente.
Pero éstos son tiempos de asumir estados de conciencia que antes se soslayaban: los conceptos culturales cambian de modo vertiginoso y ya no podemos hacernos los desentendidos con los daños que causan los prejuicios sobre orientación sexual o sobre identidad racial, social, cultural o religiosa; la indolencia, la indiferencia o la cosificación del otro, como en el caso de la prostitución.
Para ser un pueblo más justo y más solidario, hay que andar ese camino.
Entre tanto, la vieja red de complicidades no puede seguir escondida en la oscuridad. El que quiere encontrar los caminos los encuentra, por más espesa que parezca la noche.
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