miércoles, 15 de febrero de 2012

SALZANO 11/02/2012

Quiénes y cuándo
Un billete de dos pesos, cinco monedas de uno y un temprano temor por la derrota. Inesperada proposición para el Caraffa. “Con el tumbao que tienen los guapos al caminar”. La última nota. Daniel Salzano.
11/02/2012 00:01 , por Daniel Salzano




Un billete de dos pesos, cinco monedas de uno y un temprano temor por la derrota

Algunos niños de esta ciudad / descienden directamente de ese cuento de Kipling / en el que todos los animalitos –para escapar de las cabras– huyen a lo alto de la montaña. / Y a su vez las cabras / escapan de los tigres / como si en Córdoba sólo pudieran vivir / aquellos / de los que nadie quiere escapar.

Algunos niños de esta ciudad / apoyan el filo de la cadera contra la puerta trasera de los taxis / presionan la cerradura con la yema del dedo gordo / y depositan a los clientes / en el cordón de la vereda / si Superman les perforara el bolsillo con su visión de rayos X / vería un billete de dos pesos / cinco monedas de uno / y un temprano temor por la derrota.

Algunos niños de esta ciudad / permanecen su­jetos al mundo / nada más que por el asta de la pelvis.

Algunos niños de esta ciudad / son elementalmente desgraciados / basta verlos caminar / perdidos / entrando y saliendo de los profundos hoyos de la Luna.

Algunos niños de esta ciudad / se comportan como si alguien les hubiera quitado la foto del padre / la madre / los amigos / y las hubiera arrojado al horno de la panadería Independencia.

Pudiendo elegir entre dos o tres marcas diferentes / algunos niños de esta ciudad / prefieren las cajas de cartón de los Marlboro / porque son impermeables y acolchadas / las cajas de cartón de los Marlboro son buenas para cubrirse en los zaguanes / pero no sirven para fabricar avioncitos / porque se estrellan contra el suelo.

Algunos niños de esta ciudad / permanecen en lo alto de la montaña / junto a los demás animalitos / huyendo de las cabras / los tigres / y la perrera.

Algunos niños de esta ciudad / se darían por satisfechos / con sólo dar una vuelta / subidos al estribo de los recolectores de basura / con el cuerpito / henchido por el viento.

La última línea de esta crónica / es la misma de todos los años: / algunos niños de esta ciudad / se acuestan niños al anochecer / se levantan hombres al amanecer y nunca más volvemos a verlos.

Inesperada proposición para el Caraffa

La historia que sigue es de las buenas: rechiflado por la extraordinaria belleza de la actriz Dolores del Río, el joven Orson Welles, su ocasional compañero sentimental, le robó la ropa interior, la guardó apresuradamente en una valija y la llevó al Museo de Arte Moderno de Nueva York, para proponer su pública exposición. No le llevaron el apunte. Y Welles se quedó en la vereda del museo, con una valija llena de gasas, corpiños y calzones deliciosos.

Y ahora, hablemos de Lolita Dolores Martínez Asúnsolo y López Negrete, Dolores del Río, que cumplió años tantas veces y en fechas tan diversas que hoy, a un siglo oficial de su nacimiento, en lugar de 100 años podría estar cumpliendo 110. O 120.

Lola Dolores tenía 17 años cuando desembarcó en la fábrica de sueños, sólo que en lugar de ponerse en la cola de aspirantes, alquiló una de las mansiones más bananas de Malibú, organizó un par de milongas con orquesta y se presentó en sociedad como la última descendiente de los príncipes aztecas. Para entendernos: estamos hablando de un tiempo en el que la reina del biógrafo, Gloria Swanson, se paseaba en un coche convertible llevando una pantera en el asiento de adelante.

A partir de ese momento, la actriz se convirtió en número puesto para cualquier forma de exotismo. ¿Para tu próxima película necesitabas una diosa de la lluvia, una sacerdotisa del ancho mar de los Sargazos, una reina egipcia ducha en magia y ungüentos de amor? Tomá, acá tenés el teléfono de Dolores del Río.

Lo dice la enciclopedia: 47 kilos de elegancia, tres gotas de Chanel, dos gatitos grises en el camarín, un temprano club de fans y un ama de llaves que la seguía a todas partes para masajearle los tobillos y estirarle el cabello negro amurado al contorno de su exquisita calavera. Con los años llegaría a saberse que aquel zombi obediente, discreto y servicial que, además de masajearle los tobillos le leía las cartas al oído, era
su madre.

Manuel Puig, el autor de Boquitas pintadas, la tenía en tan alta consideración que si en su presencia hablabas mal de ella, te retiraba el saludo. Pero Puig ya se ha muerto. Y no hay quien hable ni bien ni mal de las chicas de 100 años.

Si Dolores del Río robara mis cal­zoncillos y acudiera al Museo Caraffa para proponer su exposición, no sé lo que haría.

Probablemente diría lo mismo que dije al comienzo de esta nota: La historia que sigue es de las buenas.

“Con el tumbao que tienen los guapos al caminar”

La primera vez que Gabriel García Márquez escuchó la canción Pedro Navaja, creyó que la había escrito William Faulkner: “Por la esquina del viejo barrio lo vi pasar / con el tumbao que tienen los guapos al caminar”.

