domingo, 17 de julio de 2011

Un tango de Borges

A quienes puedan poner en duda la pertinencia de Jorge Luis Borges (1899-1986) para hablar de tangos, basta con recordarles algunas de las estrofas de la Milonga a Jacinto Chiclana (“Me acuerdo, fue en Balvanera / en una noche lejana / que alguien dejó caer el nombre / de un tal Jacinto Chiclana. / Algo se dijo también / de una esquina y un cuchillo / los años no dejan ver / el entrevero y el brillo”...), a las que puso música Astor Piazzolla .

Para abundar en solidez y antes de entrar en materia, Borges cita la lectura de los estudios de Vicente Rossi, Carlos Vega y Carlos Muzio Sáenz Peña. “Nada me cuesta declarar que suscribo a todas sus conclusiones, y aun a cualquier otra”, dice en un artículo de juventud que tituló Historia del tango .

Con la misma sencillez (en algún otro escrito y como al pasar, menciona a las habaneras cubanas como antecesoras de esta música típica), arriba a dos conclusiones polémicas:

1) El tango nació en los lupanares, no en las orillas. Lo confirma, dice, el instrumental primitivo de las orquestas (piano, flauta, violín, después bandoneón). “Las orillas se bastaron siempre, nadie lo ignora, con las seis cuerdas de la guitarra”, refiere. Y luego encuentra otras confirmaciones: la lascivia de las figuras, la connotación evidente de ciertos títulos ( El choclo , El fierrazo ) y el hecho de que, hasta que entrara en sociedad, sólo lo bailaron los compadritos, porque las mujeres no querían participar de ese baile de perdularios.

2) El tango es de naturaleza pendenciera y expresa la convicción de que pelear puede ser una fiesta. Al borde de la filosofía, Borges dice que la independencia de América fue, en buena parte, una empresa argentina y, sin embargo, a la hora de las valentías, los argentinos prefieren la de los gauchos o los compadres, porque estaría en su naturaleza no identificarse con las instituciones. Abundan, dice Borges, los filmes de Hollywood que reiteran el caso de un hombre (casi siempre un periodista) que busca la amistad de un criminal para entregarlo después a la policía. Canallada mayúscula para un argentino, que considera sagrada a la amistad, y a la policía, una mafia.

En una llamada a ese dicho, expresa: “El Estado es impersonal; el argentino sólo concibe una relación personal. Para él, robar dineros públicos no es un crimen. Compruebo un hecho, no lo justifico o disculpo”.

Sabe Dios cómo hemos llegado, a partir de un intento de desentrañar orígenes y naturaleza del tango, a esta explicación profunda de la impunidad con la que se ejerce aquí la corrupción.
ÁNGEL STIVAL

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