sábado, 9 de mayo de 2009



DELMIRA AGUSTINI
¿Se paga la belleza, el arte mismo, con la muerte?

Parece una constante que la vida de muchos poetas esté signada por la desgracia. Dando un vistazo a todos los obstáculos que debieron sortear, a las dificultades, a los desencuentros y pesares, todo parece preanunciar el final.-
Y entonces surge la pregunta ¿adentrarse en la poesía significa bucear aguas tan profundas en las que la mayoría se ahoga? ¿O acaso, son las personas hipersensibles, aquellas que viven a contramano de este mundo hostil y antropófago, quienes buscan en la poesía un refugio, una tabla de salvación, un cable a tierra? Pero, acaso ¿la poesía no es salvadora? ¿O solamente posterga el proceso hacia la autodegradación?
Basta echar una ligera mirada sobre la vida de muchos poetas, tanto hombres como mujeres, para avizorar la tragedia. Valgan como ejemplo los nombres de varios autores americanos como Alfonsina Storni, Alejandra Pizarnik, Delmira Agustini, Sylvia Plath, Horacio Quiroga y Leopoldo Lugones.
Por tratarse mayoritariamente de figuras femeninas me voy a referir a ciertos casos emblemáticos:
La poetisa argentina, Alfonsina Storni, nació el 29 de mayo de 1892 en Sala Capriasca (Suiza). Se quitó la vida en Mar de Plata, el 25 de octubre de 1938. Hablaba de su creación poética en estos términos: “Escribo para no morir”. Pasó por varios intentos de suicidio, y siendo maestra, sus frecuentes estados de neurosis la obligaban a guardar cama. Una amistad entrañable la unió al magistral escritor uruguayo Horacio Quiroga, quien también se suicidó.
Toda su poesía era un alegato a la muerte, a la perpetuidad póstuma en las aguas marinas.
§ Alejandra Pizarnik, poetisa argentina, vino al mundo en 1936. Buscó a la poesía toda su vida. Era asmática, fumaba cigarrillos, tenía serios problemas de personalidad, consumía anfetaminas para bajar de peso y el mundo le pesaba. A pesar de todo escribía, y muy bien. Tratando de hallar un alivio para su enfermedad pasaba temporadas de internación en un hospital psiquiátrico. Era admirada en su país. Sus versos eran de los mejores, de puras perlas. No le sirvió el elogio de los extraños para salvarse de sí misma, de esa mujer talentosa y temerosa (al mismo tiempo) que era. Un día dijo basta, y se quitó la vida tomando voluntariamente una sobredosis de seconal. Era el año 1972. Dejó una obra literaria valiosa y abundante.
§ Gabriela Mistral, la gran poetisa chilena, Premio Nobel de Literatura, conoció el amor de un hombre, un empleado ferroviario, Romelio Ureta, quien se quitó la vida. La poesía era para Gabriela un “magisterio”. Le cuenta a Emma Godoy, colaboradora suya, que contaba en su trágico haber varios suicidas, y hubo otros hombres que si no llegaron a ese extremo, se entregaron a la drogadicción. “Quien me ama, muere”, solía repetir. Y en ocasiones agregaba: “Como en el Hades a cierta heroína mitológica, así me seguirá a mí el coro de mis enamorados muertos”. Falleció en Nueva York, en 1957.
§ La novelista Sylvia Plath nació en Boston, el 27 de octubre de 1932. Hija de Otto Plath, inmigrante alemán y profesor de Zoología, es una de las poetisas más emblemáticas de los Estados Unidos. Su esposo, el conocido poeta Ted Hughes, decía que ella gozaba de poderes telepáticos. Los aprietos económicos, el desangramiento interior que le producía una existencia que no iba con su manera de pensar, la llevaron a autoeliminarse. Metió su cabeza en el horno de la cocina el 11 de febrero de 1963. La figura paterna tuvo mucha influencia en esta escritora cuyas obras son la revelación de un genio. Su viudo publicó los diarios de Sylvia.
Uruguay tiene a Delmira Agustini, tan ampliamente difundida y comentada como poco comprendida. Delmira Agustini con toda la apariencia verbal de una fuerte sensualidad femenina, es profundamente espiritualista:
“Ah, tu cabeza me asustó. Fluía
De ella toda la vida, parecía
No sé qué mundo anónimo y nocturno.”
dice la magnífica poetisa en un hondo pensamiento, que es la consecuencia de una conmoción espiritual. La sensualidad pura no podría dictarle jamás estos versos nacidos de una contemplación pastoral, depurada a través de las más finas mallas que pudiera tener un alma femenina.
Y esta frase:
“Mi alma es frente a tu alma, como el mar frente al cielo.”
Y esta otra:
“Ah, los cuerpos cedieron, mas las almas trenzadas Son el más intrincado nudo que nunca fue...”
Y tantas otras, y toda su obra que expresa una naturaleza vigorosa y profunda, pero cuya finalidad es sorprender el espíritu, aislado a través de la materia.” Delmira Agustini fue una artista precoz. Poseía dones para la pintura y la música. Nació en Montevideo el 24 de octubre de 1887. Era todo encanto y belleza. Su poesía es de las mejores; Rubén Darío profesaba admiración por su obra. Comenzó con la fortuna de ser una poetisa tocada por la gracia de Dios. Pero tenía momentos místicos, instantes de extrema sensibilidad nerviosa, de enajenación, a veces, que la dejaban postrada en el lecho. Se casó con Enrique Job Reyes, y él, un oscuro día, le quitó la vida con dos tiros de revólver, para después suicidarse. Corría el año 1914 y el trágico fin de los amantes sacudió a la sociedad uruguaya.