Pero no. A Pedro Navaja no la había escrito Faulkner sino un abogado panameño con cráneo de científico, bigote tropical y pancita de melón, llamado Rubén Blades.

A Blades, nunca le faltaron los elogios. No sólo García Márquez lo comparó con Faulkner sino que los próceres totalizadores de la cosa –Tito Puente, Willy Colón, Ray Barreto– le otorgaban el tratamiento de maestro. Y eso que el maestro apenas si llegaba a la treintena.

La verdad es que escribir sobre Blades es tan sencillo como poner su biografía boca abajo y dejar que naturalmente caigan sus historias.
¿Qué tal, para empezar, la de su propio origen, nacido hace 63 años de padre detective y madre cubana & cantante de boleros? ¿O la de haberse doctorado en Harvard para de inmediato colgar el diploma sobre el piano y nunca más levantar la cabeza para verlo?

A Navaja la escribió de a pedacitos en la isla de Manhattan mientras, inundado por una extraña mezcla de furia y dulzura, iba al trabajo en subterráneo. Lo ha contado muchas veces. Por aquellos días, no quería escribir canciones sino crónicas musicales.

Así, con Pedro Navaja, nacieron Juan Pachanga, Padre Antonio y Pablo Pueblo. Los críticos, de sobrepique, las englobaron a lo bestia en el interior de una corriente novedosa, el “focila”, abreviatura de folklore y ciudad latina.

Pero Blades nunca pisó el palito de las etiquetas. La suya, simplificaba, era pura salsita bolivariana.

Desde entonces, y con absoluta naturalidad, los panameños comenzaron a votarlo para presidente. ¿No es otra flor de historia acaso la del hijo del detective reclamando justicia social desde la tribuna y prometiendo, por elevación, una hora más de conga de lunes a domingo?

Lo cierto es que quien ganó los comicios, Martín Torrijos, lo llamó a su despacho y lo nombró ministro de Turismo, cargo que desempeñó durante cinco años (2004 a 2009).

“Pedro Navaja / las manos siempre dentro ‘el gabán / mira y sonríe y el diente de oro vuelve a brillar”. Visite Panamá.

La última nota

Si esta fuera la última nota / la final / la escribiría lo más larga que pudiese / ocuparía la página de los taxistas / los colectiveros / el Suoem / la página de Mafalda / y saldría a la calle con la fuerza de un Scania Vabis / ahí viene la última nota de Salzano / buáááááámmmmmmmm.

Si esta fuera la última nota / la haría brillar como una cucharita / aullaría como un perro / una nota curtida como un poste de la luz / una nota tan vieja como los sueños / un mensaje para los vivos / otro mensaje para los muertos / mi última nota será suave como el cachete de un bebé / una nota de luna llena / una nota –como mi mamá– con la cabeza envuelta en un pañuelo / que su corazón lata rápido / una nota sobrada de óvulos y espermatozoides / fecunda / ¿quieren un dulce clamor? / ahí lo tienen / ¿se acuerdan cuando murió Mestre / el padre de Mestre / y la gente salió a la calle para despedirlo? / bueno / me gustaría que a mi última nota la saludaran como a él.

Quienes no olvidan a los muertos / no necesitan que se los recuerden.

Si esta nota fuera la final / la del abismo / antes de entregarla me detendría a rezar delante del finado cine Novedades / iría al Observatorio para darle una última ojeada a Saturno / volvería a Grimoldi para preguntar si recibieron los zapatos de gamuza azul / abriría la boca frente al sol poniente para tener una dentadura de oro / y a la noche pasearía hasta el Coniferal / donde está la estatua de José Gervasio Artigas / vengo a despedirme / cuídeme la luna, general.

A la última nota / la llevaría sujeta entre los dientes / como a un cachorro / y antes de entregarla le pasaría la lengua por el lomo / por las orejas / y le rascaría el morro / como a ellas le gustan / con la yema del meñique.
Si esta fuera la última nota / emplearía palabras de 800 gramos para arriba / por ejemplo: narizgargantayoídos / pondría pocos puntos / pocas comas / algunas letras rojas / el polen de la literatura es más viejo que el de las flores / la última nota que escriba medirá 50 de alto por 30 por 26 centímetros / lo mismo que el corazón de los osos.

Si esta fuera la última nota / la dejaría para después / para más adelante / faltando dos líneas para terminarla me detendría / no la escribiría / ahí viene la última nota de Salzano / dirían / tranquilos / no es nada más que el rugido de un camión Scania Vabis.

2 comentarios:

  1. Qué problema Salzano, Liliana. Un problema bifronte, dual... con dos caras de moneda. Porque leerlo maravilla, pero nos traza una línea infranqueable: como él no se puede.
    Qué problema subescribir mientras Salzano escriba.
    Y el día en que llegue su última nota, otro problema: se nos acabó la maravilla.
    Entre el asombro y la conciencia del no-poder, la saludo con afecto.

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    1. Gracias a Dios como él no se puede: es único y diferente. Pero yo no quiero escribir como él,para admirarlo y disfrutarlo. Quiero escribir como puedo,como me salga, como yo,quiero escribir. Me alcance con que algún otro se conmueva con algo que dije "a mi manera". Sino,no habria "Salzano".

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Bienvenida. Te deseo mucha suerte.