Bebo un café con leche
y en cada sorbo nado hacia mi infancia.
Arabescos de fuego,
los delantales blancos
y la escarcha.
Bebo también los días del colegio de monjas:
café y leche con gusto a lágrimas.
El día no despierta
sin el sabor humeante del café con leche.
En la danza de la cucharita
veo las manos de mi abuela
de mi madre
de mi hija.
Y se me ocurre
que este rito del café con leche
es un secreto entre mujeres.
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