martes, 4 de enero de 2011

En los días de lluvia aparecen cosas



De: juan manuel mascali Para: intercuento@yahoogroups.com Enviado: Miércoles, 11 de Febrero de 2004 05:59 p.m. Asunto: [intercuento] cuento

“Era más blanda que el agua...”

Para Olga Liliana Reinoso.

Es una tarde, Olga se acerca y me dice que no debería ser redundante. Yo le digo: tenés razón, pero no podía volver sin de alguna manera tonta no serlo.
Es una tarde de verano, algo sé que el verano, el calor, la luna o media luna, el sol tienen para que yo lo recuerde con tanta lucidez. Estamos sentados a punto de retirarnos de ese mundo de gente archiagotador. Hay una atmósfera calma, por momentos molesta, pero eso no nos perturba, estamos decididos a retirarnos, a no dar un paso atrás. Salimos. Por fin salimos y Olga vuelve a repetirme las palabras que ahora intento pronunciar correctamente: deberías no ser redundante. Me esfuerzo, lo logro, no es tan difícil, pero después de tantos años su imagen retorna como un pandemónium.
Conversábamos de todo un poco para que la conversación no se tornara
aburrida. Como dos niños, sí, y yo le comentaba la existencia de un objeto precioso, un cuadro del siglo XIII d. C., en donde el pintor describe paisajes con una magia urbana hermosísimos. Un cuadro para el gusto de los adultos pero los adultos ya se habían dormidos; se retiraban dejando el silencio. Es claro porque el silencio está representado por un espacio de dimensiones enormes en color verde, un pasto liso y fino como el de las canchas de tenis inglesas.
- Bueno; esa es la invitación de la que se sirve el artista; aunque no te guste, por lo menos te puede llevar a imaginar otros horizontes –me dijo Olga.
- Sí, está bien Olga –le dije–, pero eso que vos decís del arte, de lo que produce el arte en las personas que lo observan, y más en este caso que es un cuadro, una fotografía o secuencia concreta dispuesta para ese motivo, eso esta bien, siempre pasa, estamos acostumbrados a vivirlo de esa manera, pero por qué los niños están tan felices si fueron sus padres los que se dignaron a dejarlos con esa despreocupación fastidiosa en medio del campo sin nadie más que ese silencio enorme. Eso es lo que no termino de entender en el pintor, ¿qué es exactamente lo que quiso que nosotros pensemos al
observar su obra?
- Lo que no entiendo es por qué te enojás con las intenciones del artista. No me parecen que sean incoherentes, creo que el sentido está muy claro. Los niños se han ido, solo queda de ellos el sabor de la soledad, inmenso, lleno de praderas y colores olvidados, listos para ser algún día vueltos a recorrer. Eso es lo que a mí me deja su obra. Pero vos decís que, o intentas decirme, la escena, por decir así, pareciera no corresponder, no cuadrar con lo que para vos el artista intenta transmitir. Y eso es ya otro problema a
resolver.
Nos levantamos del banco y caminamos y hablamos de qué pensaría hoy Van Goght viendo este desorden de autos y callejas sin un mínimo de espacio disponible para la contemplación. Y los filósofos de antaño, y las comidas golosas, y las orgías griegas donde el vino se mezclaba con agua en fuentones de estaño repletos, casi una vida romana de reyes, todos los participantes a punto de convertirse en otra cosa mejor de lo que habíamos querido que fueran. Les cambiábamos la vida a todos, su maldito futuro, nos regocijábamos con él nuestro incierto, con las plantas que veíamos pasar
resplandecientes, con necesidad de agua algunas, la gente que comete esos olvidos imperdonables, todo lo diminuto se hacía grande, se tornaba en una discusión sin treguas que en algún momento sabíamos que caería en el mismo lugar de donde nosotros habíamos partido.
- Uno debería retener imágenes y hacerlas eternas, ¿no te parece? –Le pregunté a Olga con un ánimo que invitaba ninguna respuesta.
- ¿Estás bien?
- Sabes lo que me gusta de vos... que entendés claramente lo que a mí me pasa.
-Ahora no te entiendo.
- Sí, estoy bien. Algo melancólico pero estoy bien; ya lo sé: soy así.
- Bueno, cuando quieras hablar, aquí está Olga.
- No seas vieja usando ese tono casi burlón...
- Era vieja, o parecía.
