domingo, 5 de junio de 2011

LUNA LLENA



Un rayo parte en dos el vidrio de la claraboya. Aquí estoy, con la luna entre las manos. Un lobo desnudo sale de mi cabeza y se ovilla en la peluca de mi abuela. Las botellas de la estantería tiemblan como un xilofón y . Y es apenas silencio esa gota de sangre sobre el respaldo del sillón. Crujen los goznes del misterio y el lobo hace brillar sus ojos oxidados.
La niña de la estatua vestida de Caperucita saca a pasear al lobo por la calle peatonal que desemboca en el puente de la Miseria y de un certero puntapié lo lanza al agua, envolviendo en un pliegue de su capa la mirada mojada de mi fiera, que emerge a pasos cortos, con botitas sin taco, toda violeta y raso, capelina floreada y guantes de encaje, igualito a mi abuela.
Nieva copiosamente. Un negro mulato, risa de nieve pura, se arranca las espinas de sus pensamientos, lame su sangre hirviente y pega un grito de margarita interrupta.
La abuela violeta, el lobo líquido, la caperucita de piedra, el xilofón, los vinos, el silencio, se ponen en cuclillas, se toman de las manos, se besan en la boca, se relajan.
Yo detengo mi odio en medio del camino. Me duele hasta la glándula pineal por no poder vengarme.
El maltrato de mi gran madre ya ha dictado mi sentencia de muerte, mi diagnóstico de enferma terminal.
No puedo resignarme y danzo, danzo, danzo sobre los vidrios rotos de esta sensación térmica insospechada. Hago el amor con el maniquí azul de una vidriera y le robo su corbata para atarme la vergüenza. Veo la sangre sobre mi vestido pero no me duele. A
lo lejos, las sirenas ejecutan los compases finales de mi canción. Pero yo corro por el campo, guiada por la luna que escondo entre las manos.

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