El minotauro hermafrodita
me mira con ojos desmemoriados.
No le importa quién soy:
ni Ariadna, ni Teseo
ni siquiera los jóvenes del sacrificio.
Soy su hija.
Y ella mi madre toro:
me parió para eternizar el suplicio.
Ahora es inimputable
su cabeza sólo retiene olvidos
pero cada cornada
cada coz en mi cuerpo
son una llaga intermitente
que no para de gritar.
Me duele no quererla
tanto como no haber sido querida.
Tuve que tejer mi propio hilo
armarme hasta los dientes
para extirpar mi maltumor.
No comprendieron
-los demás nunca comprenden-
no pueden ver el cristal de mi alma hecho añicos.
Una culpa agusanada trepa por mis ramas
me ahoga, me mancha
temo que Minos se enfurezca
y arroje mis raíces al abismo
antes de abandonar el laberinto.
©Olga Liliana Reinoso
me mira con ojos desmemoriados.
No le importa quién soy:
ni Ariadna, ni Teseo
ni siquiera los jóvenes del sacrificio.
Soy su hija.
Y ella mi madre toro:
me parió para eternizar el suplicio.
Ahora es inimputable
su cabeza sólo retiene olvidos
pero cada cornada
cada coz en mi cuerpo
son una llaga intermitente
que no para de gritar.
Me duele no quererla
tanto como no haber sido querida.
Tuve que tejer mi propio hilo
armarme hasta los dientes
para extirpar mi maltumor.
No comprendieron
-los demás nunca comprenden-
no pueden ver el cristal de mi alma hecho añicos.
Una culpa agusanada trepa por mis ramas
me ahoga, me mancha
temo que Minos se enfurezca
y arroje mis raíces al abismo
antes de abandonar el laberinto.
©Olga Liliana Reinoso
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