UN AMIGO ES LA VIDA DOS VECES
Miren cómo sonaba allá en mi barrio agreste este nombre caído en los mares lejanos: Toddy Deussán. Un niño alimentado a lirios. Una flor de su madre que soñaba otra vida.
Supe que no querían que jugara conmigo porque yo era la forma del pánico y el hambre y la más descarada miseria por el mundo.
Pero Toddy, esa gracia hecha de mimbre y aire, vivía hipnotizado por mi gran aventura.
Cuando huía del ojo celoso de su madre se acercaba a mi sombra con cierto desenfado, me mostraba sonriendo sus ignotos tesoros y me buscaba el lado más pájaro del alma. El descubrió en mis ojos cierto país del sueño donde se desnudaba un ángel con harapos, algunos yacimientos de enterrada inocencia y un gran rompecabezas de ternura en mis manos.
Un día, ya vencidos por nuestra resistencia, los padres me dejaron entrar en el santuario, nos sirvieron un río de leche y medias lunas y yo los deslumbré dibujando caballos.
Después, siguió la vida, como siempre sucede, volvió el viento de agosto y crecieron los árboles. Sus padres, que tenían el sueño de otra vida, una tarde ceniza se mudaron de barrio.
Yo olvidé al canillita en un cruce de esquinas, entré al jornal violento del vino y los obrajes. Vestí los portentosos pantalones del viento y descubrí mi oficio de fábula y guitarra. Toddy, se llama Alfredo Deussán, vive en Mendoza. Casó con otro mimbre hace muchos veranos. Seguramente tiene un puñado de niños y es una pajarera su comedor de diario.
Acaso, un año de éstos, cuando vuelva al oeste, llame a su puerta clara y despierte sus pájaros...
Sólo porque un amigo es la vida dos veces. Y desde aquella tarde no dibujo caballos.
Armando Tejada Gómez
Miren cómo sonaba allá en mi barrio agreste este nombre caído en los mares lejanos: Toddy Deussán. Un niño alimentado a lirios. Una flor de su madre que soñaba otra vida.
Supe que no querían que jugara conmigo porque yo era la forma del pánico y el hambre y la más descarada miseria por el mundo.
Pero Toddy, esa gracia hecha de mimbre y aire, vivía hipnotizado por mi gran aventura.
Cuando huía del ojo celoso de su madre se acercaba a mi sombra con cierto desenfado, me mostraba sonriendo sus ignotos tesoros y me buscaba el lado más pájaro del alma. El descubrió en mis ojos cierto país del sueño donde se desnudaba un ángel con harapos, algunos yacimientos de enterrada inocencia y un gran rompecabezas de ternura en mis manos.
Un día, ya vencidos por nuestra resistencia, los padres me dejaron entrar en el santuario, nos sirvieron un río de leche y medias lunas y yo los deslumbré dibujando caballos.
Después, siguió la vida, como siempre sucede, volvió el viento de agosto y crecieron los árboles. Sus padres, que tenían el sueño de otra vida, una tarde ceniza se mudaron de barrio.
Yo olvidé al canillita en un cruce de esquinas, entré al jornal violento del vino y los obrajes. Vestí los portentosos pantalones del viento y descubrí mi oficio de fábula y guitarra. Toddy, se llama Alfredo Deussán, vive en Mendoza. Casó con otro mimbre hace muchos veranos. Seguramente tiene un puñado de niños y es una pajarera su comedor de diario.
Acaso, un año de éstos, cuando vuelva al oeste, llame a su puerta clara y despierte sus pájaros...
Sólo porque un amigo es la vida dos veces. Y desde aquella tarde no dibujo caballos.
Armando Tejada Gómez
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