sábado, 17 de diciembre de 2011

DANIEL SALZANO

El último test para la tercera edad del profesor Salzano

Cuestiones de índole general: ¿Les llama la atención, les duele como un clavo cuando en las esquinas de la ciudad ven a los pibes aprender el oficio de canallas?/ ¿Con qué frecuencia se dan una palmada en la frente y dicen: “Dios mío tengo una cita con el urólogo a las cuatro y media/ y ya son las cinco y cuarto”/ ¿Creen con frecuencia que se han equivocado de ciudad?/ ¿Lo más importante en la vida de un hombre es su fecha de nacimiento?/ La fecha de nacimiento es la que lo pone a uno en carrera/ a partir de entonces todo lo que hacemos es acumular pasado. Y ahora la última:/ tarde o temprano, ¿la vida llega a ser una tragedia?

Cuestiones de índole sanitaria: Ese frasco de alcohol que está en el botiquín ¿lo conservan desde las viejas / o son para las nuevas heridas?/ ¿Hace mucho que han comenzado a parecerse como ahora?/ Donde tenían las manos, ¿qué tienen ahora?

Cuestiones de índole sentimental: ¡No me digan que están tomando el fresco en la vereda esperando que pase un Kaiser Carabela!/ ¿Cuánto hace que no escriben una composición sobre la vaca?/ ¿Sabían que está muy enfermo Jerry Lewis?/ El sobre donde papá traía el sueldo y ampulosamente lo dejaba apoyado en el florero, en el centro de la mesa ¿era azul azul?, ¿marrón terroso?/ rosa no porque era color de mariquitas/ Eh, papá ¿te acordás de mí?/ soy el que se encoge como un jockey cuando escribe/ el que mide 1.70 / el que tiene las cejas como barbas/ el que vio jugar a la Wanora.

Cuestiones de índole política: ¿Sus padres fueron qué de Amadeo Sabattini? ¿correligionarios? ¿compañeros de chupino? ¿compañeros de banco? ¿jugaban a las bochas con pantalones y alpargatas blancas?

Cuestiones de índole psicológica: ¿Por la noche no pueden dormir si antes no miran debajo de la cama? ¿Creen que el exceso de amor une o separa? ¿Es por la mañana, a la siesta o a la noche que sienten que hay otras cosas que se deslizan para dar nacimiento a nuevas cosas? ¿Llevan en el bolsillo interior del saco el número secreto de su cuenta corriente en Farmacity? ¿Hepatalgina? La tengo / ¿Insulina? La tengo / ¿Regulane? Lo tengo / ¿Lorazepan? ¿Pharmaton? ¿Fenobarbital? Lo tengo lo tengo y lo tengo.

Cuestiones de índole sexual: ¿Qué papel desempeña en sus vidas el erotismo?/ ¿Preponderante?/ ¿Insignificante?/ ¿O es como en aquella película en la que Spencer Tracy se sentaba en la galería del rancho para ver crecer el pasto?

Cuestiones de índole semántica: Dulce que me tenés,/ ¿es frase masculina o femenina?

Cuestiones de índole personal: ¿Llevan uña larga en el meñique para abrir como bacanes el atado de cigarrillos?/ ¿Se afeitan con la intención de que la gente no los reconozca?/ ¿De grandes iban a ser equilibristas o fantasistas del teclado?/ ¿Cuántos pisos tenía Gath y Chaves?/ ¿Todavía conservan la impresión de estar seguros?/ ¿Creen sinceramente que por haberse masturbado cuando Marilyn vivía tienen garantizada una platea en el avant scene del paraíso?/ ¿Tienen demasiado zurcido el mameluco de la infancia?

Cuestiones de índole secreta: ¿Tiran del carro para adentro pero sienten que el carro tira para afuera?/ ¿Encienden la linterna pero ni aun así ven venir la poesía?/ ¿Odian estar solos?/ ¿Perder al ping pong?/ ¿Subir escaleras?/ ¿La palabra nosotros les gusta tanto como a mí?

Cuestiones de índole profesional: ¿Cierran los ojos como santos cuando escriben?/ ¿Qué lugar elegirían para el eterno descanso de sus almas?: ¿Una de las tres luces rojas que parpadean en el cielo raso de Cinerama? ¿El movimiento interminable de las burbujas que suben y bajan de costado por el sifón de Egea y Sánchez? ¿Convertido en una hormiga en el prodigioso jardín de las Teresas? ¿Como una ola gigante que inesperadamente se levanta en la Cañada?

Cuestiones de índole patriótica: ¿Les quiebra la Argentina el corazón por el medio todavía?/ ¿Córdoba les suena como el tiro final de Sin aliento? Si les ofrecen una tiza, ¿en qué la gastarían?: ¿escribirían argentino hasta la muerte? ¿cuna de campeones? o ¡basta de estar aquí tirados como palos!

Últimas cuestiones: ¿Nadie los reconoce por la calle? ¿No figuran en ninguna antología? ¿Los escuchan hablar y nadie hace ademán de interrumpirlos?/ Entonces cuenten conmigo.

Bwana Hemingway

Supongamos que Hemingway se disponía a escribir un cuento sobre elefantes. Entonces, lo primero que hacía, era alejarse de cualquier libro que hablara de elefantes. Y es que, Papá, no quería saber nada de segunda mano. Abandonaba el campamento en mitad de la noche y se abría paso entre la jungla hasta llegar a la laguna donde abrevaba la manada. Iba solo, avanzando con pasos cortos y precisos. Así escribía. Frases de 12 palabras y ningún adjetivo. No inventaba nada. Somos, eso es todo. El famoso rayo de los videntes.