El parte policial en la 4º Sección Policial decía: “A las 16,20 del día 6 de julio de 1914 el Sr. Germán Da Costa denunció ante las autoridades de la 4º Sección, que momentos antes se habían sentido cuatro disparos en el interior de la pieza que en la finca Nº 1206 de la calle Andes, ocupaba el Sr. Enrique Reyes, de profesión Rematador Público. El Comisario General de Ordenes luego de dar cuenta del hecho al entonces Jefe Político y de Policía, se constituyó en el lugar y al no poder abrir la puerta hace saltar la cerradura y penetra al ambiente. Allí yacía el cuerpo sin vida con dos heridas en la cabeza, lado izquierdo, de la señora Delmira Agustini y Enrique Reyes, su esposo (ya ex esposo) herido en el mismo costado, el que tenía los brazos cruzados y un revólver sobre el pecho”.
Este fue el trágico fin de la poetisa perteneciente a la Generación del 900. Cuando publicó en 1907 “El libro blanco”produjo un sentimiento de estupor y admiración en la sociedad montevideana. Tenía apenas veinte años, carecía de estudios universitarios y había sido su madre, mujer culta, quien la educara según sus severísimos principios. La madre era la personalidad dominante de la familia. Para ella Delmira fue siempre, aún hasta el momento de la tragedia, “La Nena”. Bajo este apodo es que crece y se desarrolla en el seno familiar.
Afirma Clara Silva que en la madre se unieron su natural carácter dominante, absorbente y su amor maternal por “La Nena”, única hija, para determinar su tutela en que la mantuvo sujeta a ella toda la vida, y determinó, a su vez, ese tipo de vida aniñada en que Delmira prolongó hasta el fin una especie de infantilidad paradojal. Vivía, como suele decirse, pegada a la falda de su madre.
Un joven escritor que la visita en su casa a poco de producida la separación conyugal, observa que la actitud de Delmira en presencia de la madre, es distinta que cuando ésta se ausenta, como si ante ésta sintiera una inhibición, una timidez, guardando una fingida compostura convencional.
En la vida es “La Nena”, esa señorita hogareña bajo la tutela de su madre, apartada del mundo, sin amigas, sin concurrir a fiestas ni reuniones que no fueran estrictamente familiares, recibiendo de vez en cuando la visita de algunos escritores que admiraban sus versos, y con un novio simple y reglamentario. En la soledad de su cuarto era donde surgía la otra, la introvertida, la inspirada, la que pensaba y escribía cosas que nada tenían que ver con aquella. Era “La Nena” que se transformaba en la poetisa. Esta doble personalidad se manifiesta desde temprano, separando su vida de su arte.
Sería absurdo pensar que este estado se mantuviera sin provocar un estado de desgarramiento y desequilibrio psíquico, contribuyendo a agravar más ese drama interno de su angustia vital, hasta llegar a la neurosis.
En una carta a Rubén Darío en 1912 le decía: “Yo no sé si usted ha mirado la locura cara a cara y ha luchado con ella en la soledad angustiosa de un espíritu hermético...A mediados de octubre pienso internar mi neurosis en un sanatorio, de donde, bien o mal, saldré en noviembre para casarme. He resuelto arrojarme al abismo medroso del casamiento. No sé: tal vez en el fondo me espera la felicidad. La vida es tan rara!”
La obra y la personalidad de Delmira son una contradicción con respecto al medio social en que nació y vivió, como exiliada. Lo que determinó su carácter, su mentalidad, su poesía, radicaba en el misterio de sí misma. La gloria de sus obras sí fue con ella, pero la felicidad no, porque el amor que acaso ella soñara estaba más allá de la vida. Se casó, pero a las pocas semanas volvía al hogar paterno. No era aquel marido burgués, caballero muy correcto, el hombre para ella. El estaba enamorado de ella, a su modo: él amaba a la mujer que había en ella, pero no podía comprender lo que había dentro de ella y que no era la simple mujer. Así fue que, una vez resuelto el divorcio, la atrajo a una última cita secreta, que era una “emboscada siniestra del destino”. Alberto Zum Felde continúa: “Una tarde de julio de 1914 cundió por la ciudad la noticia de que Delmira había sido hallada en una alcoba de alquiler, muerta de un balazo en la cabeza, junto al cadáver de su marido, que aún apretaba en su mano rígida el arma con que la había ultimado. Su vida fue un meteoro deslumbrante que atravesó el cielo de la poesía, dejando un rastro imborrable de sangre y de fuego”.
En su flamante edición, Nómada, la revista de la Universidad Nacional de San Martín, dedicó su dossier —firmado por la crítica uruguaya Ana Inés Larre Borges— a la poeta modernista. Es pertinente para este lado de la orilla acercarla aún velada por la leyenda de sus días finales: ese casamiento formulario con el rematador de hacienda Enrique Job Re yes, a quien no amaba, el súbito encantamiento por el argentino Manuel Ugarte, padrino de su boda, la rápida separación estrenando casi la Ley de Divorcio de su país, el intercambio de cartas galantes con Ugarte, la continuidad de la relación con su ex, ahora como amantes furtivos, y el escandaloso final del 6 de julio de 1914: Job Reyes que la mata y se suicida. Ella era rubia, de ojos claros, que eran tan pronto azules o celestes, e incluso verdes, según la luz, asombrados, en los que ardía un fuego secreto. No daba la impresión de ser alta, pero sí espigada y flexible. Medina