martes, 4 de enero de 2011

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Por Raquel Godos/ EFE Reportajes, actualizado: 28/12/2010





La Candelaria: origen y futuro de Bogotá












Fachadas de un azul intenso, duros amarillos y naranjas asalmonados colorean las estrechas calles del barrio de La Candelaria, centro histórico y cultural de la capital de Colombia, donde se fundó la ciudad y el país, que ha pasado de ser un núcleo de inseguridad y delincuencia al principal atractivo turístico de Bogotá.




Centro histórico y cultural de la capital de Colombia. Foto: Mauricio Dueñas
Las balconadas de madera, las pequeñas iglesias de impronta española y el arte callejero decoran La Candelaria, una de las zonas más bohemias de Bogotá. Pero no sólo existen reminiscencias coloniales y vestigios hispánicos. La Candelaria recoge dentro de sí influencias francesas, inglesas e italianas, desde el Palacio de Gobierno al de Justicia y al Parlamento.

Además, se ha sabido recuperar muchas de esas casas con corrala para hacer de ellas lugares dedicados a la lectura, la pintura y la conservación de la historia.



EL ORIGEN DE LA CAPITAL


El 6 de agosto de 1638 se celebró la fundación de la ciudad de manos de los conquistadores españoles, mediante la construcción de una pequeña capilla en el mismo lugar donde hoy se encuentra la Catedral Primada, en la actual Plaza de Bolívar.

Según explica el guía Fabio Quiroz, que lleva más de quince años relatando los cuentos del casco antiguo bogotano, ese lugar estaba habitado por un asentamiento indígena de la cultura Muisca, una de las más importantes de la época precolombina.

"Al iniciarse la colonia en el siglo XVI, empieza a establecerse la organización de la población como una población española y se fundó la ciudad bajo el nombre de Santa Fe por Gonzalo Jiménez de Quesada, como su pueblo natal en España", relata Quiroz a Efe.

"Bogotá" o "Bakatá" es un vocablo indígena que significa "tierra fértil" y que fue añadido más tarde para "mantener contentos a los aborígenes", al acuñarse como Santa Fe de Bogotá. No fue sino hasta la independencia cuando la ciudad adquirió el nombre que lleva hoy en día.



LA PLAZA BOLÍVAR, UN CENTRO NEURÁLGICO


El emplazamiento de aquella pequeña capilla que edificaron los colonizadores españoles fue una zona de mercado donde los indios realizaban intercambios de productos y desarrollaban la vida pública. Casi cinco siglos más tarde, ese lugar sigue siendo uno de los sitios más representativos de la ciudad, pero esta vez para albergar el Palacio de Justicia y el Capitolio.

Uno frente al otro, el Palacio de Justicia actual data de apenas dos décadas atrás, pues tuvo que ser reconstruido tras los terribles episodios conocidos como el Holocausto del Palacio de Justicia, cuando el grupo guerrillero ya desmovilizado M-19 tomó el edificio en 1985 y, tras la defensa armada del Ejército, éste terminó totalmente calcinado.

Como relata Quiroz, esta plaza ya es reflejo de una arquitectura más moderna, posterior a la independencia, donde las influencias inglesas y francesas se mezclan con los recuerdos españoles de la conquista.

El lateral donde se ubica la catedral también es donde se encuentra el Palacio Arzobispal y una pequeña capilla anexa a él, donada por un noble de la época. Sin embargo, así como el Palacio de Justicia, el Congreso y el Ayuntamiento acaparan sus aceras, en este caso la iglesia nunca lo logró del todo.

Entre la capilla y la catedral se encuentra la casa de la familia Cansino que, como narra Quiroz, nunca quiso vender su propiedad al arzobispado pese a su ardua insistencia. Hoy, abandonada, sigue perteneciendo a sus descendientes.



EL CHORRO DE QUEVEDO, DE RIACHUELO A NÚCLEO CULTURAL


Subiendo las cuestas del cerro donde se ubica La Candelaria, caminando hacia arriba por sus calles estrechas y coloridas, uno se topa con el conocido Chorro de Quevedo, una pequeña plazuela donde se reúnen artistas, estudiantes y titiriteros.

Los historiadores discuten si fue en este lugar, y no en la Plaza Bolívar, donde realmente se produjo la fundación de la ciudad, porque allí está datado el primer encuentro entre los conquistadores y los indígenas, junto a las aguas de un riachuelo.

Sea o no así, lo cierto es que allí se respira la vida cultural bogotana y es hogar de muchos de los jóvenes que estudian en alguna de las universidades que se reparten por el barrio. "Ha sido un punto de encuentro de políticos e historiadores, cuando Bogotá empezó a formarse y ahora es un punto de encuentro de estudiantes. Es fácil encontrar estudiantes de arte, tiriteros, músicos, cuenteros, pintores", precisa Quiroz.

Cuatro esculturas de un artista de la zona presidieron durante años el Chorro, representando a algunos de los personajes más pintorescos de Bogotá. Uno de ellos fue el conde de Cuchicuti, quien resultó ser un hombre obsesionado con obtener un título nobiliario: hasta fue capaz de vender un ojo para viajar a España a comprarlo, ya que carecía de sangre azul. O la loca Margarita, una fanática del Partido Liberal, que se pasaba la vida vestida de rojo, por ser el color del partido, y dando fervorosos mítines por la vieja Bogotá.

Alrededor del Chorro salen numerosos callejones donde es fácil encontrar bares de música en directo o recitales de poesía, pero el más conocido de todos ellos es el Callejón del Embudo, el lugar perfecto para encontrar una de las bebidas más típicas de Colombia, la chicha, hecha a base de maíz fermentado.


LA CASA DE NARIÑO


Antonio Nariño, uno de los próceres de la independencia colombiana y traductor de la carta de los Derechos del Hombre, es quien da nombre al actual Palacio de Gobierno, pues en otro guiño hacia el pasado, la casa del general estaba situada exactamente donde ahora vive el presidente de la República. De esta manera, "los tres poderes quedan en línea; el ejecutivo, el legislativo y el judicial", ya que el Palacio de Nariño se sitúa justo a la espalda del Congreso, precisa Quiroz.

Y es precisamente ahí hasta donde llega la ciudad... O llegaba. La actual calle seis, dirección de la Casa de Nariño, era en sus orígenes un río que ponía fin al barrio y a Bogotá.

Sin embargo, La Candelaria es un barrio que hoy crece, y cada día son más los teatros, las asociaciones culturales, las bibliotecas y las fundaciones que aprovechan esas casas coloniales del pasado para hacer del centro de la capital un lugar con mucho presente y también futuro.

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