Abro una página cualquiera de su última recopilación de cuentos publicada por Lumen para copiar un pedacito: “A Liz le gustaba mucho Jim. Le encantaba su bigote y la blancura de sus dientes cuando sonreía. Le gustaba que no tuviese pinta de herrero. Un día descubrió que le encantaba el vello negro que cubría los brazos de Jim y lo blanco que eran éstos hasta la línea de bronceado cuando se lavaba en la palangana que había en el exterior de la casa. Que aquello le gustara la hacía sentirse rara”.A eso me refiero.

Cuando Hemingway llegaba a la laguna de los elefantes se apostaba inmóvil, como un palo, y cuando aparecían los animales, no se apresuraba. La cuestión era arrimarse. Todo lo que podía. En 1934, durante el que sería su último safari, se salvó de carambola porque el jefe de la manada desconfió de su inmovilidad, se volvió y lo embistió. Puro Hemingway: matar o morir. El escritor disparó, pero aquel elefante era mucho elefante para tan poquita bala y continuó avanzando como una locomotora. Se salvó, pero al volver al campamento, magullado, se dio cuenta de que había perdido la pipa.

A Hemingway, como se advertirá, siempre le sobraban 10 para el peso.

A la pipa se la había regalado un médico italiano que lo había curado durante la Primera Guerra Mundial. Se acordaba de su nombre, Antonio, Antonino. Con toda seguridad Antonio ya estaría muerto. Y a él lo podría haber matado el elefante. La muerte siempre andaba dando vueltas por ahí. Tal vez ése haya sido el verdadero elixir de su estilo.

Escribió novelas, cinco, seis, pero al lado de sus cuentos son papel picado. A él le iban bien los sprints, los 50 metros llanos, y las peleas de tres rounds. Sonaba la campana, daba tres zancadas y ya se había apoderado del centro del ring. Antes de terminar, el primero había ganado por fuera de combate.

Bukowski, el poeta, escribió un relato en el que combatía con Hemingway en un torneo de aficionados. En el primer round Hemingway lo maltrataba, en el segundo Bukowski se defendía y en el tercero lo noqueaba. Listo. Hemingway ya no ejercería más influencias sobre su literatura. Así de fácil.

El escritor se suicidó a los 62 años porque, si quería seguir viviendo, debía prescindir de la bebida y los elefantes. Su presión sanguínea andaba como la mona, tenía el colesterol por encima del nivel del vertedero y la diabetes se la tenía jurada. Era una bolsa de enfermedades. ¿De qué podía escribir?

Los porteadores, en África, lo llamaban bwana.

–Tráeme whisky con soda.

–Sí, bwana.

–No te bebas eso –dijo ella–. Cariño, no te bebas eso. Tenemos que hacer todo lo que podamos.

–Hazlo tú –dijo él–. Yo estoy cansado.

El misterio de su alteza serenísima

Cuando presionado por las exigencias dinásticas del principado de Mónaco, Rainiero viajó a los Estados Unidos en busca de una princesa, no imaginaba que acabaría, simultáneamente, conquistando el corazón de Grace Kelly y destrozando el de Alfred Hitchcock.

Antes de que se cruzara en su vida el príncipe de Mónaco que la cautivó con el anillo más suntuoso de Van Gansen, Grace Kelly había sido una actriz de pecho frío y manos blancas a la que le bastaba con bajar sin parpadear por una escalera de mármol para despertar el indio de Alfred Hitchcock.

A sir Alfred, el mago del suspenso, lo rechiflaban las rubias de pelo corto y un rictus de desprecio en la comisura de sus labios. Labios finos, dicho sea de paso, Hitchcock no concebía otro modelo que ese para compartir un cóctel de champán.

Le pasó cinco veces a lo largo de su carrera. Una fue Madeleine Carroll, otra Eve Marie Saint, otra Ingrid Bergman, otra Tippi Hedren y, por fin Grace Kelly.

Pobre maestro. Primero las elegía, después les hacía firmar contrato y finalmente se apoderaba de ellas a lo Barba Azul: les elegía el vestuario, les enseñaba a no tomar el té con el meñique enarbolado, las mareaba con atufantes ramos de flores rebuscadas, y les controlaba la agenda de entrevistas. Es decir, se apoderaba de ellas pero siempre por la parte de afuera. Por la de adentro jamás despertó el indio de ninguna. Todas lo toleraban, le hacían reverencias y en las entrevistas no contestaban si no tenían previamente sus instrucciones. Eran los suyos amores desesperados, inútiles, humillantes y condenados al momento decisivo en que el Maestro, exangüe, se abalanzaba sobre la presa que, sin excepciones, lo reculaba. Después venían las profundas depresiones, las mamúas interminables y las películas malas. No muchas, algunas.

En síntesis: la filmografía del autor de Los pájaros podría dividirse en dos grandes categorías: películas con y películas sin rubias.

A las películas las diseñaba, plano a plano, corte a corte, dibujándolas hasta en sus más mínimos detalles. Después, durante la filmación propiamente dicha, decía que se aburría porque, en los hechos, la película ya estaba terminada.

AH era un ser humano sumamente complicado, lleno de frustraciones, pequeños y grandes rencores y muchas inseguridades. Sus películas, consecuentemente, están cargadas de amenazas, pesadillas, frustraciones e inseguridades. Pero, ¡por Dios!, que a nadie se le ocurra sentir lástima por ello.

Pero volvamos a la Kelly, que a las órdenes de Papálosabetodo hizo Crimen perfecto, Para atrapar al ladrón y La ventana indiscreta.

Era una dupla poderosa que hacía presagiar muchas maravillas pero que, ante el estupor sentimental de Hitch, se deshizo cuando ella se casó con Rainiero y, hace 30 años, manejando un coche de 100 mil dólares, pisó mal el freno y se mató. Hay quien afirma por ahí que no pisó mal el freno sino que directamente no lo pisó.


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