habla de "una niña de quince años, rubia y azul, ligera, casi sobrehumana, suave y quebradiza como un ángel encarnado, como un ángel lleno de encanto e inocencia". La tal niña era realmente una belleza, impresionante. Aurora Curbelo Larrosa, su abogada, dijo haber conocido a Delmira desde niña, y la describió como cariñosa, bella, de carácter melancólico y dueña de una precoz y maravillosa imaginación. El profesor de música Martín López, sostuvo que Delmira estaba muy bien dotada para la música, que tenía mucho talento, a pesar de que faltaba mucho a clase. Dijo que todo lo hacía bien, que era humilde, nada pedante, reservada y muy sumisa a su madre, a quien parecía encadenada. Alberto Zum Felde dice que "Delmira esa terrible sacerdotisa de Eros, fue una niña perfectamente casta hasta el día de la muerte y nunca ningún otro hombre que su marido tuvo trato carnal con ella." Los versos eran su mayor placer, pero también su tormento. A veces su tensión nerviosa llega a extremos insoportables. "Yo casi preferiría que no escribiera.", decía su madre. Delmira era una niña buena y obediente, sencilla y dulce, recatada, esa misma mujer que luego, en la alta noche, en las madrugadas, era capaz de escribir versos inquietantes.
Será imposible, a partir de ese estrépito, no leer la poesía de Delmira fuera de las claves de su tormenta personal, no rastrear las huellas de una contradicción básica: el espiritu libertario que buscaba romper los diques de contención de una sociedad autosatisfecha y pacata (aquel "Tontovideo" del 900 que asombraba con el récord de importaciones de champán y pianos de cola) y la inmersión en ese clima de la mano de María Murfeldt, la madre-toro que la conducía. Ese planeo en la convención no se ajustaba al íntimo bullicio de la escritora que reclamaba una musa "cambiante, misteriosa y compleja" (...) "Y que vibre, y desmaye, y llore, y ruja, y cante" (La musa). La poesía de Agustini se escribe en los patrones estatuarios del modernismo pero al mismo tiempo lo trasciende con una fuerza erótica que asombra en una mujer de esa época y por el brusco vaivén entre el amor y la muerte: "Mi corazón moría triste y lento.../Hoy abre en luz como una flor febea;/¡La vida brota como un mar violento/Donde la mano del amor golpea!" (Explosión).Los desajustes entre obra y vida estallaron finalmente en su cuerpo y quedaron temblando para siempre en sus poemas. El vértigo de ciertos amores, con su certeza de final preanunciado, es el móvil que lo vuelve irresistible, e incomparable. Más allá del inevitable y trágico final, no solo de sus amores sino de la vida, quién puede arrojar la primera piedra, quien no ha dicho o sintió alguna vez como Delmira, advirtió en uno de sus versos:
“Sin saberlo sacudiste mi vida…Todo esto era terrible delicioso y nuevo para mi”.
Terrible y delicioso ¡qué buenas palabras para definir el amor!
Qué historia de amor no resulta trágica al fin…De una manera u otra el final parece llegar siempre o amenaza con llegar.
Delmira fue asesinada, por la espalda.
Pero hilando fino en su vida y en su obra el final trágico tuvo la connotación de un suicidio anunciado. Un suicidio encomendado a quien, puede sea el que más la amó. Alguien que no era su verdadero amor, ni su marido ya, apenas su ex-marido y sí, aun, su amante o el pretexto, la metáfora necesaria de Delmira, aquel que empuña el arma imprescindible para llevar a término su sino trágico. Reyes fue simplemente el Judas que debía cumplir con lo que estaba escrito.
Delmira sin dudas parecía concebir así el final consagrado del mejor de sus poemas, su propia vida: “…lo más fuerte (dice hablando del amor) ha sido hundirme en él.” ¿Un hombre, o simplemente el amor?
En El libro blanco (Frágil) de 1907 era evidente su deuda con los gustos y el lenguaje del modernismo, aunque algunos poemas ya trataban de conseguir una expresión lírica original, más adecuada a sus apasionadas vivencias personales. La logró en Cantos de la mañana (1910), y en Los cálices vacíos (1913), donde su erotismo conjuga con acierto el sueño y la vigilia, la pasión exaltada y el pesimismo, los sentimientos del amor y de la muerte. Algunos poemas más se recogieron en sus Obras completas, editadas en 1924 en dos tomos: El rosario de Eros y Los astros del abismo.
Desde sus comienzos, la literatura hispanoamericana produjo estupor en los lectores europeos, no acostumbrados a la naturaleza lujuriosa que fluye a través de la escritura de nuestros creadores.
Es que en nuestro continente la poesía se parece a la vegetación tropical: si no muy útil, si no muy sobria, es abundosa y desaliñada, rica en ramas y hojas y preparando, claro está, algún fruto.
Esto es en la poesía. Y hay razones para que así sea: una poesía se hace en un momento dado, se la pule luego, si se la pule, y el trabajo está terminado. En mujeres y hombres acontece ello; más visiblemente aún, en mujeres que en hombres.
De las que escriben o escribieron en el continente, las que han tenido, hasta ahora, resonancia en estas tierras y en España han sido las que lo han hecho en verso.
Recuerdo las palabras del dramaturgo argentino Roberto Tito Cossa, en la voz de su personaje Yepetto: “Hay muchos artesanos de la palabra, pero poetas hay muy pocos”.
Y en eso, tal vez, se les va la vida.