- No, equivocada. Era un travesti.
- Ah, que bien, hemos progresado. ¿Cómo se llamaba?
- Mónica, creo.
- No sabes el nombre: retiro lo dicho.
- Nunca había estado con un travestí...
- ...Hasta que estuviste
- Sí, es un contrasentido.
- ¿Y qué es lo que te tiene mal, si pudiese decirle así
- Nada particular, no sentí nada, fue como si no hubiese estado con nadie. Una experiencia, supongo que podría llamarle así.
- Bueno, imagino que no querrás escuchar mis críticas porque ya las conoces, pero lo que te voy a decir es lo siguiente...
- ...mi consejera
- Entre paréntesis, okey: deja de probarte; nunca se obtiene nada bueno de las pruebas que le podemos hacer a nuestro espíritu. ¿Okey?
- Sí, mami consejera.
- ¿Por qué no te vas un poquito a la mierda, hijito del alma?
Había un bar en una esquina de esa ciudad turbulenta que se veía perfecto para sentarse un rato y descansar las piernas de la larga caminata. Un café, algunas media lunas, tenía hambre. Olga no. Prefería tomarse una gaseosa bien fresca. Sin ningún sándwich tampoco. Solo la gaseosa fresca. Es increíble, nunca comía o cuando lo hacía eran “emparedados” pequeñísimos, sin nada de sal, todo medido, a su medida, claro.
- ¿Nos sentamos en esta mesa? –Le pregunté a Olga.
- No, vamos a esta que tiene mejor paisaje –me respondió.
Estuvimos un buen rato en silencio. Lo disfrutábamos. Nos entendíamos sin que fuera necesario que yo le diga ni un sí ni un no de nada. A veces teníamos discusiones, de esas que suelen ponernos los pelos de punta, pero éramos amigos del alma, con el alma nos callábamos cuando el otro necesitaba ese silencio. Y ese silencio era majestuoso.
- I’m broke but I’m happy...I’m poor but I’m kind. Se me terminaron,
convidame uno, please.
Buscó fuego pero ya estaba yo sacando mi encendedor.
- He doesn’t play for the money he wins... Prefiero Sting.
- Yo también; en mi casa; aquí no quedaría mal.
- Por supuesto. Aunque tenés razón: demasiado ruido para apreciarlo.
Busqué un periódico que se encontraba en una mesa algo alejada. Los
titulares describían hechos. Cotidianos e internacionales. Se cumplía un año ya de la caída de las torres gemelas. La gente estaba impaciente y temerosa. Sin embargo, nadie discutía sobre política internacional. Los hechos caían por un peso que los apisonaba y los dejaba inmóviles. Nadie criticaba nada. Quizá en sus hogares fuera diferente, pensé.
- Aunque es envidiable cómo se permiten disfrutar la vida. De una manera tan diferente a la nuestra. Pero ese es su espíritu, ¿no?
- ¿A qué te referís? –Me preguntó Olga.
- Mira los titulares. ¿Okey?- Sí, ya te entendí. Es extraño.- Es una sociedad rara. La entiendo, pero me cuesta aceptarla. Creo que
solamente podría vivir en esta ciudad. Es más, sé que la pasaría muy bien.
- ¿Y entonces?- Parece que estuvieras leyendo... No importa. Horacio de Dios describió una situación: había muchas personas, entre ellas francesas, en un bar cerquita de acá, y a los franceses se les dio por cantar la marsellesa. Nadie dijo nada. Todos lo tomaron bien, sin molestarse, menos un hombre que saltó como los demonios de su asiento cantando el himno nacional. El ambiente se puso
denso. Pero a alguien se le ocurrió algo que superó a todas las melodías que se habían interpretado. Cantó New York, New York, y la imagen de Frank hizo lo que restaba. ¿Entendés?
- Bueno, para qué seguir explicando; más vale sigo leyendo.
- No te enojes, era una observación; nada más que eso.
- Tendrías que obtener otros modelos si quisieras hacer una “lectura” más justa de esta sociedad y no basarte únicamente en La Nación.
- Estás enojada.
- No, es la verdad.
- Estas enojada.
- Ya se me fue. Además, esa palabra no es la adecuada, es una más simple: molestia, y no sigamos hablando de esta tontería.
- Okey. Sory.
- Tengo que decirte algo importante.
- ¿Ahora?
- Dije algo importante.
- Perdón.
La miré con otro rostro. Su tono nunca lo había escuchado. No era de
preocupación, era de resignación. Quizá fuera otra cosa la que despertaron sus palabras. No lo sé, no quise anticipar ni proyectar mis temores.
- Tengo cáncer - me dijo secamente.
La miré, pensé muchas cosas, escogí las preguntas.
- ¿Dónde?- Cáncer de páncreas. Es inevitable. No hay nada que hacer.
- ¿Y quién dijo eso? ¿Qué te dijo él medico? Consultémoslo con otro clínico; yo conozco uno que es el mejor, no te podés quedar con una sola receta.
- Tranquilizate. Ya lo hice. El mismo médico me recomendó realizar otros estudios.
- ¡Olga, vos me decís que me tranquilice! ¿Estás loca o qué? Vamos ya a realizar otros estudios...
- No, dejame que quiero estar acá sentada leyendo.
Lloramos, mucho. Sus lágrimas me lastimaban. Me acorde de un tango de Discépolo; lo borré; no sabía qué hacer y ella me había dicho que me tranquilizara. No sé; no tiene sentido; nada tenía un mísero sentido que yo pudiera entender. Me dije que era un inmaduro y un egoísta porque me esforzaba intentando tener el coraje de acompañarla. Juraría que si lo hubiese deseado no lo hubiese dudado.
- Okey, okey...
- Leeme el horóscopo de hoy.- A ver... Mira vos lo que salió...¿Qué, que estoy embarazada y aun no lo sé?- No, no, no me hagas reír al pepe. Escucha: una sorpresa le dará los beneficios que hacía tanto tiempo estaba buscando. En el amor: deberá ser
muy cuidadosa, más si en esta semana los contratiempos suelen causarle alguna inquietud.- ¿Un viaje? Sí, si no, no hubiese utilizado la palabra beneficios. ¿No te parece?- Puede ser, puede ser... Pero los hacemos juntos.- Vos te vas a tener que pagar la estadía.- Tengo algunos ahorros; chiquitos, pero llego. ¿Qué te parece Grecia?- Sí, pero ya he ido.- Ah, nunca me lo contaste. Ya; ya me imagino. El horóscopo tenía razón. Hablamos, del amor platónico, de lo que había dicho Tiresías y lo que le había costado decirlo, de todo, de ella y de las cosas que yo quería hacer
con mi vida, de las cosas que haríamos en este tiempo que nos quedaba juntos, de la redundancia, claro, la redundancia, la repetición o del mito del eterno retorno de Nietzche, de los filósofos que más admiraba yo, Hume, Descartes, Condillac (“sí, del juicio inmediato; es de donde partía mi consejo sobre tus pruebas existencialistas”), de la pintura romántica, de los techos góticos, de los cordones y las calles de nuestra ciudad (“amo el gris de las calles; el color azul noche”), de la ropa que solemos usar (“me
encanta combinar mi estado de ánimo con los colores; la gente ya se olvido de ese detalle, ¿no te parece?”), hablamos hasta el momento en que un hombre, morrudo, de pelo a medio camino entre largo y muy largo dijo que quisiera que le sacáramos una foto con su familia. Fue de improviso, chocante, pero la propuesta era inapelable. Me levanté de la silla y le dije a Olga que me esperara. Ella se ríe. Yo también. El hombre quería que el cuadro sea holgado dado que el número de su familia superaba los cuatro tradicionales. Voy hacer el intento, le dije y me dispuse a enfocar la cámara con zoom incluido. Cuando regresé a la mesa pensando en la cara de ese hombre la vi vacía. Olga no estaba y yo ya estaba buscándola por los hospitales. No sabía las direcciones ni siquiera cómo hacer para manejarme en esa ciudad enorme. Vi al mozo y le pregunté en ingles de principiante qué es lo que había pasado con la persona que se encontraba en la tercera mesa de la derecha, casi llegando a la quinta avenida. Okey, tranquilizate, me dije. Giré sobre mí mismo y Olga estaba ahí, saliendo del bar con una luz amarilla tenue que la hacía más hermosa que siempre. Me miró a los ojos. No podía evitar la cara de tragedia que debería demostrar mi rostro. Luego me abrazó y me dijo mientras caminábamos hacia la mesa blanca de plástico y patas de madera que yo era un tango, pero no un tango cualquiera, sino uno muy particular, donde la redundancia parece hacernos decir y reír porque simplemente, allí mismo, nos sentimos cursi.- ¿Sabes cuál es ese tango? –Me preguntó.- No –le dije casi llorando, con esas lágrimas de película porque no sabemos si contenerlas o llorar a moco tendido.- Naranjo en flor: “...era más blanda que el agua, que, el agua blanda...” ¿Y sabes qué decía el polaco?- Sí, ya sé: que vos sos un cubito, dulce, suave, refrescante; y que yo soy... un pájaro sin luz.

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