Acaso este conocido poema de la poetisa uruguaya Delmira Agustini revela todo el patetismo de la creación poética, de la dura belleza con que la poesía le rondaba, en el colmo del absurdo, y en la excelencia de la lógica, mientras ella sobrellevaba su condición de mujer que escribía poemas en el pasado siglo.
LO INEFABLE
Yo muero extrañamente…No me mata la vida,no me mata la muerte, no me mata el amor;muero de un pensamiento mudo como una herida…
¿No habéis sentido nunca el extraño dolorde un pensamiento inmenso que se arraiga en la vida,devorando alma y carne, y no alcanza a dar flor?
¿Nunca llevasteis dentro una estrella dormidaque os abrazaba enteros y no daba un fulgor?
¡Cumbre de los martirios…! Llevar eternamente,desgarradora y árida, la trágica simienteclavada en las entrañas como un diente feroz…!¡Pero arrancarla un día en una flor que abrieramilagrosa, inviolable…!¡ Ah, más grande no fuera tener entre las manos la cabeza de Dios!






Bibliografía consultada

Delfina Acosta – Artículo publicado en el Suplemento Cultural del diario ABC (Paraguay)
ABANICO – REVISTA DE LETRAS DE LA BIBLIOTECA NACIONAL DE LA República Argentina.
Breve estudio sobre Delmira Agustini - Carmen Goimil Peluffocrgoimil@gmail.com
§ Alberto Zum Felde, “Proceso intelectual del Uruguay”, Librosur- 1985
§ Clara Silva, “Pasión y gloria de Delmira Agustini”
§ Vicente Muleiro – Diario Clarín, Buenos Aires, 6 de enero de 2007
§ http://www.ale.uji.es/agustini.htm

Olga Liliana Reinoso

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